Vox salvó el jueves al Gobierno de una humillante derrota en el Congreso. La mayoría Frankenstein saltó por los aires tras la decisión de ERC de votar en contra del decreto sobre los fondos europeos, una jugada con la vista puesta en las elecciones catalanas. Por el mismo motivo (alejarse de Sánchez lo más posible antes del 14-D), el PP y Ciudadanos votaron también en contra. Así que fue la abstención de Vox la que permitió que el decreto saliera adelante para sorpresa de la mayoría de los diputados del Congreso y de los periodistas que cubren la información parlamentaria.
Desde el PP la consigna fue ir a degüello desde el minuto uno. "¿Quién es ahora la derechita cobarde?", le dijo un dirigente popular a Ana Belén Ramos para poner en valor que su partido es la verdadera y única oposición. Otros acudieron a una explicación técnica: "Dos días antes algunos diputados de Vox ya había votado telemáticamente y no sabían que sus votos iban a ser determinantes para la aprobación del decreto". Bla, bla, bla.
La decisión de Vox no es casual y tiene un indudable calado político, que es lo que de verdad inquieta en Génova, 13. Divertido por el revuelo que se ha armado, Iván Espinosa de los Monteros, en conversación con El Independiente, bromea: "Nos tienen mal ubicados. Cualquier atisbo de modificación del esquema Matrix que tienen en la cabeza les descoloca".
No es la primera vez que Vox se alinea con propuestas del Gobierno -absteniéndose o votando a favor- e incluso con iniciativas de Podemos. Pero no es lo mismo apoyar una regulación unificada para el cuerpo de bomberos a nivel estatal que permitir a Sánchez salvar un match ball en una votación sobre la administración de los 140.000 millones del programa de ayudas europeo del que depende en gran medida el futuro de la economía española.
Así que el dirigente de Vox tiene que reconocer que sí, que es trascendente lo que sucedió el jueves y tiene que ver, reconoce Espinosa de los Monteros, con que "se nos comience a visualizar como alternativa" y no sólo como comparsa del PP ante un eventual cambio de mayoría en el Congreso.
La derrota de Trump ha cambiado el paradigma del populismo. La abstención del pasado jueves es el aviso de que Vox quiere ampliar su perímetro electoral
La derrota de Donald Trump y más aún el espectáculo que se produjo en Washington el pasado 6 de enero seguramente ha dejado huella en el partido populista español que, de forma abierta, defendía la opción del candidato republicano en las elecciones de EEUU. "Nosotros no apoyamos a los tíos con cuernos que asaltaron el Capitolio, ni tampoco somos un partido fascista", afirma el portavoz de Vox en el Congreso.
El hecho es que Vox quiere ser la alternativa hegemónica de la derecha y sabe que para ello tiene que guardar en el baúl de los recuerdos algunas de las propuestas y actitudes que le han convertido, como dijo la Fiscal General del Estado Dolores Delgado cuando todavía era ministra de Justicia, en "la extrema extrema derecha".
Desaparecido Trump, Vox necesita nuevos referentes y socios. El acercamiento a Marine Le Pen fue tan sólo un movimiento táctico y ahora no existe relación entre el partido español y el Frente Nacional. Vox, desde su posición en el Partido de los Conservadores y Reformistas Europeos, busca el calor del Partido Conservador británico (pese a Gibraltar) y, sobre todo, del Partido de los Hermanos de Italia, que lidera Giorgia Meloni, que fue ministra en el cuarto gobierno de Berlusconi.
Pero sus simpatías les llevan también a las proximidades del partido derechista polaco Ley y Justicia y del ultra nacionalista Fidesz liderado por el primer ministro de Hungría Viktor Orban. Y eso marca mucho.
Vox aspira a tener un buen resultado en Cataluña e incluso acaricia el sorpasso al PP, lo que, de producirse, supondría un auténtico terremoto político a escala nacional.
El problema que tiene Vox para hacer creíble su aggiornamento es que una parte de sus votantes cree firmemente que Sánchez y Pablo Iglesias quieren llevar a España conscientemente a la ruina o a una dictadura bolivariana, lo que es prácticamente lo mismo.
El movimiento detectado esta semana seguro que tiene mayor alcance, pero hay que dar tiempo al tiempo y esperar. Vox no puede dejar de ser lo que es -un partido radical nacionalista de derechas que tiene en el rechazo a la inmigración ilegal una de sus más sobresalientes señas de identidad- pero Santiago Abascal es consciente de que si aspira a ampliar su perímetro electoral tiene que limar muchas de las asperezas de su formación y abandonar el lenguaje apocalíptico que le aleja de la mayoría de los votantes, que sigue residiendo en el centro.
Si ese giro a la moderación es real no es una mala noticia para el PP, a no ser que se sus dirigentes estén ciegos. Lo que impide ahora una alianza sólida en la derecha para enfrentar con opciones de éxito unas elecciones generales es precisamente el populismo extremo de Vox. Su actualización haría más fácil un acuerdo que podría abarcar desde Arrimadas a Abascal. Por mucho que se critique la foto de Colón, ha sido esa alianza, esa suma, la que ha permitido a la derecha desbancar a la izquierda en Andalucía y en Madrid.
Mientras que la derecha se presente por separado Sánchez seguirá gobernando, porque él tiene la opción de pactar con independentistas y proetarras, cosa que el PP no puede hacer. Así que, en lugar de empujar a Vox a posiciones antisistema, lo que debería hacer Casado es felicitarse de que el partido de Abascal comience a bajar del monte, aunque sea poco a poco.
Vox salvó el jueves al Gobierno de una humillante derrota en el Congreso. La mayoría Frankenstein saltó por los aires tras la decisión de ERC de votar en contra del decreto sobre los fondos europeos, una jugada con la vista puesta en las elecciones catalanas. Por el mismo motivo (alejarse de Sánchez lo más posible antes del 14-D), el PP y Ciudadanos votaron también en contra. Así que fue la abstención de Vox la que permitió que el decreto saliera adelante para sorpresa de la mayoría de los diputados del Congreso y de los periodistas que cubren la información parlamentaria.
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