Junqueras quiere que lo saquen de la cárcel porque él ama a todo el mundo, ama a España, ama la vida y ama el amor, como Julio Iglesias cuando ponía esos morritos de beber de un porrón de vino, patria y titis. El otro día me equivoqué, Junqueras no ha salido de la cárcel endurecido como un galeote en salazón, como un Sean Connery desencadenado, ni siquiera como el padre de Pipi Calzaslargas volviendo de un cautiverio de loros y bongos. A Junqueras la cárcel lo ha albondiguillado aún más, parece un pez globo sin veneno, ya en el plato, vuelto de costado hacia blandas dulzuras de boniato. Ya no quiere ser mártir, sino que le dejen salir. Antes que el referéndum, pedía la amnistía. Antes que la república, quiere la brisilla. Así son estos valientes partisanos que fueron con tartera a la revolución.
A Junqueras lo entrevistaba Ferreras en el Parlament catalán, al que se le ha quedado, con tanto forro rojo y tanta cortina destrenzada, un irremediable aire de circo de elefantes abandonado. Aquello, al final, no fue ninguna Bastilla ni ningún salón de pelucas de Pensilvania. De aquellos alardes de fiera república ganada en las escalinatas como por mosqueteros sólo fue quedando la constancia de un independentismo que gobernaba para el simbolismo, mientras Cataluña se despeñaba por la decadencia institucional, política, cívica y económica. Quizá se entiende mejor a Junqueras allí, ante sus balaustradas como de atrezo, ante su república como lo que quedó de un Titanic.
Junqueras sigue inflado pero está blandito, y no porque sea un humanista en el medievo de galleras y espadas toledanas de España, sino porque está vencido
De la república de los ocho segundos lo que queda es una capilla desmontable, como de torero, allí en el Parlament, y diversos intentos de supervivencia, entre ellos los de Junqueras y Puigdemont, pero también del PSC y de Sánchez. Intenta sobrevivir Junqueras al imperio de la ley y a la vez a sus camaradas, a todos esos héroes de cubata playero de la independencia, y lo intenta declarándose el más independentista del mundo pero a la vez amante de España, de la moral, del humanismo, del queso manchego y de los pajarillos del bosque. Intenta sobrevivir Puigdemont haciendo que no termine ese circo de elefantes o pulgas, único lugar en el que puede ser alguien. Intenta sobrevivir el PSC, aún, a la marca del 155. Y, por supuesto, intenta sobrevivir Sánchez conservando a los socios del club Frankenstein. Sí, es más fácil entender a Junqueras así que pensando que es un héroe de nana de la cebolla o un fraile francotirador en su campanario.
Junqueras usa el mismo misal o la misma literatura de cordel de siempre, esas falacias como botafumeiros sobre la autodeterminación o sobre una libertad sin imperio de la ley y sin Estado de derecho. Tampoco es nuevo eso de meter, revoloteando pesadamente, como un abejorro a vapor, el amor y la sentimentalidad, que son lo contrario a cualquier idea civilizada de ciudadanía. Pero ahora ya no suena a discurso en el cadalso, a algo por lo que Junqueras esté dispuesto a perder la cabeza o siquiera su zurrón con flauta y hogaza. No. Ante Ferreras, Junqueras sobre todo parecía alguien que quiere salir de la cárcel como de una pesadilla o un error, que habla de volver a sus clases de poeta muerto, alguien que ha pasado de aquel “que se metan el indulto por donde les quepa” a algo así como “si me indultan no me voy a quedar en la cárcel”.
Junqueras sigue inflado y se comparaba con Mandela, recordándonos lo poco heroico que resulta proclamarse héroe, como resulta poco santo proclamarse santo. Sí, sigue inflado pero está blandito, y no porque sea un humanista en el medievo de galleras y espadas toledanas de España, sino porque está vencido. Sabe que un gentío dominguero no puede por sí solo conculcar derechos fundamentales ni derogar una Constitución en Europa, una Europa que no va a consentir convertirse en una especie de Congo Belga. También está vencido Puigdemont, que sabe de primera mano lo que es ser un muñeco con platillos en lo alto de la última estantería del Parlamento Europeo. Puigdemont, sin embargo, apuesta por ser duro con Sánchez, mientras Junqueras apuesta por ser blando. Son diferentes tácticas pero una misma esperanza: el presidente Narciso.
Junqueras quiere que lo saquen de la cárcel, no se la merece porque él siente un amor grande como un pandero por la España de los venteros y por la Europa de los pueblos de silbos y de altares celtas, que él cree que la modernidad es eso. Desea tanto salir que el famoso referéndum quedaba en la entrevista por detrás de las descripciones noveleras de su libertad, en las que parecía rodar en peto por una colina de La casa de la pradera. Junqueras está así de blandito porque sólo intenta sobrevivir, como un gordito en la mili. Él no es ningún héroe, sino una especie de poetilla de la Virgen en versión tribal (tampoco es un héroe Puigdemont, al que le cuesta poco pedir otra declaración de independencia carnavalera escondido en un iglú como Mortadelo).
Para sobrevivir, Junqueras se intenta camelar al progre español, por si se siente hermanado en ese humanismo de caldero tribal y se siente llamado por esa piedad de señora con gatos gordos, cosa que puede que funcione. Como ya he dicho, bastaría con no hacer nada para que el secesionismo se consumiera en su decadencia. Pero está Sánchez, que ofrece tantas posibilidades que a Puigdemont le merece la pena ser gallito y a Junqueras le merece la pena ser cagón.
Junqueras quiere que lo saquen de la cárcel porque él ama a todo el mundo, ama a España, ama la vida y ama el amor, como Julio Iglesias cuando ponía esos morritos de beber de un porrón de vino, patria y titis. El otro día me equivoqué, Junqueras no ha salido de la cárcel endurecido como un galeote en salazón, como un Sean Connery desencadenado, ni siquiera como el padre de Pipi Calzaslargas volviendo de un cautiverio de loros y bongos. A Junqueras la cárcel lo ha albondiguillado aún más, parece un pez globo sin veneno, ya en el plato, vuelto de costado hacia blandas dulzuras de boniato. Ya no quiere ser mártir, sino que le dejen salir. Antes que el referéndum, pedía la amnistía. Antes que la república, quiere la brisilla. Así son estos valientes partisanos que fueron con tartera a la revolución.
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