Las elecciones catalanas de este 14 de febrero de 2021 tendrán, nadie lo duda, una brutal repercusión en clave política nacional. Un “tsunami” que trascenderá el marco autonómico que les es propio y que puede originar importantes movimientos de piezas en el tablero general, como en pocas convocatorias autonómicas se había visto con anterioridad. Con las espadas aún en alto, a la hora de escribir esta pieza, todo parece apuntar a una fortísima irrupción de Vox, a un serio revés para Ciudadanos y para el Partido Popular y a un endiablado triple empate "en las alturas" entre los nacionalistas e independentistas de ERC y JxCat y los constitucionalistas del PSC, que ‘surfean’ en la ola del esperado por muchos y temido por otros ‘efecto Illa’.
Ha sido esta una campaña, como es habitual, en la que los liderazgos han jugado un papel muy importante, pero en la que no lo han sido todo. Sin ánimo de ser innecesariamente exhaustivos, en las últimas semanas, por ejemplo, se ha hablado mucho del llamado efecto Illa, aunque todo el mundo es ya consciente de que el resultado del PSC no va a depender solamente del tirón personal del exministro de Sanidad.
Salvador Illa, el “hombre tranquilo”
Ha sido el exministro un candidato que ha encarnado una brillante y bien delineada operación de marketing pero que ha tropezado con notables inconvenientes. Frente a quienes pretendían presentar, de manera simplista y con un total tremendismo, a Illa como "el candidato de los noventa mil muertos", este se ha revelado como un líder tranquilo, sensato, dialogante y con las ideas muy claras acerca de lo que quiere hacer con Cataluña si llega finalmente a ocupar el despacho de la Plaza de Sant Jaume. Su papel en los debates ha sido discreto, pero en los últimos días ha sufrido un gran deterioro por la polémica, tan artificial como innecesaria, de su negativa a someterse a una PCR antes de entrar al plató de TV3 lo que, según algunos, sería un serio indicio de que el exministro podría haberse vacunado.
Los “cordones sanitarios” refuerzan a quienes los sufren
Lo relevante, por encima del liderazgo de Illa, es que el PSC, en el caso de estos comicios, romperá sin duda su tendencia habitual: hablamos de una formación que siempre comienza sus campañas catalanas con unas excelentes expectativas y a lo largo de las mismas se va “desinflando”. No será así, estoy convencido, aunque está por ver si se confirman las expectativas demoscópicas que hablan de un triple empate. Ese vergonzoso “cordón sanitario” que han suscrito las cuatro formaciones independentistas jugará también en favor de los socialistas. Tengo acreditado el efecto movilizador que suponen siempre en política las operaciones a la contra y si algún votante tradicional del PSC tenía la tentación de hacerse el perezoso para acudir a las urnas, no creo que ahora tenga dudas de que debe ejercer su derecho al voto.
El documento, por lo demás, tiene una falla evidente: en lo único que están de acuerdo es en demonizar al candidato socialista, pero todos saben que las relaciones entre todos ellos están destruidas. ¿Puede deducirse de ese pacto que tras el 14-F habrá un gobierno autonómico independentista? No lo parece, a pesar de que los números darían de sobra, sin necesidad de conocer el resultado final de las urnas. Illa tendrá un gran resultado, veremos si suficiente para ganar y llevar el PSC a ser el partido más votado. En ese caso, me consta, que, sí o sí, intentará formar gobierno.
Los independentistas, a vueltas con su tradicional cainismo
¡Qué decir de una ERC que, a diferencia de los antiguos convergentes, siempre comienza a tope sus campañas y se va desinflando al final de ellas!
