José María Aznar se refiere a aquella derecha o centroderecha suya y parece que abre las manos como para abarcar toda la enciclopedia Espasa, larga y negra igual que un tren de vapor que llenara las bibliotecas y también los partidos como se llena una estación. Por aquel PP y sus diversos tomos, tomos como coches litera, había centristas, liberales, democristianos, conservadores, meapilas, despistados y también fachas de toda la vida. Estaban todos reunidos en ese tren con destino común (gobernar) y reglamento común (la Constitución), de ahí que les viniera tan bien Aznar, con su pinta más de revisor que de líder o capitán. A Aznar se le ha quedado hollín de ferroviario y de bibliotecario bajo el bigote de tamponcillo y habla de reunir a la derecha como de volver a armar aquella Espasa de colegio de médicos. Otros muchos lo quieren también. El problema es que ya no hay reglamento común enganchando esas literas de comerciantes, funcionarios, aventureros y damas, como vagones de Poirot.
La regla era la Constitución, que entonces parecía nueva y para algunos hasta diabólica, como la electricidad para un victoriano. Pero la aceptaban, aparte el folclore, desde el más centrista hasta muchos de los que izaban bandera con golondrino bajo el brazo a la hora del huevo pasado por agua. Pero este pacto, no ya el pacto de la Transición, sino el pacto constitucional entre las derechas, ya no puede ser el mismo. Hay un reformismo moderado que se rebeló contra el bipartidismo (el sistema turnista de González, con su colonización de las instituciones y sus nacionalistas con el capote y el cucharón detrás), y sobre todo contra el nacionalismo antiilustrado y con tendencias totalitarias. Me refiero a UPyD y Cs, o sea la Tercera España, la pobrecilla Tercera España. Este reformismo no es rupturista, pero pide más. Lo que ocurre en Cataluña o el País Vasco, paréntesis en las leyes y en la civilidad, no puede seguir formando parte de ese suave pacto de suaves raíles y suaves mantequilleras.
La Patria de Vox es joseantoniana, no contempla la condición ciudadana sino un conjunto de hijos con carácter, tradición, destino
Por el otro lado, el populismo de derechas sí está cerca de la ruptura con las reglas del juego. Lo importante de Vox no es que dé para guasas al verlos ir de geyperman o de Guerrero del Antifaz, que a veces parezcan una feria medieval hasta con cinturón de castidad y chemise cagoule. No, lo importante de Vox es que es un partido xenófobo y esencialista. Su Patria es joseantoniana, no contempla la condición ciudadana sino un conjunto de hijos con carácter, tradición, destino y sentimientos determinados, todos ahí como rezando a los puntos cardinales de España de la Enciclopedia Álvarez igual que a los angelitos de las cuatro esquinitas de la cama.
Los de Vox pueden parecer cuáqueros defensores de la Constitución, como cuando Abascal la nombra o la eleva como una proa o un cayado, más como un creacionista de barba de zarza que como un demócrata. Sin embargo, no es sólo que su idea de recentralización requiere una reforma dura de la Constitución, sino que Vox incluye en sus ambiciones principios anticonstitucionales como la discriminación por razón de origen o de ideas. Además, no cree en la libertad de prensa, como su primo Podemos, y, sobre todo, no cree en la verdad: sus herramientas son el bulo, la falacia, la estadística inventada o de recortable o de horóscopo, y el asustaviejas de wasap. Un trumpismo como con torreznos, en fin.
Vox sólo pretende aprovecharse del miedo y de la ignorancia
Esa derecha de gente diferente que se encontraba en el PP como en el vagón comedor del Orient Express, bajo la tutela de muebles y lámparas de médico de cabecera, ya no es posible. Muchos pasajeros quieren otra cosa. Cs sigue pretendiendo la reforma ilustrada pendiente desde Napoleón, que es la de la Tercera España, odiada igual por fernandinos que por jacobinos. Vox sólo pretende aprovecharse del miedo y de la ignorancia, a ver hasta dónde puede vender los quesos manchegos de su feria medieval, pero eso también tiene su público. Cs sí podría entrar en el nuevo pacto constitucional a poco que el PP se comprometa a alguna reforma, quizá dejar de cazar jueces con cazamariposas de encaje, o la ley electoral, para que el nacionalismo exhiba su poder de gran campana de almuerzo campestre allá por sus caseríos. Lo de Vox sí que no hay manera de meterlo en ese tren, que sería como llenarlo de legionarios, aquellos trenes caóticos de soldados, en una anarquía de asientos usurpados y pendencias de tabaco, naipes y zoco.
Recomponer la derecha, aquella derecha de biblioteca de casino, no es que no se pueda hacer, pero no se puede hacer con aquella Espasa de Aznar, con tomos como maletines de cirujano del Oeste. No se puede hacer con aquel tren de vapor ni con aquellos salones con globo terráqueo de caoba y astrolabio, que ya no existen. Para absorber a Cs habría que adoptar reformas, no sólo mandarles invitaciones a la mudanza de Génova. Y a Vox no se le puede incorporar, es como incorporar en estos tiempos un barco pirata o las guerras de soldaditos de plomo de fareros chochos. Sí se puede atraer al votante de Vox, pero hay que convencerlo de que Vox no sirve para nada, de que sólo vende mentiras a los rabiosos, sustos a las viejas y cornetas a los melancólicos, mientras ayuda a Sánchez a mantenerse en su colchón flotante de ladrón de Bagdad. Son muchas cosas y yo no sé si el PP tiene espíritu, gente y fuerza para intentar todo esto. Eso sí, mirar a Aznar, que ya habla con gola de Fraga desde librerías de marino, o mirar tiernamente una Génova sin muebles, como en el final de Friends, eso es tonto e inútil.
José María Aznar se refiere a aquella derecha o centroderecha suya y parece que abre las manos como para abarcar toda la enciclopedia Espasa, larga y negra igual que un tren de vapor que llenara las bibliotecas y también los partidos como se llena una estación. Por aquel PP y sus diversos tomos, tomos como coches litera, había centristas, liberales, democristianos, conservadores, meapilas, despistados y también fachas de toda la vida. Estaban todos reunidos en ese tren con destino común (gobernar) y reglamento común (la Constitución), de ahí que les viniera tan bien Aznar, con su pinta más de revisor que de líder o capitán. A Aznar se le ha quedado hollín de ferroviario y de bibliotecario bajo el bigote de tamponcillo y habla de reunir a la derecha como de volver a armar aquella Espasa de colegio de médicos. Otros muchos lo quieren también. El problema es que ya no hay reglamento común enganchando esas literas de comerciantes, funcionarios, aventureros y damas, como vagones de Poirot.
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