En estas elecciones ha habido tres claros ganadores y un evidente perdedor. Uno, el PSC que ha casi doblado su representación parlamentaria y ha confirmado el acierto de la apuesta hecha por el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, que se arriesgaba mucho con la decisión porque si Salvador Illa hubiese fracasado la factura se le habría pasado al palacio de La Moncloa.

Dos, el independentismo, que ha conseguido, sumando todas sus fuerzas, una amplia mayoría absoluta de 74 escaños y que ha logrado por primera vez en su historia superar el 50% de los votos emitidos, lo cual impulsará su ofensiva contra la España constitucional.

 Y tres, Vox, el partido de la derecha radical española que ha obtenido un éxito formidable y que se ha alzado con el liderazgo de la derecha política en Cataluña.

Vamos con el primero. El candidato socialista ha conseguido la hazaña de quedar vencedor  en votos y empatar en escaños con Esquerra Republicana. Eso es más de lo que al comienzo del recuento pensaban en la sede del PSC que conseguirían finalmente. Pero lo han logrado y lo han hecho con un mensaje alejado de los tradicionales coqueteos del socialismo catalán con las posiciones de los nacionalistas ahora transmutados en independentistas.

El mensaje de Illa durante la campaña ha sido muy claro. Conciliador pero netamente distanciado de toda veleidad de aproximarse al secesionismo.  No cabe duda de que una parte de los votos recibidos por este candidato fueron aquellos que le proporcionaron a Inés Arrimadas su histórica victoria, tan desperdiciada luego, de diciembre de 2017. Ciudadanos se desangra en Cataluña pero le ha hecho una transfusión impagable al Partido de los Socialistas Catalanes que le ha permitido revivir, y de qué manera, en estas elecciones hasta el punto de alzarse con la victoria electoral.

Ciudadanos se desangra en Cataluña pero le ha hecho una transfusión impagable al Partido de los Socialistas Catalanes que le ha permitido revivir, y de qué manera, en estas elecciones

Hace bien el señor Illa en  someterse, o eso al menos dijo durante la campaña, a una sesión de investidura  aunque corra el riesgo -grande a la vista del panorama- de perderla. Es la forma más eficaz de subrayar su victoria y la más llamativa de forzar a ERC, el árbitro del próximo gobierno catalán junto con la CUP, que ha más que doblado su representación, a elegir pareja de baile para los próximos cuatro años.

Mucho me temo que los de Junqueras nunca se atreverán a independizarse, dicho esto en el sentido tradicional y no político del término, de su particular señora Danvers, el ama de llaves que se autoerige en guardiana de la esencias  y ejerce su implacable dominio sobre todo y sobre todos los que viven alrededor de su causa, y que en este caso está representada por JxCat, el partido más radical y dispuesto al choque frontal con el Estado español por el procedimiento de reproducir la declaración unilateral de independencia.  

Lo probable es que ahora se abra una ronda de negociaciones entre los dos principales partidos independentistas, negociación de futuro más que incierto y que podría alargarse peligrosamente en el tiempo hasta llegar a dibujar un camino sin salida. Pero ERC no se atreverá probablemente a escapar de las garras de JxCat aunque quizá lo esté deseando.  

Porque, aunque hayan firmado ese papel cutre que les ha puesto a la firma un grupo marginal muy minoritario según el cual los republicanos también se comprometían a no pactar con Salvador Illa -lo que pone de relieve el grado de improvisación y la capacidad de presión o chantaje de cualquiera que haga gala de su radicalidad- lo cierto es que ERC antes de la campaña electoral ha estado dispuesta más de una vez y más de dos a sacarle las castañas del fuego en Madrid al Gobierno de Pedro Sánchez.

Pero a ERC le marca muy de cerca su gran enemigo interior, que es el partido de Puigdemont, que no consentirá nunca, bajo amenaza de acusaciones de traición a la causa, un pacto abierto ERC-PSC con el apoyo de los Comunes, la fórmula soñada por el presidente del Gobierno. Eso no va a suceder por mucho que Salvador Illa haya ganado las elecciones. Lo probable a estas alturas es que el candidato socialista se tenga que conformar con liderar la oposición a un gobierno ERC-JxCat-CUP porque la opción de un gobierno en minoría de ERC y los Comunes apoyado desde fuera con la abstención del PSC no se vislumbra como probable en el horizonte.

