De la mini crisis del Gobierno no hay mucho más que decir porque, como se daba por supuesto desde hace ya varias semanas quién sustituiría al ya ex ministro de Sanidad y quién haría lo propio en el ministerio de Política Territorial y de Función Pública, casi todo está ya escrito.
Sólo unos pocos apuntes a propósito del principal mérito que el propio presidente Pedro Sánchez atribuye a Carolina Darias para ocupar la cartera más difícil de todo el Gobierno en la actual coyuntura: que ha acompañado a Salvador Illa en todas las reuniones del Consejo Interterritorial en las que los consejeros autonómicos formulaban sus peticiones o sus protestas a un ministro que les daba pocas respuestas pero, eso sí, les trataba con la máxima cortesía.
Al presidente le vale cualquiera que haya oído campanas y además no le obligue a abrir una crisis de gobierno de mayor envergadura
Poco, muy poco parece para ocupar el mando de una nave dramáticamente agitada por una tormenta que no cesa. Pero aquí no importa que decenas, centenares de expertos estén dando su opinión y sus consejos para intentar detener o al menos aminorar el avance del virus, porque al presidente le vale cualquiera que haya oído campanas y además no le obligue a abrir una crisis de gobierno de mayor envergadura.
Así que la señora Darias se encargará ahora de dar una respuesta a tantas comunidades que piden, suplican, que se modifique el estado de alarma para darles a los gobiernos autonómicos más armas para luchar contra la pandemia. Lo último que dijo Salvador Illa a este respecto es “se estudiará”. Hay que suponer que ya se ha estudiado así que debemos dar por supuesto que la nueva ministra, que sabe que lo iba a ser mucho tiempo antes de que lo supiéramos los demás, tendrá una respuesta ya preparada para los ansiosos y angustiados consejeros de Salud de las comunidades.
Tendrá también la señora Darias que reordenar el famoso protocolo de vacunación porque a día de hoy la sensación que produce su aplicación es en muchos casos de caos cuando no de sospecha de desorganización y grave falta de planificación.
Y, lo más inmediato, deberá acudir mañana jueves al Congreso de los Diputados para dar cuenta del estado de las cosas y responder a las críticas y a los reproches de la oposición sin que le quepa argüir que ella no sabe mucho porque acaba de llegar. Esa tarea le correspondía al señor Illa que, sin embargo, se ha sustraído a ella por el procedimiento poco decente de abandonar la cartera en las vísperas de su comparecencia escaqueándose así de dar las obligadas explicaciones.
Por lo tanto, no habrá, me temo, y salvo sorpresa, grandes diferencias de gestión entre el ministro saliente y la ministra entrante si no es porque ella exhiba un talante menos apacible, menos pastueño que el que ha mostrado durante este año de pandemia Salvador Illa, lo cual se ha convertido, a lo que parece, en su grandísimo activo para aspirar a presidir la Generalitat.
Más interés tiene la llegada a la cartera de Política Territorial de Miquel Iceta, un hombre inteligente, intelectualmente sólido y políticamente muy hábil que tiene en su haber el enorme mérito de haber rescatado a su partido de las profundidades de la irrelevancia en las que cayó en los tiempos de Pere Navarro y haberlo llevado hasta el punto en que ahora, con Salvador Illa como cabeza de cartel, algunos sondeos apuntan a que el PSC puede aspirar a ganar las elecciones en Cataluña. No es pequeño bagaje.
Pero ha hablado en público en muchas ocasiones de asuntos capaces de producir grandes y airados debates en todo el territorio nacional. Él fue el primero que habló de la conveniencia de indultar a los secesionistas catalanes procesados y luego condenados por sedición.
Él fue uno de los pocos socialistas, si no el único, que en pleno desafío independentista se mostró en varias ocasiones públicamente partidario de celebrar un referéndum al modo en que se habían celebrado en Québec o en Escocia.
Miquel Iceta, que es un federalista convencido, cuenta de entrada con la profunda desconfianza de una parte muy importante de la sociedad
También fue él el que afirmó en la misma época –con un clima de máxima tensión política- que si el apoyo al independentismo llegara a alcanzar en Cataluña el 65% la democracia española tendría que estudiar el modo de dar una respuesta a esa aspiración y encauzarla adecuadamente.
En fin, también fue él quien aseguró que había contado en nuestro país la existencia de 8 naciones –y las enumeró- pero descafeinó esa declaración que servía de sustento a la idea de determinada izquierda de que "España es un Estado plurinacional o nación de naciones”-teoría que le compró el propio Pedro Sánchez quien la formuló públicamente en la campaña electoral catalana de 2017- diciendo que nacionalidad y nación son términos sinónimos y, sobre todo, que “se puede ser nación sin aspirar a ser Estado”.
Eso último no se sostiene históricamente: toda nación en términos políticos, no culturales, aspira a ser Estado. Y en el caso de Cataluña a los hechos me remito. Pero la afirmación le sirvió para intentar tranquilizar a quienes se escandalizaron de que un político socialista abogara directamente por la desmembración de España, que quedaría así como una cáscara de huevo vacía de su contenido.
Con todo esto quiero decir que Miquel Iceta, que es un federalista convencido, cuenta de entrada con la profunda desconfianza de una parte muy importante de la sociedad, incluidos los votantes socialista de casi toda España. Pero que una cosa es hacer declaraciones en el ámbito de la política catalana, especialmente si se hacen desde la oposición y no desde el poder ejecutivo, y otra muy distinta es ocupar un lugar en el seno del Gobierno de España.
Desde esa posición que ocupa desde hoy en que toma posesión de su cargo se debe a todos los españoles y a sus problemas y necesidades, no sólo a los catalanes y sus reclamaciones. A él le afectarán inevitablemente, por ejemplo, las consecuencias de la trascendental tarea dirigida por la ministra de Hacienda de abordar un nuevo plan de financiación autonómica con lo que supone de exhaustivas negociaciones e irrenunciable exigencia de suma ecuanimidad y total ausencia de sospecha de preferencia o parcialidad. Una negociación decisiva e inaplazable.
El papel que Iceta desempeñe en esta legislatura marcará su prestigio y su futuro político para los restos. Naturalmente, no se trata en modo alguno de que renuncie a sus convicciones pero sí de que tenga muy presente que al asumir esa precisa cartera en el Gobierno de España ha dejado automáticamente de ser dueño de su particular laboratorio de ideas sobre el modelo territorial español -centrado fundamentalmente en Cataluña y sus circunstancias- y ha pasado a estar al servicio total de las de todos los españoles. Al servicio de todo el país.
De la mini crisis del Gobierno no hay mucho más que decir porque, como se daba por supuesto desde hace ya varias semanas quién sustituiría al ya ex ministro de Sanidad y quién haría lo propio en el ministerio de Política Territorial y de Función Pública, casi todo está ya escrito.
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