La princesa Leonor se va al extranjero como sobre caballitos de mar con corona, en ese colmo del lujo que ya es fantasía, y eso a lo mejor no es normalidad democrática. En eso piensan algunos, en princesas que hacen cosas de princesas, o sea hilar sus rizos en oro de broche, vivir dentro de un minué como dentro del miriñaque, o ir a colegios de chocolate suizo. La verdad es que dos años de educación de élite para la futura reina nos van a costar más baratos que dos años de niñera de Iglesias, y eso a lo mejor sí que no es normalidad democrática. En realidad, los reyes no cuestan tanto para todo lo que llenan. Sus discursos tienen que llenar lo que no llenan la sopa de adorno que sirven y el escritor remendón al que premian, su presencia tiene que llenar la ópera a la que nadie va y su pedagogía elemental y hasta simplona de la democracia tiene que llenar la ignorancia y el sectarismo de estos políticos que se han olvidado de la democracia y hasta de los botones.
La princesa Leonor se irá a un colegio galés, con dragón bordado en la graciosa boina seguramente, y hará un bachillerato que ya será más que toda la carrera internacional de todo el equipo del Ministerio de Igualdad. Al final, las princesitas de carey están más preparadas que nuestros asesores de nivel 30 y así no va a haber manera de que llegue la república, claro. Un rey, que no hace nada, sólo firmar lo que le ponen y leer lo que le escriben y posar para el tapiz de Goya que tiene detrás, tiene que saber de todo, o de casi todo, o al menos defenderse en casi todo. Sin embargo, los que nos gobiernan no tienen que saber de nada, y eso a lo mejor es normalidad democrática. Un rey se prepara años y años igual entre violas que entre helicópteros para hablar alguna vez con un nobel o con una soprano, mientras que los que tienen que decidir nuestro futuro llegan a los ministerios con un cursillo de la Cruz Roja enrollado como un papiro de Alejandría y un sacaleches sostenido como una trompeta de alegoría. Esto debe de ser algún tipo de discriminación y alguien caerá pronto en clasificarla adecuadamente.
Quizá porque en los ministerios de la nueva política sólo hay nodrizas mullidas y ministras de pezón alegórico y rubeniano se hace más valiosa una princesa aplicadita y con arpa"
Uno preferiría tener políticos de élite a princesitas de élite y a niñeras de élite que cuestan más caras que la princesita con todo su bachillerato, su violonchelo y su poni, pero así están las cosas. Quizá precisamente por eso, porque en los ministerios de la nueva política sólo hay nodrizas mullidas y ministras de pezón alegórico y rubeniano que son aún más de tapiz que la realeza; quizá por eso, decía, se hace más valiosa una princesa aplicadita y con arpa. Una princesita que estudie música, álgebra, griego, urbanidad e historia de la democracia como la historia del sombrero es valiosa porque ya casi nadie estudia eso ni le hace caso a eso, sobre todo a la democracia. Me refiero a la democracia como tradición y como protocolo más allá de las ideologías.
En la princesa Leonor estudiando para princesa, que es estudiarlo todo y nada, aprendiendo latín o practicando tiro con arco, ve uno la importancia de toda la monarquía. La princesa estudia cosas que seguramente no hacen falta, como no haría falta ella, como no haría falta la monarquía, si no fuera porque ya son casi los únicos que atienden a las formas elementales de la democracia, una democracia que ya parece esgrima o un rigodón. La princesa no está estudiando nada concreto, quizá sólo estudia el hábito de estudiar en vez de meterse a concejalilla, que ya es bastante pedagógico. La princesa hace su mili de princesa, su mili cívica, cuando ya nadie hace la mili, y eso es pedagógico también. Lo de Gales, por cierto, no tiene tanto sentido académico como iniciático. Siempre habría que estudiar fuera, simplemente por estudiar fuera, por salir fuera y conocer diferentes paisajes, caracteres, climas, estampados, acentos, cornamusas y hasta amores con toda clase de pecas.
El bachillerato de la princesa Leonor, con todo su tocador de princesa y todos sus maestros de música de princesa, nos sale más barato que las asistentas especializadas en nanas y rooibos, ese té sudafricano, pijo y como volcánico, más caro porque no tiene nada, que le gusta a Irene Montero según un vídeo que ellos mismos publicitaron. En el vídeo, la famosa asesora hacía de camarera para su ministra, que no se decidía entre sales de soponcio, zumo de naranja y ese zumo de hojas. Ahí Irene Montero sí que parecía Cleopatra escogiendo entre leches de burra, o sea que parecía más imperial de lo que parecerá nunca la princesa Leonor tomando caldo de una cuchara vacía de caldo (eso hacen las princesas), leyendo El Quijote, entregándole un diploma a un ajedrecista o practicando piano con la espalda rectísima.
La princesa Leonor se va al extranjero con todos sus baúles de princesa, preparamos a un jefe de Estado en ese duro oficio de hablar de todo, aguantar todo, no moverte ni ante los cañones y defender los rudimentos de la democracia cuando ya parecen los rudimentos del bordado. Y todo eso nos sale más barato que una tata que sopla los potitos de la Sagrada Familia obrera. Sale hasta más barato que el programa de la tele pública en la que le pusieron rótulos con guasa o mala baba. Las princesitas de peine de oro no sólo están más preparadas que nuestros políticos, sino que salen más baratas y, encima, como han estudiado y practicado la Constitución y la democracia como se estudian y se practican las reverencias, no las confundirán nunca con la pedrada, el linchamiento o la pantufla. Así, claro, no va a llegar nunca la república.
La princesa Leonor se va al extranjero como sobre caballitos de mar con corona, en ese colmo del lujo que ya es fantasía, y eso a lo mejor no es normalidad democrática. En eso piensan algunos, en princesas que hacen cosas de princesas, o sea hilar sus rizos en oro de broche, vivir dentro de un minué como dentro del miriñaque, o ir a colegios de chocolate suizo. La verdad es que dos años de educación de élite para la futura reina nos van a costar más baratos que dos años de niñera de Iglesias, y eso a lo mejor sí que no es normalidad democrática. En realidad, los reyes no cuestan tanto para todo lo que llenan. Sus discursos tienen que llenar lo que no llenan la sopa de adorno que sirven y el escritor remendón al que premian, su presencia tiene que llenar la ópera a la que nadie va y su pedagogía elemental y hasta simplona de la democracia tiene que llenar la ignorancia y el sectarismo de estos políticos que se han olvidado de la democracia y hasta de los botones.
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