Sánchez, plateado de ausencia y suave de hilo, como las cuberterías buenas, salió por fin para decir una obviedad: que en una democracia la violencia es inadmisible. Luego volvió a su cajón o a sus entrepaños a hacer de presidente candelabro, o sea a no hacer nada salvo encabezar los salones. En una democracia la violencia es inadmisible, pero en su Gobierno, a su lado, en un sillón como de antipapa, están Iglesias y su partido, que no sólo se hacen los longuis para no condenarla, sino que alientan a los “jóvenes antifascistas” con un entusiasmo curiosamente mussoliniano. Podemos anima a la vez a la violencia y a la moderación, defiende igual la libertad de expresión que el que los medios tengan que pasar por su despacho de abad, y abandera la democracia rechazando la separación de poderes... A Sánchez ninguna de estas contradicciones le inquieta y decir obviedades como la que ha dicho ya le ha satisfecho y le ha cansado, como un viejo rey que sale al balcón.
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