Pablo Iglesias no da una. A sus constantes actuaciones fuera de tono y pasadas de rosca en su papel de vicepresidente del Gobierno de España, que han forzado al presidente a aguantar con flema británica tantas y tantas embestidas para no dar al traste antes de tiempo con esta malhadada coalición cuyo pésimo funcionamiento tiene a la parte socialista del Gobierno hasta más arriba de la coronilla, el líder de Podemos ha coronado su larga serie de despropósitos con un súbito giro de tuerca torpemente planificado e intolerablemente planteado que le va a salir muy mal.
Para empezar, se ha tomado la libertad inadmisible en cualquier miembro del Gobierno, y más en un vicepresidente, de tomar una decisión trascendental para la estabilidad del Ejecutivo cuando el presidente Pedro Sánchez estaba viajando a Francia para participar en una cumbre bilateral de alto contenido en el ámbito económico y cultural que se cerraba con un acto presencial -algo insólito en estos tiempos de pandemia- junto al presidente Macron y que tenía, además, una fuerte carga simbólica para España: la visita al cementerio de Montauban donde está enterrado el último presidente de la Segunda República Manuel Azaña. Se trataba de homenajear al exilio español tras la Guerra Civil y a las decenas de miles de españoles que murieron en la resistencia contra los ocupantes alemanes.
“Minucias” debió de pensar el astro del firmamento Pablo Iglesias, “lo mío es mucho más importante y más urgente”. Y no esperó ni diez minutos después de explicarle al presidente lo que se le había ocurrido hacer, e hizo, después “de haberlo pensado mucho”, dice él, para comunicárselo a los españoles. Quiere decir, después de haberlo pensado cuatro o cinco días todo lo más, menos de lo que se tarda en decidir qué coche se quiere comprar uno, y eso a pesar de que lo que se traía entre manos era nada menos que dejar de pertenecer al Gobierno y renunciar simultáneamente a su escaño de diputado en el Congreso.
Y digo lo de renunciar simultáneamente a su escaño porque lo que ya sería directamente intolerable es que este señor decidiera conservar su acta en las Cortes a pesar de haber comenzado ya la campaña electoral. Y no digamos nada ante la hipótesis, que no sé si le sería posible, de que conocidos los resultados en la noche del 4 de mayo, que por lo observado hasta hoy no le van a ser favorables, Iglesias optara por no recoger su acta de diputado autonómico para refugiarse de nuevo en su escaño en el Congreso. Ése sí que sería un escándalo de dimensiones estratosféricas, pero que estaría en línea con el uso pro domo sua que el líder de Podemos hace de su estancia en la vida política.
Su discursito de presentación como flamante candidato a las elecciones de Madrid fue impresionante por la poca vergüenza de su planteamiento
Lo que sí es seguro es que a Pablo Iglesias se le va a permitir permanecer en su cargo de vicepresidente por lo menos hasta que dé comienzo la campaña electoral, lo mismo que hizo Salvador Illa con gran descontento, entre otros, de Yolanda Díaz, de la que no se sabe hasta hoy que haya levantado la voz contra la repetición de la jugada por parte de su jefe.
Su discursito de presentación como flamante candidato a las elecciones de Madrid fue impresionante por la poca vergüenza de su planteamiento en diferentes aspectos. De entrada, después de comunicar su decisión de abandonar el consejo de ministros, le reorganizó literalmente el Gobierno a Pedro Sánchez con nombres, cargos y apellidos sin pararse a tener la obligada consideración a la exclusiva potestad que tiene un presidente de remodelar su gabinete como mejor le parezca.
Eso es una osadía además de una impertinencia y una torpeza, porque se podía encontrar, como se está encontrando, con que al presidente del Gobierno puede no cuadrarle lo “decidido” por él. Y, de hecho, ya se sabe que Pedro Sánchez estaba pensando en que Yolanda Díaz no fuera vicepresidenta segunda sino tercera para que pueda seguir manteniendo la cartera de Trabajo sin chocar con las competencias de la señora Calviño. O que prescindiera de la cartera ministerial manteniendo la vicepresidencia segunda.
