Uno de los principales problemas que está afectando al conjunto de la población y a la economía es el súbito incremento de los precios de la electricidad. Este hecho se ha producido principalmente por dos razones, una del lado de la oferta y otra del de la demanda.
En el caso de la oferta, apostar desproporcionadamente por las energías renovables eólica y solar nos lleva a que cuando estas fallan tengamos que recurrir a quemar combustibles fósiles que emiten mucho CO2. Esto comporta adicionales costes por los derechos de emisión, a lo que se suma el pico habitual del invierno en los precios energéticos. Además, en esta época, la producción solar es muy reducida y limitada a unas pocas horas. Y cuando nos afecta una borrasca la generación es mínima, debido a la nubosidad, a lo que se une la ausencia de viento mientras no haya corriente del Oeste con paso de frentes.
Del total de energías renovables, tanto a escala global como europea, la biomasa supone más del 60%, aunque ha recibido una atención incomparablemente menor
Por otro lado, del lado de la demanda, el frío genera un fuerte incremento. Lamentablemente, cubrimos la mayor parte de la demanda térmica que requiere la climatización de los edificios con electricidad por ser mucho más cómodo y requerir menos inversión, especialmente mediante el uso de aire acondicionado. Pero el paso de una fuente de energía térmica a eléctrica, al generar la electricidad, y de nuevo de electricidad a térmica comporta unas considerables pérdidas difícilmente asumibles en un contexto de transición energética acelerado. Además, el aire acondicionado comporta el riesgo de expansión del coronavirus y otras patologías y está diseñado para enfriar (de arriba abajo) mientras que la mayor eficiencia la conseguimos calentando de abajo a arriba.
¿Qué podemos hacer? Respecto a la oferta, reequilibrar las fuentes energéticas, otorgando un rol destacado a la biomasa, tanto para cubrir la demanda térmica dispersa – vivienda, comercio, pequeña industria, etc.- como la concentrada, por su flexibilidad temporal estratégica, alta disponibilidad infrautilizada y co-beneficios respecto a la reducción de incendios y lucha contra la despoblación.
Junto a la hidroeléctrica, que depende de la situación de los pantanos, la biomasa es la única fuente energética temporalmente flexible. Como en toda fuente térmica se pierde al menos un 70% en la generación de electricidad y la solución pasa por aprovechar vía redes de calor o demandas térmicas concentradas la energía que si no disiparíamos, siguiendo el ejemplo inteligente de los países del Este de Europa, y recientemente de los países nórdicos o en España Valladolid y Soria.
Y respecto a la demanda, lo aconsejable es apostar por fuentes térmicas para la calefacción, apoyadas donde se pueda por energía solar térmica —especialmente eficiente en el caso de suelo radiante— idealmente mediante redes de calor basadas en biomasa y alternativamente en gas, sustituyéndose por biogás en el futuro. También recuperando la cocina a gas aumentaríamos mucho la eficiencia energética, además de la calidad culinaria, y bajaríamos los costes energéticos. Italia en este aspecto es todo un ejemplo.
Podría argumentarse que carecemos del suficiente volumen de biomasa disponible. La realidad es que nos encontramos en un proceso espectacular de recuperación de nuestra riqueza forestal
Necesitamos un mix energético flexible que considere la complementariedad temporal, los efectos colaterales positivos o negativos y que use la energía disponible con la máxima eficiencia, lo que redundará en menores costes e inversiones y cumplimiento acelerado de los acuerdos de Paris.
Podría argumentarse que carecemos del suficiente volumen de biomasa disponible. La realidad es que nos encontramos en un proceso espectacular de recuperación de nuestra riqueza forestal tanto en Europa como en nuestro país desde hace algo más de un siglo. Concretamente, la superficie de bosques ha crecido desde 1970 en un 50% y los stocks de biomasa en un 120%, a lo que se suma la creciente biomasa agrícola y de jardinería actualmente infra-aprovechada, sin que hayan aumentado los aprovechamientos de forma perceptible en el último medio siglo. Esto estaría en concordancia con el principal mensaje de los expertos en incendios forestales, que es precisamente la gestión de los bosques como medida preventiva.
No debemos olvidar que del total de energías renovables, tanto a escala global como europea, la biomasa supone más del 60%, si bien ha recibido una atención incomparablemente menor que las otras alternativas. Un enfoque equilibrado entre las diferentes fuentes de energías renovables resulta necesario para evitar oscilaciones excesivas en los precios de la energía e incorporar al territorio activamente a cubrir la demanda energética. Esta apuesta es mucho más inteligente que apagar incendios o lamentarnos del colapso demográfico y cultural de muchas zonas del interior y la montaña.
Eduardo Rojas Briales es decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes y profesor de la Universidad Politécnica de Valencia.
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