El independentismo en su conjunto, y al margen de las feroces disputas internas entre el más posibilista ERC y el más fanatizado JxCat, ha sido el segundo vencedor. La batalla dentro del secesionismo la ha ganado ERC por algo más de 35.000 votos pero la realidad es que los separatistas vuelven a tener mayoría absoluta en el futuro parlamento catalán y han conseguido además pasar del 50% de los apoyos, lo cual les da un impulso renovado para mantener su pulso interminable al Estado.

Eso apunta a un más de lo mismo, a una pugna entre los dos partidos y a la prolongación del desgobierno padecido por los catalanes desde hace demasiados años ya, lo que está llevando a Cataluña a una creciente debilidad en todos los órdenes de la vida pública. Pero estos son los resultados que ha suministrado el recuento de los comicios del 14-F.  

Los primeros análisis de los datos electorales apuntan a que en las zonas más claramente independentistas la movilización ha sido claramente superior a la de los territorios más contrarios a la independencia.  Y, dado que la pandemia ataca a todas las personas por igual, que el miedo al contagio es universal y que la lluvia moja a todos los electores sin distinción, procede añadir que los catalanes contrarios a los movimientos secesionistas no podrán ahora volver a lamentarse de lo abandonados que están, lo aislados y lo solos que se encuentran. Haberse molestado en acudir a votar. Los resultados habrán sido muy otros pero hoy son los que son.

Haberse molestado en acudir a votar. Los resultados habrán sido muy otros pero hoy son los que son

Todo ciudadano en una democracia dispone de un arma poderosísima e idéntica en su capacidad de influencia  a la de su vecino, esté en la misma posición ideológica o en las antípodas de la suya. Y ese arma es el voto. Si los contrarios a la ruptura de España han acudido a votar en menos proporción que los partidarios de hacer de Cataluña una república independiente –una pretensión inútil  y destinada al fracaso pero que va a prolongar los conflictos entre ese territorio debilitado en lo político, en lo social, en lo cultural y en lo económico y el Estado- es su única y exclusiva responsabilidad. El panorama que se dibuja es el de la voluntad de los ciudadanos que se han molestado en ir a votar. La opinión de los que no lo han hecho resulta ahora mismo irrelevante.

El tercer ganador cum laude es el partido de Santiago Abascal que ha pasado de no existir en Cataluña a ser nada menos que la cuarte fuerza con 11 diputados. No se puede decir seriamente que los ataques sufridos durante la campaña electoral a manos de los radicales independentistas son los que explican este magnífico resultado. De ninguna manera. Vox ha recogido el voto de los electores contrarios a la independencia pero sumamente decepcionados con las posiciones defendidas tanto por Ciudadanos como por el PP.

Ignacio Garriga es desde hoy el líder de la derecha contraria a la independencia en Cataluña y va a ejercer como tal durante toda la legislatura si al final hay gobierno. Desde esa posición, que le servirá de segundo trampolín -el primero son los 52 diputados de Vox en el Congreso- para que sus ideas encuentren un eco multiplicado, no es nada aventurado prever que sus posiciones encontrarán una respuesta creciente en el resto de España. El futuro de Vox es una línea continua ascendente.

Al contrario que el futuro de Ciudadanos, que ha perdido la friolera de 30 escaños, lo cual le deja en el furgón de cola de la representación parlamentaria después de haber vivido aquella victoria histórica en las últimas elecciones. Inés Arrimadas ha pagado aquí el largo historial de las equivocaciones cometidas por su partido desde aquel ilusionante mes de diciembre hasta el día de hoy, tanto en la política nacional como en la catalana.  

Por lo que se refiere al PP, el farolillo rojo de los partidos con presencia en el parlamento catalán, lo sucedido este domingo le supone un muy serio golpe a sus aspiraciones de disputar el poder al PSOE en las próximas elecciones generales. Con tan paupérrimos resultados tanto en Cataluña como en el País Vasco -allí fue la quinta fuerza con solo seis diputados, sólo por delante de Vox, que consiguió un escaño- no es posible pretender gobernar España so pena de dividirla aún más de lo que ya lo está. Muy malos resultados para Pablo Casado que no se pueden atribuir a Luis Bárcenas y al juicio sobre la caja B del partido, por consolador que resulte a sus dirigentes ese argumento exculpatorio.

En resumidas cuentas, un mal resultado en términos globales por lo que va a tener de consecuencias para los intereses de la España constitucional. Ella es el perdedor más evidente de estas elecciones.

En estas elecciones ha habido tres claros ganadores y un evidente perdedor. Uno, el PSC que ha casi doblado su representación parlamentaria y ha confirmado el acierto de la apuesta hecha por el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, que se arriesgaba mucho con la decisión porque si Salvador Illa hubiese fracasado la factura se le habría pasado al palacio de La Moncloa.

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