Por la sede del PP, que parece una fragata en chaflán, rozaban las banderas de olimpiada o de corista o de soldado subiendo desde Colón, aquel día del gran error. Las banderas así, juntas, rozadizas, navegables, encandilan e infantilizan, como las manadas de delfines. Aquel día con borrasca de lienzo en el cielo resultó maldito para la derecha, con una maldición que fue de Sánchez o de un pirata, o quizá sólo fue un mal cálculo. Yo subía por Génova, con mi crónica como un pez en una bolsa de plástico, pero no me di cuenta, como nadie, de que la sede del PP ya navegaba hacia abajo, hacia Colón, con velas negras, crujidos de cuaderna y escora de mal fario, con sus días de balconcillo y gloria yéndose a pique. Supongo que Casado lo ve un poco así ahora. Ya ha desarrollado supersticiones de marino y canta canciones de farero: se va a deshacer del edificio como de un pelirrojo y da discursos de velero de José Luis Perales.
Génova 13, afiladura de quilla, vista de puente de mando, castillo de proa donde todavía parecen ir Rajoy con una gorra y Bárcenas con un loro, disparando cañonazos en seco para dar las horas, como aquel vecino de los Banks. Casado ya tiene que recurrir a la superstición porque no sabe qué hacer en política. No puede borrar las galernas ni tirarse él por la borda, que a lo mejor el gafe es él, pero tira los paraguas o tira las flores o tira a una finlandesa o medio finlandesa como Cayetana (los paraguas, las flores, las mujeres y los finlandeses daban mala suerte en el mar). O mejor, claro, tira todo el barco, barco maldito de cuatro palos, con esqueletos con casaca al timón, o sea tira la sede, o la deja ahí como barco fantasma o como un cachalote herido, desangrándose hacia Colón en cuajarones o en jarcias o en bruma.
Los marinos son supersticiosos porque les acechan las desgracias sin explicación y sin remedio. Se diría que ésta es la historia de Casado, y quizá por eso está desarrollando un espíritu marinero lleno de aprensiones y porsiacasos. Casado tiene miedo hasta de silbar (se decía que silbar en el barco atraía las tormentas) y a lo mejor eso es lo que llama moderación, o centro. Debe de ser difícil ver cómo Sánchez sólo tiene baraka, cómo gana las elecciones sacando lo mismo su figurín Martini que a un señor de pastillita Juanola como Illa, mientras Casado está gafado, sólo hereda casas embrujadas y cementerios indios contra los que no le vale usar la lógica ni apelar a la realidad. Hacer con la sede del PP un ritual de purificación, un nudo de San Cucufato, una hoguera de fotos, lazos y horquillas... Quizá es lo único que le queda, ya que no acierta con los asesores, con la estrategia, con la gente, con el tono, con los aliados ni casi con los enemigos.
Casado ya tiene que recurrir a la superstición porque no sabe qué hacer en política. No puede borrar las galernas ni tirarse él por la borda
Casado quizá ha pensado también que si a Sánchez le funciona el simbolismo, por ejemplo mover a un muerto con todas sus raíces de piedra, igual le puede funcionar a él mover el partido con todas sus raíces de alquitrán. Y si a Abascal le funciona un poco ir de Pizarro y ponerse morrión, aunque sea un morrión de mesón alcalaíno, a él le puede funcionar cierta pose o flequillo al viento de hermano Pinzón. El discurso fue más largo, ventoso y trafalgueño, pero en Twitter lo resumió así: “Vamos a mantener el rumbo, las velas están bien orientadas, tenemos el mejor barco y la mejor tripulación, y nuestro cuaderno de bitácora: regeneración y honestidad, libertad individual e igualdad de oportunidades, Estado de Derecho y nación, propiedad privada y libre mercado”. Casado cambiaba la aciaga nave de velas recogidas y empapadas, condenada al bajío de Colón, por el velero de Perales, con velamen de camisa blanca y cursilería de regatista. Un tuitero apuntaba que el cuaderno de bitácora es un diario y eso sonaba más a plan de navegación, pero Casado va pareciendo, más que el holandés errante, un marinero de agua dulce o un grumete de mocho.
Casado, robinsón de sus barbas, marinero de bañera o de barquito de papel, niño con cometa de gaviota, gondolero con versos de cantautor malo, o simplemente político con mal cálculo, malas decisiones, malos poetas de cámara y mal tiempo. Casado yo creo que abandona Génova porque algo tenía que hacer, algo aparatoso, inmediato, simbólico, ritual. No hay que despreciar los símbolos y yo creo que Casado lo sabe, porque él mismo quedó maldito por un símbolo, aquel día de Colón. Aquel día no hubo aguiluchos ni salivazos, sólo familias que iban como al fútbol o a la feria, con los niños en racimo, como globos. Los discursos sólo parecían de Eurovisión y la gente sólo parecía de merienda, pero ya nadie puede ver ondear banderas inocentemente, cuando antes han sido garrotes y sellos de sepulcro.
Dejar aquella sede, con sus fantasmas, sus sirenas y su grumo y doblonada de pecio, puede no servir para nada en sí, pero puede marcar un comienzo. Los rituales sirven para eso, para establecer fronteras y tomar conciencia de cambios profundos. Abandonar o quemar Génova 13, barco vikingo, cóncava nave aquea, sinuoso vaporcito fluvial del poder, mirador de delfines y ladrones de tesoros, ancla medio enterrada, balcón de ciclistas para banderas de vuelta ciclista, farallón de cristal para banderas de cristal. Sí, no está mal. Luego ya, eso sí, habrá que hacer política sin superstición, sin garfio y sin loro.
Por la sede del PP, que parece una fragata en chaflán, rozaban las banderas de olimpiada o de corista o de soldado subiendo desde Colón, aquel día del gran error. Las banderas así, juntas, rozadizas, navegables, encandilan e infantilizan, como las manadas de delfines. Aquel día con borrasca de lienzo en el cielo resultó maldito para la derecha, con una maldición que fue de Sánchez o de un pirata, o quizá sólo fue un mal cálculo. Yo subía por Génova, con mi crónica como un pez en una bolsa de plástico, pero no me di cuenta, como nadie, de que la sede del PP ya navegaba hacia abajo, hacia Colón, con velas negras, crujidos de cuaderna y escora de mal fario, con sus días de balconcillo y gloria yéndose a pique. Supongo que Casado lo ve un poco así ahora. Ya ha desarrollado supersticiones de marino y canta canciones de farero: se va a deshacer del edificio como de un pelirrojo y da discursos de velero de José Luis Perales.
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