Han salido para la campaña catalana los presos indepes, hechos ya como de remiendos carcelarios, como un calcetín o un hatillo. Ante Junqueras y los otros, todos como regresados de las Cruzadas, con barbas de telaraña y el fanatismo endurecido como el pan de las mazmorras, nos dicen que solo está el efecto Illa, o sea ese señor hervido dentro de su traje, esperanza de toda la gente tibia que vive en Cataluña al baño María. La verdad es que uno no cree que en Cataluña vaya a cambiar nada sustancial y solo ve un lento movimiento de Sánchez, como de serpiente de cestillo, calavera o mosaico. El icetismo del PSC, que no solo no ha desaparecido sino que ahora está en el mismo Gobierno, no aspira a combatir al nacionalismo, sino a darle la razón. Y Sánchez, por supuesto, quiere fortalecer su alianza de gobierno, no destrozarla.
Esta campaña se nos ha vendido como decisiva y espectacular, con presos y virus liberados igual que en un telefilm apocalíptico y hasta un ministro de lazareto, un profeta con llagas, tranquilo y arenoso, con su mensaje de paz y su cantimplora de calabaza, o sea Illa. Pero Illa es un figurante. Era un figurante en el ministerio de Sanidad, donde hacía de candelabro o de pianista de marcha fúnebre de Chopin, y lo es en Cataluña, donde hace de cojo de iglesia pidiendo votos a las buenas almas enternecidas por el sol y el cepillo de los domingos. Que el PSC pueda representar un cambio real en Cataluña, o sea una ruptura de la episteme nacionalista, es algo increíble ya desde Maragall. Pero es aún más increíble sabiendo que Illa es un mandadero de Sánchez y que Sánchez necesita a los indepes para seguir en el colchón de princesito con guisante de la Moncloa.
La campaña de Illa es la campaña de Sánchez y por eso vamos a ver al presidente más activo, más entregado y más ojeroso con Cataluña que con el virus, que a él le parece, incluso ahora, sólo un lejano paludismo vietnamita. El viernes hablaba Sánchez de "un punto de inflexión", y por supuesto no se refería a la curva de contagios, sino a "pasar página del procés". En realidad, Sánchez no es que prometa olvido o impunidad, sino que creo que promete algo peor: que no haga falta ningún procés. Sánchez sólo puede negociar con los indepes y la única manera de negociar con alguien que tiene un solo objetivo es concedérselo. Se puede jugar, si acaso, con los plazos, con las formas, con la paciencia. Pero incluso así la paciencia requiere un premio mayor, no menor, que la impaciencia.
Illa era un figurante en Sanidad, donde hacía de candelabro, y lo es en Cataluña, donde hace de cojo de iglesia pidiendo votos a las buenas almas
Sánchez no puede pasar página del procés gobernando con los que lo han inventado e impulsado, con los que lo siguen defendiendo, con los que todavía dicen que lo volverán a hacer agitando sus limas carcelarias. La única manera efectiva de pasar página sería no hacer nada, dejarlos ahí golpeando los barrotes con la escudilla, dejarlos incluso gobernar bajo ese tamtam inútil, sabiendo que su insistencia no les va a llevar a otro sitio, y que se duerman como los niños enfadados, entre sus lágrimas e hipidos. Pero eso lo sacaría de la Moncloa. Sánchez no piensa pasar página, sino concederles lo que desean de otra manera, una manera más lenta pero menos costosa. Es lo que siempre quiso el icetismo, que ahora tiene su propio ministerio.
El icetismo no es sólo eso de las 8 naciones, como si fuera un torneo de rugby. Es, sobre todo, ese federalismo que no es federalismo, sino una confederación dominada por tribus cuyo objetivo es abolir la ciudadanía por la identidad. Es lo que pretende el nacionalismo, y también casi lo mismo que pretende Podemos, pero el PSC no lo hace por convicción o fetichismo ideológico, sino por complejo histórico. Sánchez, por su parte, lo haría por simple interés. La solución del PSC es aún peor que un independentismo que se rebela con plásticos en las cancelas y revolucioncitas de balcón municipal y delincuentes haciendo cencerradas con el orinal. Significaría conceder la práctica totalidad de lo que pretende el nacionalismo y a menos coste que el independentismo unilateral. Y concedérselo a todos los nacionalismos. Eso sí que sería pasar página, una página bastante gorda, tan gorda como todas las páginas de biblia de Gutenberg de la Constitución.
Pero no se preocupen, que sin duda estoy exagerando. Presten ustedes atención, pues, a esta interesante campaña, definitiva y salvaje, en mitad de un humo de veneno o de fin de las guerras. Esta campaña en la que se vislumbra un tripartito purificador liderado por un señor de cine mudo que va a acabar con el nacionalismo inmemorial que lleva la cuenta de los siglos y de las monedas, y con el secesionismo que ha añadido a su fanatismo una venganza recocida en martirologios y martinetes carcelarios. Incluso si no hay tripartito, la fuerza renovada del PSC sanchista terminará de convertir a Junqueras y Puigdemont en patriotas constitucionalistas que apoyarán al César de la Moncloa sólo por el bien común. Y por pasar página, que ya se les nota muy cansados y arrepentidos.
Han salido para la campaña catalana los presos indepes, hechos ya como de remiendos carcelarios, como un calcetín o un hatillo. Ante Junqueras y los otros, todos como regresados de las Cruzadas, con barbas de telaraña y el fanatismo endurecido como el pan de las mazmorras, nos dicen que solo está el efecto Illa, o sea ese señor hervido dentro de su traje, esperanza de toda la gente tibia que vive en Cataluña al baño María. La verdad es que uno no cree que en Cataluña vaya a cambiar nada sustancial y solo ve un lento movimiento de Sánchez, como de serpiente de cestillo, calavera o mosaico. El icetismo del PSC, que no solo no ha desaparecido sino que ahora está en el mismo Gobierno, no aspira a combatir al nacionalismo, sino a darle la razón. Y Sánchez, por supuesto, quiere fortalecer su alianza de gobierno, no destrozarla.
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