Ignacio Aguado, político traslúcido, de visillo, que parecía sólo asomarse tras los jarrones de Ayuso, descolocado de lugar, de partido, con un cargo olvidado, como el de un antiguo embajador, o un cargo postizo o a medias, como alguien con las alas del frac cortadas; Aguado, decía, mimo en el gobierno madrileño que sostenía siempre como un ramo para nadie en el lugar equivocado, llora como en su boda sin boda, su moción de censura sin moción de censura, con su medio frac y su medio ramo. Aguado se lamenta en Twitter con agonía primaveral y pubescente, con llanto desahogado de deshielo, de que a Cs se lo han cargado los medios, los grandes poderes que quitan y ponen tertulianos y verdades, los del bipartidismo como las Columnas de Hércules. La verdad es que no hace falta ninguna conspiración porque Cs se ha matado solo y locamente, como con su exprimidor de naranjas. Además de que resulta curioso que se vayan pareciendo tanto ya a la Banda de Sánchez que recurran a ese puchero de Podemos contra el Ibex y los directores de periódico con tirantes de Fraga.
Todo es más sencillo y no hay más que ver a Arrimadas, que va con un ojo sanguinolento y dulce, como una manzana picada por palomas, salvada de una matanza, huyendo de su boda de viuda negra con unas explicaciones inverosímiles, ingenuas y encantadoras. Uno no se arriesga a mover toda la política nacional por gente que se cuela para las vacunas como en el médico del Seguro. Si se presenta una moción de censura en Murcia, además contra uno mismo, en una especie de pirueta de Circo del Sol, lo normal es pensar mal. Es que no tiene ningún sentido, salvo que no se trate de Murcia, sino del país y de una operación para salvar al partido acercándose al PSOE. Es evidente. Ni siquiera hay tiempo para conspirar nada. Es como si se hubieran clavado la espada falsa de su propia boda, antes siquiera de que a los señoros del contubernio patrio les dé tiempo a ponerse sus pantuflas de cocodrilo.
Aguado se lamenta, maldice, creo que está floreciendo esta primavera en flores de duelo, como las de Lorca, haciendo por fin útil el ramo que siempre parecía llevar y no sabíamos para qué. Aguado llora veneno mientras Arrimadas, la Minerva de la Tercera España, que vino a la política con silueta de alegoría, para sostener antorchas y arremangarse togas, va por ahí con un alfiler nupcial clavado en el ojo y unas explicaciones de colegiala que ha fumado por el lado de ese ojo. Resulta complicado sostener que no había intención de más mociones de censura cuando las vimos en Castilla y León y en Madrid se presentaron nada menos que dos, siquiera a destiempo. ¿Para qué se presentaron? ¿Para qué salía Errejón, torciendo la boquita, la ley y el sentido común, no ya a defender la validez de esas mociones, sino sobre todo la esperanza de esas mociones? ¿Por qué las admitió la Mesa donde estaba Cs? Sí, es todo mucho más sencillo, y quizá por eso Arrimadas llora sangre por un solo ojo, como una lanzada crística, como una herida de cisne, como una señorita de Picasso que llora un triángulo, como un arlequín que llora un cascabel. Llora desde los adentros porque no puede negar lo que ha hecho, pero tampoco puede dejar de dolerle en el alma, en la cara, en la reputación, como un orzuelo de guapa.
Ahora Aguado culpa a los banqueros, a los medios, a los columnistas de batín y a los locutores que les hablan a los camioneros de madrugada con voz también de camión
Arrimadas se arriesgó mucho, pero sobre todo se arriesgó mal. Si sólo se podía salvar el partido poniéndole una pata de cabra al colchón de agua de Sánchez, si a partir de ahí se podía recuperar cierto electorado de centro, o sea de Sánchez, un electorado como de Illa o así, puede que no haya estado mal tirado ese dado. Pero las mociones tendrían que haber sido simultáneas y la ejecución y la defensa mucho mejor planeadas. Si sólo se trataba de Murcia y su pura y propia hermosura, sería peor que una mala apuesta: sería una estupidez imperdonable. ¿Quién forma todo esto sólo por cambiar de compañero como en un baile de granero? Eso es lo que supo ver Ayuso.
Ahora Aguado culpa a los banqueros, a los medios, a los columnistas de batín y a los locutores que les hablan a los camioneros de madrugada con voz también de camión. Iglesias aprovechaba el tuit para darle a Aguado la bienvenida a la resistencia, al lado de la democracia, o sea donde los banqueros, los medios, los columnistas de calcetín flojo y los locutores con cueva de Batman son uno solo: él. Bienvenidos a la Banda de Sánchez, parece decir. Han sido muchos errores y malas apuestas. Ahora sólo queda sangrar por un ojo, como una ballena triste, como un payaso triste, o hacer como Fran Hervías, un vivales que esta vez no se enteró de nada: irse a ese PP que criticaba por corrupto y al que quería levantarle todas las alfombras como una falda escocesa.
Queda Aguado perdido como siempre, entre galerías y ficus. Queda Inés Arrimadas con un pañuelo de dolorosa o de Violetta Valéry, una sangre de estigma, en sus ojos como dátiles punzados. Y queda Edmundo Bal, que ha hecho una gran defensa del partido. Claro que se puede defender a Cs, sobre todo sus principios, aunque eso sea como cuando la Iglesia se va a un Evangelio. Desde el comienzo, lo que han querido hacer era demasiado difícil. No es que no los hayan entendido, es que la Tercera España reformista daba para un club y poco más. No creo que Arrimadas haya cambiado de principios ni se haya vendido por una bañera de jaspe, sino que sólo intentaba que Cs sobreviviera. De todas formas, ha sido un fracaso. Suyo, por supuesto. El ojo de Arrimadas parece remitir ahora al costado de Amfortas o al lamento de Dido. Uno obtuvo la absolución y la otra, la muerte. Y Cs ya está cerca del telón.
Ignacio Aguado, político traslúcido, de visillo, que parecía sólo asomarse tras los jarrones de Ayuso, descolocado de lugar, de partido, con un cargo olvidado, como el de un antiguo embajador, o un cargo postizo o a medias, como alguien con las alas del frac cortadas; Aguado, decía, mimo en el gobierno madrileño que sostenía siempre como un ramo para nadie en el lugar equivocado, llora como en su boda sin boda, su moción de censura sin moción de censura, con su medio frac y su medio ramo. Aguado se lamenta en Twitter con agonía primaveral y pubescente, con llanto desahogado de deshielo, de que a Cs se lo han cargado los medios, los grandes poderes que quitan y ponen tertulianos y verdades, los del bipartidismo como las Columnas de Hércules. La verdad es que no hace falta ninguna conspiración porque Cs se ha matado solo y locamente, como con su exprimidor de naranjas. Además de que resulta curioso que se vayan pareciendo tanto ya a la Banda de Sánchez que recurran a ese puchero de Podemos contra el Ibex y los directores de periódico con tirantes de Fraga.
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