En el momento presente, he de confesar que son muchas más mis dudas que mis certidumbres acerca del futuro inmediato de España y de su estabilidad política, económica, social e institucional. Dicho lo cual, estas últimas, las certidumbres, las tengo cada vez más claras. Creo que es necesario un proyecto político claramente articulado; lo que los pensadores clásicos, desde la mejor tradición “regeneracionista” hasta nuestros días, llamaron "una idea de España"... y creo además que lo es con urgencia. El auge de los populismos, catalizado por el drama sanitario y económico que ha supuesto la pandemia, no permite perder ya ni un solo minuto.
En mis recientes conversaciones -y he tenido muchas en las últimas semanas- con exdirigentes políticos de las dos grandes formaciones que han liderado el avance experimentado por este país en los últimos cuarenta años, el leit motiv ha sido el mismo: la necesidad de construir ese gran proyecto que atraiga a la mayoría en torno a unos valores democráticos y de futuro.
El consenso en torno a una economía social de mercado y los valores y principios de la democracia y el orden liberal unido a un gran acuerdo en torno al respeto a los derechos y libertades, la sacrosanta separación de poderes y el consenso en torno a los grandes asuntos de Estado (no siendo el menor de ellos un gran pacto para la renovación de los órganos constitucionales y no la “trifulca” a la que asistimos estos días) deben ser líneas absolutamente insoslayables.
Si el PSOE y el PP no son capaces de conseguir eso, el Sistema correría peligro. Para ello, el PP debe resolver sus dilemas y centrar cuál es su proyecto para España. Solo así evitará el riesgo de perder peso en favor de Vox. No oculto tampoco que el PSOE, por su lado, debe de fijar a sus socios de gobierno las líneas rojas que en ningún paso pueden traspasarse. Los gobiernos de coalición son siempre terreno de pulsos y encontronazos entre los partidos pero, es esencial, tener muy claras las líneas rojas para evitar peligros serios de crisis de gobiernos y dar una imagen de fragilidad en la ciudadanía. Que nadie, en el Gobierno, olvide nunca que seguimos en pandemia y la feroz crisis económica y social pide transmitir seguridad a la gente, tranquilidad y esperanza. ¡NO más dramas y menos teatralización excesiva de las diferencias!
Al fondo, a la derecha… siempre hay sitio
Es urgente por ello - y me consta que se trabaja en esa dirección- la definición -o redefinición- del proyecto político del centro derecha liberal que lidera Pablo Casado desde el Partido Popular. Los recientes resultados electorales del 14-F en Cataluña, la brutal -aunque no sorprendente- eclosión del más genuino populismo de extrema derecha, obligan a ello.
Me refiero, claro está, a Vox y a su irrupción, con 215.000 votos, en el Parlament. Un "tsunami" al que hay que sumar el de sus 395.000 sufragios en 2018 en Andalucía y a los 3.800.000 de las últimas elecciones generales en toda España.
¿Tiene techo este éxito electoral de la formación de Abascal? En mi opinión, la pregunta es una estupidez, como lo es también la respuesta de que sí, de que los nuevos "ultras" españoles ya lo habrían alcanzado.
No sé si Vox ya ha tocado techo... nadie lo sabe. ¡Lo que sí sé es que no tiene techo! Quiero decir que no tiene uno definido. Es tan obvio que provoca sonrojo explicarlo, aunque todas las opiniones, por supuesto, sean respetables.
Recuerdo haber escuchado cosas parecidas en mis años franceses, a raíz de la eclosión del Frente Nacional. Fundado en 1972 por Jean-Marie Le Pen, no fue hasta mediados de los ochenta cuando se convirtió, por los graves errores de François Mitterrand, en la segunda fuerza política gala. Por aquellos tiempos, en 1985, al legendario presidente, no se le ocurrió mejor cosa que "jugar" a dividir a la derecha, consiguiendo un efecto exactamente contrario al que pretendía: el socialista Jospin quedó tercero por detrás de Le Pen. Y no hubo más remedio entonces, como recordaba Felipe González esta semana en una entrevista en otro medio digital, que improvisar un apoyo a la desesperada de los socialistas hacia Jacques Chirac para dejar a Jean-Marie Le Pen fuera del terreno de juego. ¿Les suena?
