Hay una juventud cazando por los escaparates bolsos o tenistas, como gacelas con la etiqueta puesta, o que se esconde de la pasma bajo el colchón de la abuela, como para no comer la verdura. Parecen que a unos los pillan haciendo guerrilla política y a otros sólo haciendo strip poker con calimocho, pero todos están haciendo sólo mogollón. Los partidos no usan la ideología del joven, sino el mogollón, y Podemos sólo intenta ser mogollonero. La ideología del joven está hecha de moditas, ambienteo, ligoteo y roce, y hasta yo creo que lo de Iglesias y los suyos, con todos sus textitos posmarxistas y toda su pose de león melenudo universitario, tiene un origen más lúbrico que político. Para mí que se hicieron revolucionarios para ligarse a una revolucionaria que revoloteaba por allí, por entre esos posmarxistas que sólo podían ofrecerle un posmarxismo hecho expresamente para ella como una bicicleta de alambre.
Los jóvenes se besan ante el fuego, como amantes piratas, o se esconden bajo edredones indios de tres en tres, y viene a ser lo mismo. En tiempos de polarización política el mogollón está en la política y en tiempos de pandemia el mogollón está en meterse en un piso a fumarse y beberse unos a otros, fumarse y beberse el virus, la axila, el pubis y el pelo, enganchados entre sábanas y perchas, por camas y sofás como redes de pescar. La juventud es su mogollón, sea bailón, sexual, deportivo, levemente político o levemente apocalíptico. El bicho es un aglutinante y también lo es el tuit de Echenique, que ahora se arrepiente después de muchos días de buscar en el diccionario qué es violencia. En el toque de queda, se enciende en la calle una llama como un farol de barco y se enciende en el piso un porro como el cigarrillo contraseña de un espía, y allí va la juventud a un mogollón o a otro.
En tiempos de polarización política el mogollón está en la política y en tiempos de pandemia el mogollón está en meterse en un piso a fumarse y beberse unos a otros, fumarse y beberse el virus
A la juventud guerrillera la pillan luego robando, casi sin mirar, abrigos con rabo o una bici con cestita o blusas de señora o una carcasa de móvil con estampado de vaquita, cosas ridículas o inútiles. Alguno se ha pegado un trompazo contra el cristal, otro se preparaba para lanzar un adoquín como una jabalina y el adoquín le ha caído a un metro de los pies, como si el adoquín se le desinflara o lo lanzara Mario Vaquerizo. Parece casi una depravación ingenua, una guerra de niños como las de Parchís, y es que ya digo que, salvo cuatro, no son guerrilleros políticos ni sagaces delincuentes al raque, sólo son una juventud de mogollón a la que algunos partidos e intereses les han puesto el mogollón.
En un tío que entra vestido de ninja a mangar unas gafas de Lolita, o en ese otro que se lleva un pelotazo creyendo que lanzar piedras y botellas a la policía es lanzar bolas de nieve, hay tanta o más ingenuidad que en esos chavales que cuando llega la policía se meten debajo de una pila de colchones y calcetines o dentro de los armarios, como pitufos escondidos o como Alfredo Landa en el destape o como Pedro Sánchez disimulando o de mudanza. Quiero decir que entre los profesionales de la bronca, que los hay, yo veo mucho chaval mogollonero que aún no entiende nada, ni de la democracia ni de la vida ni de la física newtoniana. Hasta el mismo Hasél, que es un zumbado peligroso, ya he dicho que es sólo carne de cañón en manos de los revolucionarios profesionales que no se dedican a desatornillar semáforos sino el propio Estado de derecho desde dentro. Con más razón son carne de cañón los niñatos aburridos o desesperanzados o en el celo de la moto, del TikTok o de la Play.
La juventud inquieta y mogollonera se esconde de la policía en sus fiestas ilegales como si fueran ardillitas, o incendia las avenidas como de hogueras de verano, entre la borrachera, la violencia y el amor iniciáticos. Yo no los disculpo, ni digo que los llevan como a chiquillos de Hamelin a inocularse el virus comiéndose la boca alrededor de la pipa de agua o a reventar cajeros como máquinas de marcianitos. Pero veo a tantos adultos y a tantos políticos que no saben qué es la democracia, ni la ciudadanía, ni lo público; que prenden los conflictos callejeros como si prendieran el pico de una cortina desde su balcón institucional, desde el propio Gobierno con sus atriles desde donde cualquiera parece un sello; tantos que ignoran o tapan la violencia y el abuso, o ignoran o tapan al bicho y a los muertos; que sonríen y mienten y se esconden ante la evidencia y la lógica; veo a tantos políticos adultísimos y serísimos haciendo eso, decía, que no me extraña que los que empiezan en las ideologías o en la vida se lancen a sentirse adultos bajo los colchones y a sentirse políticos entre las llamas.
Hay una juventud cazando por los escaparates bolsos o tenistas, como gacelas con la etiqueta puesta, o que se esconde de la pasma bajo el colchón de la abuela, como para no comer la verdura. Parecen que a unos los pillan haciendo guerrilla política y a otros sólo haciendo strip poker con calimocho, pero todos están haciendo sólo mogollón. Los partidos no usan la ideología del joven, sino el mogollón, y Podemos sólo intenta ser mogollonero. La ideología del joven está hecha de moditas, ambienteo, ligoteo y roce, y hasta yo creo que lo de Iglesias y los suyos, con todos sus textitos posmarxistas y toda su pose de león melenudo universitario, tiene un origen más lúbrico que político. Para mí que se hicieron revolucionarios para ligarse a una revolucionaria que revoloteaba por allí, por entre esos posmarxistas que sólo podían ofrecerle un posmarxismo hecho expresamente para ella como una bicicleta de alambre.
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