Su candidato, el actual presidente en funciones Pere Aragonés, no es precisamente un hombre que arrastre a nutridas masas enardecidas tras de sí. Pero ha contado con la inestimable ayuda de un Oriol Junqueras excarcelado para hacer campaña, e incluso con la presencia de un Arnaldo Otegui que ha gustado a sus huestes. Si continuará gobernando o no, es una cuestión imposible aún de dilucidar, aunque gane las elecciones. Su tradicional enfrentamiento con los herederos de CiU, hoy nucleados en torno al liderazgo en la sombra del ausente Puigdemont y con una candidata con problemas judiciales como Laura Borrás, será un grave obstáculo para ello. Las diferentes formas y plazos a la hora de encarar esa hipotética y objetivamente imposible “república catalana” enturbiarán un río revuelto en el que el mejor pescado será probablemente, como ya he dicho, para Salvador Illa.
La CUP, por su parte, esa curiosa e imprevisible formación antisistema que busca abiertamente la “confrontación con el Estado español”, mantendría más o menos sus resultados, mientras que la facción de los antiguos convergentes liderada por el otrora todopoderoso Artur Mas que ha tenido como candidata a una educadísima pero insulsa Àngels Chacón quedaría sin representación y sumida en la irrelevancia política, u obteniendo como mucho apenas un escaño en Lleida y otro tal vez en Girona. Poca cosa para quien un día lo fue todo, el gran hereu, en Cataluña.
El centro-derecha tradicional… desarbolado
Pero el posible cataclismo, que tendrá consecuencias a escala nacional, no vendrá por el lado descrito, sino por el de la derecha españolista. Las cosas pintan mucho peor tanto para Ciudadanos como para el PP. En el caso de estos últimos no puede decirse que hayan contado con un mal candidato que, sin rozar la excelencia, ha hecho lo que ha podido con la solvencia de la que ha sido capaz. Alejandro Fernández no ha tenido un mal papel en los debates televisivos ni en sus actos públicos. Pero me temo que su resultado electoral no será, en el mejor de los casos, superior al cosechado por Xavier García Albiol y que les dejó con cuatro escaños, testimoniales, en el Parlament.
La presión sufrida por los populares desde su flanco derecho, con una formación -Vox- que les come terreno a marchas forzadas, sigue erosionando la marca electoral de Génova 13. Sus votantes catalanes vuelven a sentir el frío de la orfandad españolista que, ya en las últimas convocatorias, les echó en brazos de aquel Ciudadanos de Rivera y Arrimadas y que ahora no les va a devolver a su PP tradicional -el de Piqué o Sánchez-Camacho- sino al partido de Santiago Abascal. Las últimas declaraciones de Pablo Casado, tratando de establecer una distancia entre él mismo y las actuaciones del gobierno presidido por su antecesor, Mariano Rajoy, aquel maldito 1 de octubre de 2017, parecen haber enfurecido a parte de su parroquia y barruntan problemas internos para el joven líder del PP. Sea cual sea el resultado, no será bueno. Casado deberá -a partir del día 15 de febrero- echar el resto con sus barones más exitosos y populares, como el gallego Feijóo, el andaluz Juanma Moreno Bonilla o la madrileña Díaz Ayuso, si quiere que su liderazgo no comience a verse cuestionado.
Ciudadanos: del Olimpo de los vencedores a la tierra de nadie
No correrán mucha mejor suerte los naranjas. La mediática e increíble salida de una postergada Lorena Roldán y la designación de Carlos Carrizosa como candidato aventaba problemas para unos naranjas que venían, nada menos, que de ganar -con 36 escaños- las últimas elecciones. Carrizosa, cuyas intervenciones públicas han quedado diluidas entre el ruido de los independentistas y del discurso populista y antimigratorio de Vox, ha luchado por que la implosión de Ciudadanos no sea el principio del fin de este partido. Su papel en los debates ha sido estimable y no ha cometido errores de bulto… Pero tampoco creo que haya hecho levantarse a nadie de sus sillas ni enardecer a su público. Sus resultados, que en el mejor de los casos no superarán la tercera parte de los cosechados hace tres años por Arrimadas, forzarán sin duda un replanteamiento estratégico en la dirección de este partido en Madrid. Está claro que la posición, valiente pero a veces algo errática de su líder, Inés Arrimadas, no está siendo bien comprendida por sus votantes. Urge a los naranjas pasar página, de una vez, de la época Rivera, pero hacerlo con paso firme y objetivos claros para no seguir instalados en una indefinición ideológica que les penaliza.
