Se nos ha olvidado pronto la propuesta que hizo el año pasado Zapatero de nombrar a Barcelona capital mundial de la paz. Imagino a la gente peregrinando a Barcelona para oler la paz como se huele el botafumeiro o el caldo de paella o el agua de Vichy, allí en su santuario, en sus manantiales, en sus cimas. Yo creo que Ada Colau y Pere Aragonès se han reunido ahora, de urgencia, después de dos semanas de queimadas festivas y fallas de maniquíes, para retomar la idea. Antes la paz estaba en los discursos bucólicos, en los lazos amarillos como corazones fundentes, en poemas en las puertas de los disidentes, en un parlamento que trituraba la ley en palomas, confetis y sonrisas. Pero ahora hay que aprovechar que la paz ha inflamado los espíritus sensibles y ha encendido la noche con estrellas y farolillos de Van Gogh, que se ha hecho gótica en la piedra, en el caucho y hasta en la manga de un policía como un telón de ópera que arde, y con eso hay que hacer algo, una capitalidad, un logo, un festival, lo que sea.
Yo creo que Colau y Aragonès se han reunido para construir sobre esta nueva luz de juventud y esperanza la Barcelona que se les hurtó en el 92, porque aquello fue una cosa de socialistas apátridas venidos arriba, de cuando Barcelona aún les parecía, a algunos ingenuos, la única esperanza contra el pujolismo. En realidad aquella Barcelona olímpica parecía más cretense que catalana, más cubista que patriótica, más zodiacal que deportiva y más española que Arantxa Sánchez Vicario. Ahora, sin embargo, la Cataluña auténtica tiene la oportunidad de erigir una verdadera ejemplaridad mundial, y no sobre el logo de un perro atropellado, ni sobre una punta de flecha cartaginesa, ni sobre una coreografía de globetrotter, sino sobre las propias almas del pueblo elevadas en plegaria y en hoguera.
Ahora la paz ha estallado. Colau y Aragonès lo saben y tienen que aprovechar esta visibilidad y esta pedagogía para sacar un rap, una marca, una ejemplaridad, algo"
Pueden disimular, porque hay que disimular para que luego el Supremo diga que todo son ensoñaciones, pero ver crecer estas estalagmitas de puro pueblo y pura democracia en Barcelona, eso tiene que servir para fundar algo, o declarar algo, o levantar algo, un nuevo pebetero de dioses, un nuevo zepelín de lo humano, y eso seguro que lo han visto enseguida Colau, Aragonés y todos los catalanes de espíritu libre y Borbón bocabajo. Estas semanas ya de plegarias con mariposita y fuentes de colores por la condena de un rapero que es como budista, que canta flotando graciosamente sobre una flor de loto, han sido como el remate de la bella pagoda que formaba ya el procés. El procés era sólo una reivindicación de un pueblo pero esto es una reivindicación de la humanidad. Ahora es cuando el foco del mundo entero está puesto en Barcelona, en sus parábolas de fuego bellas como arbotantes o en el arrojo del que sostiene un bote de queroseno con silueta de Estatua de la Libertad. Ahora es cuando Barcelona brilla, como un cometa ensartado en la noria de Montjuic, como la diadema de una feliz niña de cumpleaños.
Zapatero quería la capitalidad de la paz para Barcelona, él que es todo paz, que va envuelto en paz como en humo de pipa, que respira paz y da paz y cultiva paz como el que cultiva rábanos. Pero miren a Barcelona ahora, encendida de rojo como un gran y orgulloso imperio chino, iluminada por la antorcha de la inteligencia, guiada por la luz moral, por el humanismo que trabaja con fuerza y visibilidad como una gran chimenea, por la democracia crepitante como un hormiguero; miren lo que han hecho con ella, lo que se extenderá pronto también por toda Cataluña, mírenla luciendo no sólo como capital mundial de la paz, sino también de la democracia, del orden, de la civilidad, del imperio de la ley, de la seguridad jurídica, de la prosperidad y del futuro. La democracia como una ofrenda vikinga, la libertad como un hermoso caos volcánico. Todo el mundo la ve ahora, iluminada como un gran trasatlántico nocturno.
Lo que han hecho con Barcelona, lo que han hecho con toda Cataluña... Algo se merece esta pirotecnia y esta deconstrucción de la democracia, una capitalidad, un logo, una fuente en la ONU. Zapatero lo intuía como un zahorí, que en Barcelona estaba la paz, aún oculta pero rugiente, como un géiser. Ahora la paz ha estallado. Colau y Aragonès lo saben y tienen que aprovechar esta visibilidad y esta pedagogía para sacar un rap, una marca, una ejemplaridad, algo. Todo el mundo los ve, ahora. Y esto es mucho más grande que un velero griego ardiendo en un estadio, que una niña rota entre dos aros, que un nadador enroscado como un lagarto de Gaudí; mucho más grande que esa cosa como andorrana que salió con la Olimpiada. Así luce la capital de la verdadera democracia en la tierra de la verdadera democracia, y esta vez el mundo no lo olvidará como a Cobi.
Se nos ha olvidado pronto la propuesta que hizo el año pasado Zapatero de nombrar a Barcelona capital mundial de la paz. Imagino a la gente peregrinando a Barcelona para oler la paz como se huele el botafumeiro o el caldo de paella o el agua de Vichy, allí en su santuario, en sus manantiales, en sus cimas. Yo creo que Ada Colau y Pere Aragonès se han reunido ahora, de urgencia, después de dos semanas de queimadas festivas y fallas de maniquíes, para retomar la idea. Antes la paz estaba en los discursos bucólicos, en los lazos amarillos como corazones fundentes, en poemas en las puertas de los disidentes, en un parlamento que trituraba la ley en palomas, confetis y sonrisas. Pero ahora hay que aprovechar que la paz ha inflamado los espíritus sensibles y ha encendido la noche con estrellas y farolillos de Van Gogh, que se ha hecho gótica en la piedra, en el caucho y hasta en la manga de un policía como un telón de ópera que arde, y con eso hay que hacer algo, una capitalidad, un logo, un festival, lo que sea.
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