Mi abuela era la mujer más guapa del mundo. Los ojos enormes, verdes, la piel perfecta, aparentaba 10 años menos de los que decía tener y unos 17 menos de los que tenía en realidad. No parecía que se fuese a morir nunca y murió hace exactamente un año, el pasado 10 de marzo.
Se la llevó lo que en ese momento era una neumonía rara que había derivado en un fallo multiorgánico. Algo dijeron del virus, de un posible covid19, pero ahí estábamos todos rodeando su cama, agarrándole la mano. Viendo cómo su belleza se volvía gris, cómo hasta su pelo parecía perder el color que tanto le gustaba llevar.
Por entonces, todavía se permitían los tanatorios sin límite de gente. Lo de las mascarillas ni se esperaba y pudimos irnos todos, casi 20, a cenar juntos porque el covid, nos decían, no era para tanto. Hablo de dos días después del “manifiéstense que aquí no pasa nada”. Hablo de cuatro días antes del confinamiento.
Recuerdo esa sensación de incredulidad al recoger el ordenador de la redacción para trabajar en casa. De que esto sólo duraría 15 días. De explicarle a mi hijo que durante un tiempo nos íbamos a quedar en casa porque los parques se habían llenado de bichos y teníamos que esperar a que los limpiasen. En pensar que menos mal que esto me pillaba embarazada de pocas semanas, que llego a estar de ochos meses y qué putada.
Pasamos s escuchar atentísimos cada mañana a Simón como si fuese el 'Aló Presidente'
De ahí pasamos al mes confinados, a los dos. A ver por la televisión cómo morían 950 personas en un sólo día y a mirar a mi marido y verle absolutamente aterrorizado pensando en su madre que tenía que ir a darse quimio todos las semanas al hospital. A escuchar atentísimos cada mañana a Simón como si fuese el Aló Presidente. A que Javier, de 2 años entonces, ya lo llamase por su nombre.
También, a que el mejor momento del día fuese a las 7 de la tarde, cuando la policía pasaba por delante de nuestra casa con la sirena a tope y él iba corriendo a la ventana para saludarles. Cuando una hora más tarde todo el mundo se ponía a aplaudir a los sanitarios. A que cuando nos dejaron volver a pasear, nos entrase hasta miedo.
Luego las fases. Me acuerdo de reservar en una terraza para el primer lunes de la fase 1 (¿o era la fase 2?). Nos habían encerrado llevando plumas y bufanda y aquella salida la hice en sandalias. Pero esto ya se acababa.
La nueva normalidad no era tan horrible. Y volvía el cole, ya trabajábamos en la redacción; a la mascarilla le debían de quedar dos telediarios
Después, el verano. En la casa donde veraneo llegamos a ser 20 y no pasaba nada. Ya todo volvía a la normalidad. La nueva normalidad no era tan horrible. Y volvía el cole, ya trabajábamos en la redacción; a la mascarilla le debían de quedar dos telediarios porque los muertos ya no existían y los contagios bajaban por días. Podíamos sentarnos 8 en una mesa, hasta 20. Y llegó el invierno. Y esto volvió a empezar.
Di a luz haciéndome una PCR y con dos mascarillas. Manuel tiene ya 5 meses, hasta ha pasado el covid, y sus abuelos paternos no le conocen. En un año he visto a mi hermano una sola vez. Pero, ahora sí, ya ni molesta. Ya estamos resignados. Ya no hay ni miedo y las ganas languidecen. Ayer leí 290 muertos y ni me inmuté. En marzo, con 100, me temblaban las piernas y me costaba dormir por la noche.
Ahora, que no nos dejen salir en Semana Santa tampoco nos importa. Nos hemos acostumbrado a llegar pronto a casa, a tener un grupo burbuja, a que siempre en terraza aunque truene, a que nada de ir a casa de un amigo del cole, a los abuelos ya les veremos cuando les vacunen. A no poder hacer nada por el primer aniversario de la muerte de la abuela, pero ya lo haremos. Y lo de la abuela claro que fue covid.
Y unos ERTE hasta septiembre y ya estamos en marzo. Y ahora es mejor salvar el verano, el del 2021
Y ya nos querremos mucho, nos veremos mucho, saldremos mucho, ligaremos mucho. Viajaremos. Y un año larguísimo que iban a ser 15 días y casi 100.000 muertos que iban a ser dos o tres casos. Y unos ERTE hasta septiembre y ya estamos en marzo. Y ahora es mejor salvar el verano, el del 2021. Y se cumple un año de cuando empezamos a recibir las notificaciones de los periódicos con los centenares de muertos diarios y ya ni las abrimos.
Que íbamos a salir mejores y salimos de esta sin abuelos, sin padres, sin hermanos, sin hijos. Salimos más pobres, más viejos, con más manifestaciones negacionistas y menos feministas. Salimos con los psicólogos sin horas disponibles, con los muertos sin duelo. Salimos hechos un asco pero que mi abuela no nos escuche protestar.
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