¿Vox, cuarta fuerza política?
¡Qué diferentes son los augurios para los cachorros de Santiago Abascal!
Vox podría llegar a situarse como la cuarta fuerza política en Cataluña… ¡quién lo hubiera dicho hace tan solo un año! Su discurso, populista y enardecidamente trufado de nacionalismo español, con brotes xenófobos en su demonización general del fenómeno migratorio en una comunidad con zonas muy castigadas por la delincuencia y la marginalidad, ha calado. Golpes de efecto como el de Abascal hace unos días encarándose, con pose de actor de Hollywood, frente a unos independentistas en Tortosa gustan a un buen puñado de electores, varios cientos de miles, que han decidido ya que prefieren la dureza abierta contra quienes consideran traidores antiespañolistas que los matices de Ciudadanos o del Partido Popular. No descubro nada si digo que Ignacio Garriga no es precisamente un politólogo de alta escuela, pero tiene algo nada desdeñable en política: no cae mal a nadie. Así de simple y básico.
De formas corteses y educadas, este odontólogo de profesión, que ha llegado a ser un orador relativamente eficaz, triunfó en los dos últimos debates televisivos. Haber sido tildado varias veces de “fascista” por la candidata independentista no ha hecho más que reforzarle ante su público. Lo reitero: el victimismo inteligente da buenos réditos políticos. Siempre. Más aún en televisión: cuando alguien ataca con saña inusitada a un oponente, el grueso de la tropa se pone de parte del atacado, no del agresor.
Manos libres para Sánchez en los dos próximos años
La debacle descrita en la oposición de derechas, que tendrá su foto final en la noche de este reñido 14-F catalán, es una garantía más que segura para una continuidad, relativamente tranquila, hasta el final de la legislatura del gobierno de Pedro Sánchez, que en los próximos dos años ya no debe afrontar más citas electorales. A ello contribuirán también, paradójicamente, las debilidades de sus socios por la izquierda. Un deterioro que las sucesivas salidas de tono de Iglesias en las últimas semanas ha contribuido a acrecentar. El papel de una Jessica Albiach, que ha pasado completamente inadvertida en esta campaña, ha contribuido a facilitar un trasvase, moderado pero seguro, de votos desde la marca de una Ada Colau, en horas cada vez más bajas, a la de un Salvador Illa pausado pero sólido. Podemos ha dejado de estar en condiciones de plantear grandes exigencias a un PSOE y a un Sánchez que van a salir reforzados de esta cita y que van a contar casi con manos libres para afrontar una nueva era post-Covid diseñada a su manera, sin más molestias que las que pueda ocasionarles el ruido ambiente que Vox genere en el Congreso de los Diputados.
Sea cual sea el resultado en la cita electoral del domingo, es evidente que tendremos un escenario tremendamente complejo. Lo vetos cruzados de los partidos abogan a la ingobernabilidad y nos vuelven a poner en frente al fantasma de una repetición electoral. España y Cataluña no son Borgen. Todo es posible, incluso en plena pandemia y con la desesperada necesitad de los catalanes de volver a presumir de sí mismos y su tierra.
Las elecciones catalanas de este 14 de febrero de 2021 tendrán, nadie lo duda, una brutal repercusión en clave política nacional. Un “tsunami” que trascenderá el marco autonómico que les es propio y que puede originar importantes movimientos de piezas en el tablero general, como en pocas convocatorias autonómicas se había visto con anterioridad. Con las espadas aún en alto, a la hora de escribir esta pieza, todo parece apuntar a una fortísima irrupción de Vox, a un serio revés para Ciudadanos y para el Partido Popular y a un endiablado triple empate "en las alturas" entre los nacionalistas e independentistas de ERC y JxCat y los constitucionalistas del PSC, que ‘surfean’ en la ola del esperado por muchos y temido por otros ‘efecto Illa’.
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