Ni Pere Aragonés ni nadie del gobierno de la Generalitat estuvo presente en el acto más importante que se haya celebrado en los últimos años para el futuro de Cataluña: la apuesta de Volkswagen para fabricar coches eléctricos en Martorell. El proyecto no sólo garantiza el futuro de Seat en un momento especialmente crítico para la industria del automóvil, sino que es el seguro de vida para decenas de miles de empleos de sus empresas auxiliares.
El plantón de la más alta institución catalana a la multinacional alemana que, pese a todo, sigue apostando por España, es todo un símbolo de lo que lleva ocurriendo en Cataluña desde demasiado tiempo. Aragonés prefirió no molestar a JxC y a la CUP, apareciendo al lado del rey de España, para preservar así la negociación para la formación del nuevo gobierno, independentista y republicano, por supuesto.
Aragonés, al que sus paisanos consideran un moderado, un pragmático dentro de ERC, no es más que el continuista de una tradición: un gobierno que vive de espaldas a la sociedad y que sólo piensa, planifica y vive para la ruptura con España. Los ciudadanos ven como, día a día, Cataluña va perdiendo fuelle y peso específico frente a otras autonomías cada vez más pujantes, caso de Madrid, mientras sus gobernantes se guían por la ensoñación de la independencia.
El divorcio entre una parte de la sociedad civil, los empresarios, y los líderes independentistas se plasmó justo 24 horas antes del plantón a Volkswagen en una reunión celebrada en la Estació del Nord de Barcelona, acto convocado a instancias de la patronal Foment del Traball y al que asistieron representantes de casi 300 instituciones y empresas; entre ellos, la flor y la nata de la burguesía catalana: Javier Godó (La Vanguardia); Marc Puig (Grupo Puig y presidente del Instituto de Empresa Familiar); Ángel Simón (Agbar); Javier Creuheras (Planeta); Jordi Gual (Caixabank); Juan José Brueguera (Colonial); Jaume Guardiola (Banco de Sabadell); Javier Faus (Circle d'Economía); Wayne Griffiths (presidente de Seat), etc. El lema de la concentración, capitaneada por Josep Sánchez Llibre y Enrique Lacalle, tenía como lema: "Ya basta, centrémonos en la recuperación".
La gota que colmó el vaso de la paciencia de empresarios y banqueros fueron las diez jornadas seguidas de violencia callejera en Barcelona, con roturas de escaparates, pillaje y agresiones a los agentes de la Policía Local y del cuerpo de los Mossos. Pero escondía un cansancio de meses, de años, ante la pasividad de la Generalitat frente al deterioro económico y la fractura social que están lastrando el dinamismo de Cataluña.
Algunos de los empresarios que hoy se quejan alimentaron durante años al independentismo: por miedo o por simpatía
Algunos de los presentes echaban la vista atrás y comparaban ese acto con el celebrado en marzo de 2007 en el IESE, donde centenares de empresarios se concentraron en defensa del aeropuerto del Prat. El presidente de la Generalitat era entonces José Montilla. Pero la sociedad catalana ha cambiado mucho desde entonces. Ejemplo de ello: uno de los principales ponentes en aquella reunión fue el catedrático Germá Bel, que en este periodo ha pasado de militar en el PSC a ser diputado de JxC, para, finalmente, llamar "animales" a los agentes de la Guardia Civil o a reclamar una "milicia armada" para defender al estado catalán.
Algunos de los empresarios que ahora lloran por las esquinas contribuyeron con su apoyo, con su aliento y con su dinero a que el movimiento independentista engullera al nacionalismo moderado. Tal vez porque pensaron que con el "apreteu, apreteu", al final Madrid, o sea el Gobierno, terminaría cediendo a unas pretensiones que siempre se medían en más competencias, más transferencias y más inversiones. O tal vez porque creyeron que era mejor apaciguarles, convivir para amansarlos, antes que enfrentarse con ellos.
Una parte de esos empresarios (algunos abiertamente como los Carulla, propietarios del imperio Agrolimen), otros de forma más taimada, han permitido que el independentismo colonizara los medios de comunicación públicos, adoctrinara sin disimulo en la educación y consolidara unos movimientos de masas (ANC y Òmnium Cultural), que han llegado a tener más poder que los propios partidos.
El coqueteo con el independentismo, por miedo o por simpatía, ha sido la tónica general. En momentos, hasta La Vanguardia y La Caixa se vieron envueltos en el fervor del derecho a decidir. Echemos la vista atrás y recordemos aquel editorial común de los principales periódicos catalanes (25 de noviembre de 2009), titulado La dignidad de Cataluña, en el que se presionaba abiertamente al Tribunal Constitucional para que no recortara el nuevo Estatut. Muchos de esos empresarios pusieron su rúbrica en declaraciones de las que ahora se avergüenzan.
El alocado reto al Estado de Derecho que terminó con la declaración unilateral de independencia y el referéndum del 1-O llevaron a que miles de empresas, entre ellas un puñado de las más punteras, trasladaran sus sedes fuera de Cataluña ¡Que diferencia con aquel histórico 1992 de las Olimpiadas, año en el que Barcelona se convirtió en referente para el mundo!
Algunas empresas se han vendido al capital extranjero y otras están a punto de hacerlo. La fusión de Caixabank y Bankia cierra un ciclo: el gigante financiero ya no se puede considerar sólo como un emblema de Cataluña, una especie de Barça de las finanzas. Al final, Fainé terminó por cumplir su viejo sueño, tras depurar de su equipo a ejecutivos que dieron oxígeno al independentismo.
Me pregunto si la concentración de la Estació del Nord es una muestra sincera del mundo empresarial de que las cosas tienen que cambiar o es sólo postureo.
Fácil no lo van a tener, porque las elecciones del 14-F han dejado un panorama tan malo o aún peor del que había antes de los comicios. Pero esos empresarios y banqueros catalanes tienen mucho poder. De ellos depende, en gran medida, que Cataluña se vaya desangrando poco a poco, en un estado constante de bronca, o bien que renazca de sus cenizas para que volver a ser rica y plena.
Ni Pere Aragonés ni nadie del gobierno de la Generalitat estuvo presente en el acto más importante que se haya celebrado en los últimos años para el futuro de Cataluña: la apuesta de Volkswagen para fabricar coches eléctricos en Martorell. El proyecto no sólo garantiza el futuro de Seat en un momento especialmente crítico para la industria del automóvil, sino que es el seguro de vida para decenas de miles de empleos de sus empresas auxiliares.
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