Hemos tenido el peor fin de semana de la pandemia, los hospitales vuelven a parecer submarinos entre la asfixia, el apiñamiento y la guerra, pero Illa ha dejado el ministerio como el que deja la oficina para tocar la batería y a Sánchez lo vamos a ver en los karaokes de campaña más de lo que lo hemos visto durante la tercera ola: cinco actos en Cataluña va a tener el presidente en tres semanas. Aun en el fin del mundo, Sánchez es un circo volante, es una vuelta ciclista, es como la Orquesta Mondragón de gira. El bicho va solo y contento con las nuevas variantes, con el vino dulce del invierno y con el abandono del Gobierno; nos dirigimos otra vez al desastre, a la agonía, a los carretones de muertos, a los negocios cerrando como si se cerrara un castillo, a las ciudades radiactivas de silencio, y resulta que el máximo responsable sanitario lo deja todo para acudir como a la Eurovisión de su partido y Sánchez sólo anda preocupado de hacerse trajes de hombre bala y chaquetas de flecos.
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