La presidenta de la Comunidad de Madrid está caminando por el filo de una navaja y corre el riesgo de salir muy dañada de esta apuesta de temerario equilibrismo a contracorriente.
Ya ayer dijo que se negaba a ampliar el toque de queda de las 23 h a las 22 h. Y en eso tiene razón porque esa hora, que en términos de contagios no es relevante, si lo es en términos de consumo. Los bares, pero sobre todo los restaurantes de Madrid, vieron el cielo abierto cuando se estableció para todo el territorio que deberían cerrar a las once de la noche.
Esa hora resulta fundamental para que los ciudadanos se decidan a salir a cenar: entran a las nueve o nueve y media y poco antes de las once levantan el campo y se van a sus casas. En consecuencia, los restaurantes comprueban como, dentro de las limitaciones, les es posible abrir la persiana y llenar o casi llenar su establecimiento, lo cual les da la vida tanto al dueño como a los empleados.
Sin embargo, nadie en Madrid cerraría una cita a las ocho de la tarde para cenar fuera lo cual significa que un toque de queda a las diez de la noche supondría una auténtica guillotina para los restaurantes y para los bares que ofrezcan cenas informales. Y, dado que una hora más de toque de queda no está entre los elementos causantes del incremento de los contagios, hay que decir que Isabel Díaz Ayuso hace bien en mantenerlo como hasta ahora.
Si después de la Semana Santa suben los contagios tras la desbandada de madrileños libres de movimientos, los reproches a Ayuso se oirán hasta en Pekín
Otra cosa es el cierre de la Comunidad. Dice Ayuso que su gobierno no va a tomar de momento ninguna decisión porque todavía es pronto y hay que esperar unos 15 días hasta valorar la situación epidémica de Madrid y decidir en consecuencia. Eso es aceptable en términos de eficacia en la lucha contra el virus pero empieza a ser peligroso en términos políticos.
Madrid no está a día de hoy en la mejor de las situaciones por lo que se refiere a la incidencia: ayer se alcanzaron los 253 casos por cada 100.000 habitantes, lo que la sitúa a la cabeza de las comunidades con mayor índice de contagios. Es verdad que la situación mejora de una manera constante pero también lo es que, como reconoce la propia Ayuso, en cualquier momento el Covid 19 "nos puede dar un susto".
Y si ese susto llegara a producirse -ojalá no sea así- en Madrid y en cualquier otra comunidad después de la Semana Santa sin que el gobierno madrileño haya decidido cerrar su perímetro antes del 29 de marzo, lunes, en que se pueda haber producido la desbandada de madrileños libres de movimientos hacia cualquier otra comunidad de España, los reproches al egoísmo y a la insolidaria irresponsabilidad de la señora Ayuso y sus consejeros van a oírse hasta en Pekín. Y eso crearía un conflicto político del todo innecesario.
Ése es un riesgo que la presidenta madrileña no debería correr porque es excesivo y porque comporta un precio potencialmente inasumible, además de exacerbar esa madrileñofobia que hasta el día de hoy se ha demostrado no tener fundamento alguno. Pero que se multiplicaría exponencialmente si acabara teniéndolo en los datos o simplemente en la apariencia.
Es verdad que la actividad de los hoteles de la ciudad de Madrid se verá muy mermada si esta comunidad se ve privada de acoger a visitantes de otras partes de España pero no parece prudente que la señora Ayuso les invite a venir a la capital desde sus lugares habituales de residencia si en esos territorios se ha impuesto un cierre de toda la comunidad.
Con la población de Madrid hay suficiente potencial para pasar el trance de la Semana Santa sin la desesperación del pequeño comerciante
Sería tanto como invitarlos a desobedecer incumpliendo una norma vigente en sus territorios y esa clase de insubordinación es algo en lo que ningún responsable político debería nunca caer.
Con la población residente en la Comunidad de Madrid hay suficiente potencial de consumo para por lo menos pasar el trance de una Semana Santa privada de los actos fundamentales sin tener que abocar a la desesperación definitiva al pequeño comerciante por el cierre de su actividad.
Muchos, muchísimos madrileños que no puedan acudir a hacer turismo por el resto de España o no tengan la posibilidad de ir a pasar esos días en sus segundas residencias, llenarán sus deseos de ocio dentro de territorio de la Comunidad y puede que incluso su actividad de consumo llegue a compensar si no en todo sí en buena parte, la ausencia de turistas nacionales.
Por lo tanto, lo prudente es que la señora Díaz Ayuso mantenga el toque de queda a las once de la noche pero que no porfíe en plantar cara al cierre perimetral que están ya decididas a imponer numerosas comunidades. Debe plegarse a esa decisión por un elemental sentido de la precaución aunque sus expertos le digan que Madrid se puede mantener abierta.
Todo esto, claro, partiendo del supuesto de que los índices de contagio en Madrid sigan bajando. No digamos ya si se ponen de pronto a subir de nuevo, algo que nunca debemos descartar porque, como ella misma reconoce "el virus puede darnos muchos sustos". En ese caso no habría nada que discutir.
La presidenta de la Comunidad de Madrid está caminando por el filo de una navaja y corre el riesgo de salir muy dañada de esta apuesta de temerario equilibrismo a contracorriente.
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