Lo que han visto ustedes no ha sido una apisonadora. A Sánchez le han regalado una gran licuadora y, claro, como el cuñado al que se la regalas, enseguida se ha puesto a hacer zumo de todo. Zumo de apio y de pepino y de alpiste y hasta de las pistolas de los ochenta de ETA, que eran como pistolas de formica con peso de mosquetón, y que tenía todavía el Estado ahí por los cajones. Con el zumo de pistola, como con el zumo de acelgas, se hace Sánchez unos depurativos entre deportivos y conejiles que dejan el cuerpo y la conciencia limpísimos y el colon como si no lo hubieran tocado la fabada ni la historia ni los pactos electorales. Su fiesta de zumos estuvo muy animada, había esa curiosidad de las competiciones de salchichas, y hasta Bildu se asombraba de que por un lado entrara una pistola de hace cuarenta años y por el otro saliera una piña para que se la pusiera Sánchez en la cabeza este fin de semana tropical. Ya se está preguntando Sánchez cómo será meter en la licuadora una estelada, un adoquín, un Borbón.
Si algo no va bien, se saca la licuadora y se muele un coco o una ley o un roble con avispero; se muele una guerra civil o un generalón con capotillo, se muele la Constitución, se muele la oposición
Menos mal que le han regalado a Sánchez la gran licuadora, licuadora de nivel presidencial, que es como una cosechadora para esos desayunos suyos en el colchón mitológico de la Moncloa. Menos mal que está ahí Sánchez con el zumo de metralleta con toques de naranja sanguina, el zumo de bomba muy espolvoreado de canela, el zumo de mortero como un gran ananás con púas de metal; menos mal que está ahí en eso de a ver qué zumo hacen las sobras del puchero, la chirimoya, la patata, los marrones, las contradicciones y las excusas, porque es que Sánchez ya no tenía nada que hacer. Después de acabar con el virus como con un mosquito, y con el paro con apenas un decreto, y de haber conseguido que las vacunas te las pongan con la caña, como olivas, y de haber reconvertido toda la hostelería en empresas de cáterin para sus vacaciones en deltas y palacios, y de resolver el conflicto catalán ofreciéndoles todo lo que querían; después de todo esto, decía, algo tenía que hacer. Ahora al menos tiene esa gran empresa, ilusionante y creativa, esa tarea de recién casado con su regalo, la de hacer zumos de lo que sea y venderlos como filtros de chamán o como batidos de runner o como sustitutos hambrientos de un buen asado o de un buen Gobierno.
El zumo de la historia deja grumajos, el zumo de las armas deja pelos pegados, hay gente que no se cree que de una lápida haya salido un desayuno de queso fresco, pero todo es ir aprendiendo. Tampoco Sánchez sabía nada del virus al principio hasta que descubrió que lo mejor era endilgarle el marrón a las autonomías, como el vecino que te echa su hojarasca. Cuando le salga mejor ese zumo de cualquier cosa, con menos zurrapa, con menos sospecha (y yo creo que va bien porque la gente se está tragando todo lo que le va echando), Sánchez podrá sacar la licuadora como antes se sacaba a la niña de gran lazo caligráfico con su piano, para las visitas. Si algo no va bien, se saca la licuadora y se muele un coco o una ley o un roble con avispero; se muele una guerra civil o un generalón con capotillo, se muele la Constitución, se muele la oposición, se muele el Consejo General del Poder Judicial con su cosa de loza molida, y luego se presenta en una copa lujosa para que el producto no parezca sacado de un pantano.
Cuando está todo hecho, o cuando, al contrario, no se sabe qué hacer, se puede montar una fiesta en el jardín, o en un descampado, con aire de aventura y yincana y religiosidad polinesia, y buscar cualquier cosa que moler, de la que hacer zumo o engrudo, para sacar la licuadora presidencial que es más una licuadora planetaria, capaz de convertir tu día horrible en un día como de nuevo campo de golf o de egiptología, y tu pacto con Bildu en un diamante de basura. Se puede licuar casi cualquier cosa, pero, eso sí, hay cosas que no valen: viejas declaraciones y debates, promesas electorales, estadísticas de paro, astillas de ataúd grandes como de un mástil, la realidad sin pasar por el CIS... Eso da tufillo. Pero hay otras muchas cosas que se pueden ofrecer al espectáculo mecánico y bíblico, a la vez destructor y creador, de la licuadora presidencial. Triunfos de otro, repuestos del Estado, quincalla melancólica, numismática del pasado, historiografía mercante, lanzas indias, toda la tabacalera de la política y todas las mascotas de olimpiadas y campeonatos y pichichis... Siempre darán algo nuevo y para el postre.
Este 23-F, por ejemplo, se podían haber molido tricornios con bigote, como esas gafas con bigote, en una oportunidad que ya Sánchez perdió. Se podría moler una cama de hospital y hacerla harina de saltamontes. Se podría moler un contenedor barcelonés hasta que saliera como pipermint. No soluciona nada, salvo tu tarde. Y todo eso está ahí, a la mano de Sánchez, como en el vergel de su cocina. Con esa potencia mecánica y esa ociosidad imaginativa, no hay límite para las libaciones de raspas o de símbolos o de basura o de suvenires que pueda montar, acompañadas de un gran ruido de máquina de industrialismo art déco o de boca de Baal, esta trituradora y este circo que sustituye a la gobernanza en este tiempo de vagos y caraduras. Por qué no convertir, hoy mismo, a ETA en zumo, ahora que está más cerca que nunca de ganar. Dicho y hecho, allí le trajeron la gran licuadora presidencial, como una desmotadora de huesos. Ya digo que no soluciona nada pero el espectáculo es digno de ver. Luego, después de tanto alarde, tanta cuchilla, tanto chillido y tanto pellejo, quién no se traga lo que salga de ahí.
Lo que han visto ustedes no ha sido una apisonadora. A Sánchez le han regalado una gran licuadora y, claro, como el cuñado al que se la regalas, enseguida se ha puesto a hacer zumo de todo. Zumo de apio y de pepino y de alpiste y hasta de las pistolas de los ochenta de ETA, que eran como pistolas de formica con peso de mosquetón, y que tenía todavía el Estado ahí por los cajones. Con el zumo de pistola, como con el zumo de acelgas, se hace Sánchez unos depurativos entre deportivos y conejiles que dejan el cuerpo y la conciencia limpísimos y el colon como si no lo hubieran tocado la fabada ni la historia ni los pactos electorales. Su fiesta de zumos estuvo muy animada, había esa curiosidad de las competiciones de salchichas, y hasta Bildu se asombraba de que por un lado entrara una pistola de hace cuarenta años y por el otro saliera una piña para que se la pusiera Sánchez en la cabeza este fin de semana tropical. Ya se está preguntando Sánchez cómo será meter en la licuadora una estelada, un adoquín, un Borbón.
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