Mientras veía a Illa con su chaqueta grande, con su traje de hombre con goteras por dentro, me acordé de aquella frase que hizo famosa Theodore Roosevelt pero que suena a refrán de la sabana: “Habla suave y lleva un gran garrote”. Eso, hablar suave mientras da garrote a partidos, candidatos, proyecciones e incluso instituciones del Estado, le sirve a Sánchez y le ha servido a Illa, aun con su pinta de carretillero de la peste. Pero al PP no le ha servido hablar suave, ni ir de moderado, ni tirar hacia el regionalismo vergonzante, como un vendedor de ceniceros de recuerdo. Casado, casi feijóoista, ha hecho otra campaña traslúcida o borrosa, porque ya digo que últimamente el PP siempre se está moviendo hacia el centro o hacia los abismos, derrapando como una diligencia. Menos aún le ha servido a Casado arrepentirse de los palos del 1-O, buscando el voto y el perdón de los tibios, sobre todo cuando a los de Vox les tiraban piedras con versículo, piedras bíblicas de guerras filisteas para ese Abascal también de barba filistea.
Estas elecciones, que parecían escenificar la toxicidad de la política catalana en esas mesas electorales plastificadas de miedo y ozono, han sido las elecciones de los temerarios o de los aguerridos. A esa mesa electoral con una urna radiactiva y pinzas para el carné de identidad, como si fuera un dosímetro de Homer Simpson, te podía llevar el ardor de la república indómita, la independencia fallera, el cadalso de los presos, el nido de pájaros de Puigdemont, la España talaverana, incluso una hartura comodona de estar siempre entre el procés y los “fachas” (ahí ha pescado Illa, con su voz suave de sastre y sus trajes grandes de hombrecillo perdido en su camisa de once varas, pero con el garrote sanchista por detrás). PP y Cs se quejaban de la baja participación, pero es que es difícil que hasta esas mesas, que estaban como entre bombardeos, caminos de lava y fosas de obra municipal, te lleve un centro desdibujado, perdido y temblón. O sea, este Cs vaciado de todo lo que fue y de todos los que tuvo, o ese PP que hace equilibrios en los voladizos, ese Casado centrípeto que tiene que agarrarse a renegar de repente de Rajoy como un vegano converso reniega de repente del chuletón de Ávila.
En esta guerra hasta Vox tenía su papel de bárbaro mugiente y satisfecho con sus cabezas cortadas y sus cuernos de vino. Los que no tenían papel eran PP y Cs
Esto todavía era una guerra, la guerra del virus, la guerra del posprocés, y la guerra contra el facha que se ha convertido en un personaje como de Forges, o algo así, porque Iván Redondo se lo ha trabajado bien y porque los de Vox se han dejado llevar como por esa obra hidráulica y faraónica por la que Sánchez los conduce hacia las presas y silos de la Moncloa. En esta guerra hasta Vox tenía su papel de bárbaro mugiente y satisfecho con sus cabezas cortadas y sus cuernos de vino. Los que no tenían papel eran PP y Cs. El PP no sabe qué hacer en Cataluña y se pretende ir llevándolo a que tampoco sepa qué hacer en el resto del país. En cuanto a Cs, también fueron los más valientes banderizos contra el procés, pero el procés ya no es nada, se lo han fundido los lentos tribunales con su labor y su tardanza de bordado, y sólo espera la gracia de Sánchez, que es lo que estamos esperando todos ahora, a ver qué hace Sánchez con una victoria pírrica y una mayoría indepe diluida ya por la realidad y el cansancio.
Cs ya no tiene guerra ni tiene gente. Aun con más solidez intelectual que los partidos tradicionales que han terminado en cesaristas o populistas, también era un partido de diseño, y un partido de diseño, con escaparate de diseño y políticos de diseño, o sea Rivera y Arrimadas, no se puede quedar sin estrellas, sin solistas, sin imagen, como las Spice Girls no podían quedarse sin Spice Girls. A Cs lo han desmembrado quitando a sus vocalistas, o sea Rivera que se fue para poner los pies en la mesa de un bufete, como lo haría un vendedor de coches, y Arrimadas que se fue haciendo la travesía del andaluz a Madrid como una niña con rizos y lunares que al final termina devorada por el Madrid de los tablaíllos y las conjuras.
Dije que en Cataluña iban a destrozar al centro y así ha sido. Lo han destrozado con la voz suave y el garrote de Sánchez, como el de Roosevelt. El efecto Illa ha sido la respuesta del catalán normalito y hasta perezoso que no quiere ser ni de los vikingos revolucionarios ni de los vikingos fachas, sin distinguir mucho las tribus. Estaba el garrote aldeano del independentismo, estaba el garrote de Abascal, que es él mismo como una sota de bastos, y estaba el garrote de Sánchez que consistía en usarlos a todos ellos y poner por delante a Illa con su traje grande, como un traje de Gila, para despistar en esta guerra de garrotazos. El PP quiso un poco de suavidad, pero nunca se enteró de la parte del garrote. A Rivera lo echaron por lo contrario, por sacar el garrote y olvidar la suavidad. Vox, por su parte, celebra sus resultados dándose con el garrote en la cabeza. El independentismo, incluso con su mayoría, hace igual, usar sus cabezas como tamtán, porque se parecen a Vox más que a nadie. Sólo Sánchez supo siempre de qué iba la guerra. Todo el tiempo era la guerra del sanchismo, en realidad. Y sigue siéndolo. Los que han perdido en Cataluña han sido sus enemigos. Era de esto de lo que trataba todo, era eso lo que pretendían su suavidad y su garrote.
Mientras veía a Illa con su chaqueta grande, con su traje de hombre con goteras por dentro, me acordé de aquella frase que hizo famosa Theodore Roosevelt pero que suena a refrán de la sabana: “Habla suave y lleva un gran garrote”. Eso, hablar suave mientras da garrote a partidos, candidatos, proyecciones e incluso instituciones del Estado, le sirve a Sánchez y le ha servido a Illa, aun con su pinta de carretillero de la peste. Pero al PP no le ha servido hablar suave, ni ir de moderado, ni tirar hacia el regionalismo vergonzante, como un vendedor de ceniceros de recuerdo. Casado, casi feijóoista, ha hecho otra campaña traslúcida o borrosa, porque ya digo que últimamente el PP siempre se está moviendo hacia el centro o hacia los abismos, derrapando como una diligencia. Menos aún le ha servido a Casado arrepentirse de los palos del 1-O, buscando el voto y el perdón de los tibios, sobre todo cuando a los de Vox les tiraban piedras con versículo, piedras bíblicas de guerras filisteas para ese Abascal también de barba filistea.
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