La celebración este martes en el Congreso del 40 aniversario del 23-F pondrá en evidencia que los grupos que apoyaron la investidura de Pedro Sánchez no comparten el relato sobre lo ocurrido, y, sobre todo, el papel jugado por el Rey Juan Carlos I en el fracaso del golpe.
PNV, ERC, BNG, JxC, CUP, Bildu y Compromís no acudirán a la Cámara Baja. Unidas Podemos ha calificado la conmemoración de "poco oportuna". El acto, convocado a instancias de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, contará con la presencia del rey Felipe VI y de los representantes de altas instituciones del Estado, como el Tribunal Constitucional o el CGPJ.
Les guste o no a los independentistas y a Podemos, la historia no se puede fabricar a posteriori a gusto del consumidor. Juan Carlos I paró la intentona de golpe con el mensaje que transmitió a todas las capitanías generales esa misma noche y, poco después, con su declaración ante las cámaras de TVE. Si el Rey hubiese querido apoyar el golpe, ningún capitán general se hubiese opuesto a ello. Moleste o no, eso fue lo que pasó.
Las dudas sobre el papel de don Juan Carlos se basan en especulaciones, en relatos infundados y en sospechas sobre las motivaciones por las que aún no se han desclasificado los documentos sobre lo ocurrido durante aquella bochornosa jornada.
El comportamiento posterior del Monarca relativo a sus finanzas y al cumplimiento de sus obligaciones con el Fisco nada tienen que ver con lo ocurrido durante el 23-F.
Lo que tenemos que entender es el verdadero objetivo de la campaña contra Juan Carlos I, que no es ni más ni menos que cuestionar la Transición en su conjunto, reinterpretar ese momento histórico, uno de los más brillantes de nuestra historia, como una cesión de los partidos ante el franquismo. Ahí es donde los demócratas de este país tenemos que decir ¡basta!
En la inmensa mayoría de los cuarteles se hubiera brindado con champán si el Rey hubiese dado su aval al golpe de Milans, Armada y Tejero
Personas tan alejadas ideológicamente como Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Felipe González o Adolfo Suárez pusieron las bases de la democracia y reconocieron sin ninguna duda el papel esencial del Rey no sólo en el transito pacífico desde la dictadura a un régimen constitucional, sino en su oposición a la intentona golpista encabezada por Milans, Armada y Tejero. En la mayoría de los cuartos de banderas de los acuartelamientos se hubiera brindado con champán aquella noche si el Rey hubiese dicho: "¡Adelante!". En cierto sentido, se la jugó. Pero, como conocía bien a los militares, sabía que, por encima de sus simpatías políticas, estaba la disciplina y su sentido del deber. Esos elementos, tan reales como el fervor hacia Franco de la mayoría de los generales, hicieron posible una limpieza posterior y el cambio radical hacia unas Fuerzas Armadas profesionales y comprometidas plenamente con la Constitución.
Para construir el futuro las naciones tienen primero que compartir el relato de lo que ocurrió en el pasado, y eso es precisamente lo que ahora está en peligro.
Que la CUP o Bildu crean que Juan Carlos fue un golpista y que España no es una democracia plena entra dentro de lo normal. Si por esos partidos fuera, lo que habría ahora en España sería una dictadura del proletariado. Bueno, mejor dicho, lo que no existiría es España.
Pero que esas dudas las mantenga un partido del Gobierno, eso es la primera vez que ocurre desde la muerte de Franco.
No sólo eso. La operación que está en marcha no tiene sólo como objetivo la revisión histórica del papel de Juan Carlos I, sino el cuestionamiento de la Monarquía parlamentaria como institución, y, por tanto, la propia Constitución de 1978. De forma, unas veces abierta, otras más sutilmente, se sitúa a Felipe VI como un monarca ideológicamente inclinado a la derecha. En eso están teniendo cierto éxito los conspiradores, pero no porque el Rey esté avalando con su comportamiento algo distinto a lo que establece la Carta Magna, sino porque esos grupos piensan, no sin razón, que es la garantía de la unidad de España, y, por tanto, que la mejor forma de deslegitimarle es convirtiéndole en un Jefe del Estado de sólo una parte de los españoles.
Aunque el partido de Pablo Iglesias pretenda que Felipe VI convierta su discurso en un alegato contra el franquismo y que pase de puntillas sobre el papel que jugó su padre en el desmantelamiento de la intentona golpista, el Rey tiene que hacer honor a la verdad y a la historia y reconocer que Juan Carlos I hizo su mejor servicio a España hace ahora 40 años.
La celebración este martes en el Congreso del 40 aniversario del 23-F pondrá en evidencia que los grupos que apoyaron la investidura de Pedro Sánchez no comparten el relato sobre lo ocurrido, y, sobre todo, el papel jugado por el Rey Juan Carlos I en el fracaso del golpe.
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