Obreros, desfavorecidos, marginados excluidos e indignados… ¡tanto monta, monta tanto, de derechas o de izquierdas!
¿Cuál era, cuál fue casi siempre, desde su nacimiento, la estructura sociodemográfica y cultural del cuerpo electoral que hizo crecer al partido de Le Pen? Aunque muchos se empeñen en ignorarlo, solo un cincuenta por ciento de sus votantes provenían de los acomodados y “bienpensantes” estratos de la tradicional derecha francesa. Más de una cuarta parte, esto fue más notorio a partir de los citados años ochenta, llegaron al Frente Nacional provenientes de la izquierda y de la extrema izquierda. De ahí que siempre se señale que a quién primero se “comió” fue al antaño todopoderoso Partido Comunista Francés, particularmente en zonas muy castigadas por la crisis y con enormes bolsas de marginalidad social y laboral como Marsella. La mancha de aceite se extendió por toda Francia, con un éxito arrollador en áreas en las que las tensiones sufridas por las masas campesinas y obreras -que durante décadas habían confiado en el ya citado PCF- se habían vuelto insoportables.
Hay una miríada de estudios muy esclarecedores sobre ello, que recomiendo vivamente, como: "La droite en France de 1815 à nous jours", de Rémond, o estudios como el de Diago: "La extrema derecha en Francia: el partido Frente Nacional".
Salvini: un émulo de “Mussolini” a quien solo frenó su propia ambición
Por salir de Francia y buscar más ejemplos en Europa, sin duda el que mejor conozco y puedo explicarles es el de mi país; el de Italia. Nadie apostaba un euro -ni una lira, si hubiera continuado en circulación- por Matteo Salvini. "Es un fenómeno circunscrito al norte", se decía con ciega y estúpida miopía, hasta que éste saltó de los estrictos límites de la Padania, por cuya independencia llegó a abogar… y ya no hubo forma, ni humana ni política, de detener su crecimiento.
Sus últimos años son conocidos; un imparable ascenso hasta la vicepresidencia y el "liderazgo de facto" del país transalpino... hasta su abrupta caída. Jaleado por las masas, por su durísima y criminal política contra los inmigrantes que llegaban masivamente a las costas de Lampedusa, fue solamente su absurdo "suicidio" político, en forma de una incomprensible moción de censura que se volvió contra él y contra su ambición personal de convertirse en el César absoluto, lo que frenó en seco su loca carrera.
¡Claro que no estamos vacunados contra los populistas!
¡No estamos vacunados contra el populismo!
Quién no tenga esto claro, debe hacérselo mirar. Por supuesto que la democracia es el mejor sistema de entre todos los posibles, como vino a señalar Winston Churchill.
¿Se puede llegar a comer Vox al PP? Personalmente creo que no ocurrirá y que el PP sabrá reaccionar a los últimos y negativos resultados electorales, pero desde luego no es inverosímil. Dependerá, lo repito, del camino que trace en los próximos meses esta formación, y en especial su líder, Pablo Casado. La amenaza por su derecha es clarísima y debe articular una posición firme -y sobre todo clara- en el terreno de juego, para no seguir basculando, un día entre los guiños al electorado más extremo, y otros al más contemporizador con un centro moderno y liberal. Como ha recordado en las últimas horas el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no es de recibo que el principal partido de la oposición esté, los días pares del calendario en favor de los grandes acuerdos de Estado, y los días impares haga saltar el tablero.
Si la derecha española no se eleva para ver con claridad la salida de ese laberinto infernal, le auguro un futuro inmediato difícil. A ella, y de paso, al conjunto de los españoles. Aunque ese futuro, afortunadamente, está todavía por escribir.
En el momento presente, he de confesar que son muchas más mis dudas que mis certidumbres acerca del futuro inmediato de España y de su estabilidad política, económica, social e institucional. Dicho lo cual, estas últimas, las certidumbres, las tengo cada vez más claras. Creo que es necesario un proyecto político claramente articulado; lo que los pensadores clásicos, desde la mejor tradición “regeneracionista” hasta nuestros días, llamaron "una idea de España"... y creo además que lo es con urgencia. El auge de los populismos, catalizado por el drama sanitario y económico que ha supuesto la pandemia, no permite perder ya ni un solo minuto.
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