Cristina Almeida se destacaba entre una lavanda de mujeres o entre mujeres lavanda, mujeres en ramillete porque una sola lavanda no es nada ni una sola mujer tampoco. Allí como en un pequeño campo de girasoles de mujeres, Cristina Almeida decía que si las mujeres mandaran, hasta Ayuso sería más mujer. Ayuso ya es una mujer que manda, pero por lo visto eso no significa que las mujeres manden. Ayuso también es una mujer, pero por lo visto no es del todo mujer. Cristina Almeida sí que es una mujer, una mujer mujer, no sé si como plenitud o como mejoramiento o hipertrofia de su sexo, como lo que era He-Man en hombre.
Cristina Almeida es una mujer mujer y sale con las mujeres mujeres el día de las mujeres mujeres a hacer cosas de mujeres mujeres. Pero Ayuso no se sabe muy bien qué es, hembra entre bruja y tentadora. Quizá a Ayuso le hace falta un campo de reeducación, o que le corten sus trenzas de Mujercitas. Pero lo que está claro es que no es una mujer mujer o estaría con las mujeres mujeres decidiendo quién es más mujer, como tíos que se miden la minga. El caso es que, cuando manden Almeida y las suyas, porque es su destino y es lo que más nos conviene, las mujeres serán mujeres, es decir todas las mujeres serán como ellas. De momento, las otras no se sabe lo que son. Pero nada en el perfecto feminismo del día feminista parecía inquietarse por ello.
Lo que está claro es que no es una mujer mujer o estaría con las mujeres mujeres decidiendo quién es más mujer, como tíos que se miden la minga"
Cristina Almeida es una mujer mujer pero Ayuso debe de ser una mujer muñeca, o una mujer costilla de Adán, o una mujer de teniente francés, o una mujer fantasía de clérigo, algo que no ha llegado a ser mujer mujer, que no ha hecho la mili de mujer, que no ha alcanzado la conciencia superior de mujer, como Almeida o como Irene Montero o como su niñera sin ir más lejos. No, Ayuso se ha quedado ahí, la pobre, como con su cestito de costura, presidiendo la Comunidad de Madrid y siendo un icono político que merece que hasta en los prados de lavanda de mujeres, prados como de teletubbie, se sople su nombre como el de un mal viento.
Cristina Almeida es una mujer mujer que se sacó el mujerío como una ingeniería de la RDA o una plaza de cura, con mucha gimnasia de mujer, con mucho catecismo de mujer, con mucho examen de conciencia de mujer, entre demonios de la tentación y cilicios ideológicos. Es que la gente se cree que una nace mujer y ya está. Pero no, hay que ir a escuelas de mujer, como aquellas escuelas de señoritas, hay que aprender a ser mujer como se aprende el bordado, hay que saberse de carrerilla los Mandamientos de la mujer como una canción de la comba y hay que sacarse el carné de mujer delante de una dura sargentona de lo femenino, que no se lo saca cualquiera.
Cristina Almeida viene como de los marines de la mujer y desayuna cada día a dos metros del heteropatriarcado entrenado para someterla, como diría aquel coronel Jessep de Algunos hombres buenos. Las mujeres de Almeida/Jessep son mujeres mujeres, con código, con honor, con obediencia, con un Credo tieso e impoluto como el mástil de la bandera. Mujeres abatallonadas, mujeres automáticas como un gatillo, directas y unánimes como una bayoneta, que no están para filosofar ni para triunfar en la vida sino para hacer la guerra con la copa menstrual y con guillotinas de verduras. Igual que hay buenos y malos marines, hay buenas y malas mujeres, que parece frase de cura sudoroso pero resulta que es ahora una frase feminista que dice algo así como la Millán-Astray o la Jordi Pujol del feminismo en España, o sea Cristina Almeida.
Tiene guasa que ahora que quieren que cualquiera pueda ser mujer sólo con declararlo, se le niegue la condición de mujer a nuestra Cleopatra violetera madrileña. Cristina Almeida, mujer mujer, más mujer que nadie por la cuenta que nos trae, va señalando a las malas mujeres o a las medias mujeres, como las beatonas de pueblo. A Ayuso la podrían llamar traidora a su sexo, como en El cuento de la criada. Ha pasado ya otras veces en la historia: traidores a su clase, enemigos del pueblo, excomulgados... Cuando manden las mujeres, las de verdad, ya se encargarán de convertir a Ayuso, o a Cayetana, en una mujer de verdad, no sé si con mucha sosa y mucho ricino. Eso hace la izquierda ahora, montando coreografías de muñecas repollo: decir que las mujeres sólo son las suyas igual que dicen que la democracia es sólo la suya, mientras se comportan como inquisidores lascivos y feroces. Sería realmente poético y revelador que a Ayuso la izquierda la llamara bruja y la llevara a la hoguera con la desnudez de sus ojos de Juana de Arco de Dreyer. Así sólo quedarían las mujeres de verdad, convenientemente aprobadas, desde el ventanuco, por Cristina Almeida o por el macho Iglesias.
Cristina Almeida se destacaba entre una lavanda de mujeres o entre mujeres lavanda, mujeres en ramillete porque una sola lavanda no es nada ni una sola mujer tampoco. Allí como en un pequeño campo de girasoles de mujeres, Cristina Almeida decía que si las mujeres mandaran, hasta Ayuso sería más mujer. Ayuso ya es una mujer que manda, pero por lo visto eso no significa que las mujeres manden. Ayuso también es una mujer, pero por lo visto no es del todo mujer. Cristina Almeida sí que es una mujer, una mujer mujer, no sé si como plenitud o como mejoramiento o hipertrofia de su sexo, como lo que era He-Man en hombre.
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