La campaña de las elecciones catalanas llega a su fin y lo único seguro es que, por desgracia, los independentistas van a volver a ganar.
Puede incluso que JxC, el partido de Puigdemont, supere a ERC y al PSC, lo que daría la medida del deterioro que se ha producido en la sociedad catalana y lo difícil que va a ser intentar reconducir la situación por las vías de la sensatez. Porque, si gana JxC, a ERC no le quedará más remedio que ponerse de rodillas y reconocer que su acercamiento al Gobierno, la mesa de diálogo y el apoyo al PSOE en el Congreso en momentos críticos, sólo han servido para darle oxígeno a su competidor. La imagen en plasma del ex president se habría impuesto a la presencia en carne mortal -gracias a un tercer grado ilegal- de Oriol Junqueras.
La última esperanza de que algo pueda cambiar sobre lo que ya teníamos, dicen incluso en Moncloa, es que triunfe ERC y que los republicanos puedan gobernar en minoría con apoyo de los Comunes. En ese escenario, el PSC daría su respaldo puntalmente al Govern, lo que posibilitaría la continuidad del apoyo de los republicanos al Gobierno de coalición en el Congreso de los Diputados. Triste perspectiva.
Sin embargo, va a ser muy difícil que si el bloque independentista (JxC+ERC+CUP) suma 70 escaños o más, como apuntan todos los sondeos, es decir si obtiene una cómoda mayoría absoluta, ERC se atreva a romper el statu quo.
El electorado premia la ensoñación que representan Puigdemont y Junqueras, mientras que Casado despista al votante españolista catalán y provoca un incendio interno en su partido al criticar la actuación de la policía durante el 1-O
El llamado 'cordón sanitario' al PSC, la firma de un documento de los partidos independentistas comprometiéndose a no gobernar con los socialistas es un clásico de la política catalana. Primero fue el Pacto del Tinell, luego la firma ante notario de Artur Mas de un papel comprometiéndose a no llegar a acuerdos con el PP... y ahora el boicot al PSC. Aunque ERC no es de fiar, (de hecho, su cabeza de lista, Pere Aragonés, ni siquiera ha estampado su firma en el documento), la idea de un un gobierno tripartito, PSC+ERC+Comunes, hoy ya nadie la considera una opción realista.
Salvador Illa se va a quedar con la miel en los labios. Su efecto le ha servido al PSC para llegar "a la final", en terminología monclovita, pero para poco más. La tontería del 'cordón sanitario' le dará, en todo caso, un empujón a un candidato que ha llegado al final de campaña con la lengua fuera. El PSC consigue así situarse como el adversario de los nacionalistas y esa imagen de sólo ante el peligro incluso podría lograr, si moviliza a sus bases, que los independentistas no superasen el 50% de los votos.
Si la duda en la cabeza de la tabla será cuál de los dos partidos independentistas acaba imponiéndose o si, finalmente, Illa logra un triunfo por los pelos, la pelea en los puestos de cola será mucho más apasionante.
El PP, que hace un mes aspiraba incluso a desbancar a Ciudadanos como partido hegemónico en la derecha catalana, ahora se conformaría con formar grupo parlamentario (5 escaños). ¡Hasta sus dirigentes en Cataluña dan por hecho que habrá sorpasso de Vox!
Si ya fue un error el fichaje de Eva Parera (que su etapa en Unió defendió el derecho a decidir), porque despistaba al votante del PP más españolista, las declaraciones de Pablo Casado distanciándose de Mariano Rajoy criticando la actuación policial durante el 1-O han terminado por animar a los dudosos a votar por el partido de Abascal.
Cómo se puede cometer un error tan garrafal en la recta final de la campaña es algo difícil de explicar. Si con ello Casado buscaba rascar algún voto del nacionalismo moderado se ha equivocado de medio a medio. No sólo ha echado en brazos de Vox a los que se rebelan contra el pensamiento único que ha imperado en Cataluña, con más o menos intensidad, durante la última década, sino que ha provocado el enfado de la vieja guardia del partido y dado la oportunidad al presidente gallego, Núñez Feijóo, de volver a marcar distancias con un mensaje propio.
Ese viraje hacia ninguna parte ha hecho que muchos de los votantes decepcionados de Ciudadanos (otro de los grandes perdedores de estos comicios), en lugar de recalar en el PP, terminen yéndose a Vox.
La gran diferencia entre estas elecciones y las que se celebraron en diciembre de 2017 está precisamente en que la alternativa que surgió como respuesta a la declaración unilateral de independencia, un Ciudadanos triunfante con 36 escaños, ha quedado echa pedazos sin que su antorcha haya sido recogida por un partido de centro moderado.
La campaña de las elecciones catalanas llega a su fin y lo único seguro es que, por desgracia, los independentistas van a volver a ganar.
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