El PP dejó de fichar toreros cuando volvían a estar de moda (ahora parecen rebeldes como drag queens) y se fue al centro justo cuando el centro moría. No hay manera de que acierten. Dicen los pitonisos que en Cataluña está a punto de pasarlos Vox, mientras la gente aún se pregunta si Casado está por delante o por detrás de Ayuso. El PP, con inercia de carretón, llega tarde a todo desde Rajoy, del que parece haber heredado unas pantuflas encharcadas. Buscando el sitio, sacrifica a su inteligencia por inteligente (Cayetana), posterga a sus iconos por folclóricas (Ayuso) y confunde la moderación con la invisibilidad. El PP buscó el centro y el centro es lo que van a aplastar, al menos en Cataluña. Lo van a aplastar entre el nacionalismo racial de los indepes, el otro nacionalismo de subsistencia de los socialistas, el podemismo que está en modo demolición, y Vox, claro, que es para todos éstos una conveniente comparsa, el torero de bombero torero de lo español que les justifica y apuntala.
Casado estuvo desde el principio un poco perdido en el partido, como un niño perdido en un gran colegio oxoniense. Quería devolver la ideología a esa lenta partida de cinquillo con café con leche que era el marianismo, y a lo mejor se pasó, como en eso de fichar a toreros como el que ficha al Tenorio o a la tuna. Fue una primera competición con Vox, una competición como de panoplias o abanicos españoles, algo bastante ridículo. Casado seguramente se dio cuenta y quiso girar al centro, un centro más modosito que ideológico. Pero mientras dudaba con el tono y con el vestuario, el sanchismo iba trazando una línea entre los suyos y un facherío indistinto, de paellada común y bandera de lata. La incorporación de Podemos lo simplificó todo aún más. El trifachito no era un contrincante, sino un aliado. Vox no era su némesis, sino su salvación. Vox era como la novia de Frankenstein que su Frankenstein necesitaba.
El trifachito no era un contrincante, sino un aliado. Vox no era la némesis del sanchismo, sino su salvación. Vox era como la novia de Frankenstein que su Frankenstein necesitaba"
El PP se ha ido al centro, o algo así, porque siempre lo vemos movido o moviéndose, de Fraga a Aznar por un camino como de elefantes, o de Rajoy a Casado por un camino como de ferrobús. En todo caso, un camino entre la exploración y el despeñadero. El PP, eso sí, ha roto con Vox, que cansaba ya mucho con tanto bobo de españolidad austrohúngara y tanto guante de duelista arrojado delante de chimeneas con cornucopia. Vox no está en política, está como en La venganza de don Mendo, ahuecando capas, jugando a las siete y media, dando de sí calzas y vertiendo sangre de cojín o de porrón. Se diría que sólo Trump los hace contemporáneos, que ya es decir. Casado rompía, pues, con Vox, pero quizá es tarde, al menos en Cataluña.
En Cataluña, el ambiente político fanatizado, adiestradamente fanatizado (el nacionalismo les hace estar entrenados en el fanatismo de una manera olímpica y patriótica, como los chinos en ping-pong); ese ambiente, decía, hace que todo arda antes y más, por eso no nos sirve para extrapolar, pero sí para experimentar. Cataluña es la probeta de España y seguramente de Europa, allí es donde están experimentando ahora la polarización extrema, la involución tribal y el iliberalismo de izquierda y de derecha. Cataluña es el sujeto con fiebre en el que prueban sus cataplasmas el sanchismo extremófilo, los nacionalismos, los posmarxismos y los populismos, a ver hasta dónde se puede llegar. Y el panorama que se ve es el de una ortodoxia ya no política, sino casi moral, formada por una alianza de izquierdistas y nacionalistas frente a los "fachas".
Para que esto funcione no sólo hace falta que los fachas sean visibles como nunca, o sea con toda su parafernalia de toreros, tenorios y tunos, sino también que desaparezca el centro político. Con este centro no me refiero al centro vergonzante o comodón de Casado, o a la derecha más civilizada, sino ya a todo lo que hay entre la extrema izquierda y la extrema derecha, incluido el PSOE. Pero el PSOE ya está desaparecido en el sanchismo, que sólo es aritmética de la supervivencia y ya sabemos a quién ha elegido para sobrevivir. Los que estorban en este esquema, pues, son Ciudadanos y PP. Vox no sólo encaja aquí maravillosamente, como un puñalito de don Mendo en su vaina, sino que es absolutamente necesario.
Vox es la novia de Frankenstein, es el complemento cóncavo que se le ha fabricado al monstruo, es el contrapeso de cama nupcial que necesita esta alianza aciaga de nacionalismos e izquierdismos extremos para completar su plan. Sin Vox, se acaba el experimento y se derrumban las expectativas. Hace falta Vox, el espantajo de Vox, para que en los cándidos y asustadizos pueda calar la idea de que la moderación o la libertad pueden estar del lado del sanguinolento Otegi, o de este Iglesias que declara que esto no será democracia hasta que llegue la suya de hogueras y dedito de Nerón. Vox, estos valientes aterrorizados por vaginas dentadas e inmigrantes que venden pañuelos, estos trumpistas de pionono que necesitan escoriales para sus mentiras y trabucos para sus complejos, estos patriotas de capotazo que no podrían gobernar porque no distinguen la realidad de una canción del Fary o de un beso de Azofaifa. Sin Vox, seguramente Sánchez estaría trabajando para Bibiana Aído y los sediciosos no estarían pensando en la amnistía, sino en una lima. Claro que van a aplastar el centro. Y, por primera vez, puede que Casado llegue a su hora para algo.
El PP dejó de fichar toreros cuando volvían a estar de moda (ahora parecen rebeldes como drag queens) y se fue al centro justo cuando el centro moría. No hay manera de que acierten. Dicen los pitonisos que en Cataluña está a punto de pasarlos Vox, mientras la gente aún se pregunta si Casado está por delante o por detrás de Ayuso. El PP, con inercia de carretón, llega tarde a todo desde Rajoy, del que parece haber heredado unas pantuflas encharcadas. Buscando el sitio, sacrifica a su inteligencia por inteligente (Cayetana), posterga a sus iconos por folclóricas (Ayuso) y confunde la moderación con la invisibilidad. El PP buscó el centro y el centro es lo que van a aplastar, al menos en Cataluña. Lo van a aplastar entre el nacionalismo racial de los indepes, el otro nacionalismo de subsistencia de los socialistas, el podemismo que está en modo demolición, y Vox, claro, que es para todos éstos una conveniente comparsa, el torero de bombero torero de lo español que les justifica y apuntala.
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