Pero hay que reconocerle a la señora Díaz un talante mucho menos arrogante que el de Iglesias al haber aceptado sin la menor resistencia asumir la vicepresidencia tercera del Gobierno y que Nadia Calviño asuma la segunda, a lo que el líder de Podemos se había negado en redondo porque no quería rebajar el nivel de estatus de los suyos. Hará bien el señor Sánchez en seguir remodelando su Gobierno de otro modo al ordenado por Iglesias, dejando claro así quién manda aquí, que parece que el líder morado no lo tiene claro todavía.
Pero eso no fue lo peor. Lo peor es que se comportó como el autor único de todos los avances reales o imaginarios que haya conseguido este equipo gubernamental y, sobre todo, como la gran esperanza blanca para ganar a la derecha en Madrid, a la que calificó directamente de criminal. “Hoy es imprescindible hacer frente a esa derecha criminal”, dijo. Y añadió para que no cupiera duda de su planteamiento: “Hay que impedir que estos delincuentes, estos criminales […] puedan tener todo el poder en Madrid”.
Hará bien el señor Sánchez en seguir remodelando su Gobierno de otro modo al ordenado por Iglesias, dejando claro así quién manda aquí, que parece que el líder morado no lo tiene claro todavía
Sin él liderando a una izquierda unida en la batalla, vino a decir, no se podrá parar a la derecha. Pero, ay amigo, en su soberbia y en su ignorancia de todo lo que no sean sus deslumbrantes cualidades como líder, dio por hecho que todos iban a acatar sin rechistar eso que él llamó tan campanudamente como acostumbra “la unidad de la izquierda transformadora”.
Y ayer se topó con la sorpresa de que Íñigo Errejón le ha dicho que “nones” por boca de su candidata Mónica García. Y tienen más razón que un santo, porque el plan de Iglesias era aterrizar en esa suma que él había diseñado en su cabeza entre Más Madrid -20 diputados- y Unidas Podemos -7 diputados y por los pelos-, y a la que describía como respuesta al “clamor de la izquierda”, y ponerse al frente de ella como líder indiscutible y, por supuesto, victorioso.
Porque nadie con dos dedos de frente se ha creído su ofrecimiento de que, una vez celebradas las primarias que también había él decretado por sí y ante sí en esa suma de las dos formaciones para constituir “una candidatura fuerte y con carácter”, el señor Iglesias aceptaría ocupar obediente y mansamente el número dos detrás de la señora García.
No, su plan era aterrizar en Más Madrid acompañado del ya escuálido batallón de Podemos para ponerse al frente de la candidatura –da igual el número que ocupara en la lista-, ocupar y ejercer el liderazgo y, si no ganar, sí al menos conquistar un número de diputados suficiente para devolverle la vida a un partido, el suyo, que va camino abajo en las preferencias de los votantes de izquierda y al que ya le va faltando dramáticamente el aire. Y eso se comprobó una vez más en las recientes elecciones catalanas donde la candidatura de En Comú Podem mantuvo sus ocho escaños pero habiendo perdido la friolera de 130.000 votos.
Ésa era la intención de Pablo Iglesias cuando este lunes diseñó para todos los españoles un plan que al día siguiente, es decir, ayer martes, ya se le fue abajo. Íñigo Errejón y Más Madrid no se van a someter a lo que Pablo Iglesias había decretado sin haber consultado a nadie más que a los dos o tres de su núcleo más inmediato. Sin haberse consultado a sí mismo.
Este es un grave paso en falso que le va a pasar una abultada factura y le va a poner en una posición muy próxima al fracaso. En las últimas autonómicas de Madrid los de Íñigo Errejón obtuvieron más de 475.000 apoyos y un 14,6% de los votos emitidos su partido. Podemos fue sexta y última fuerza con 180.000 votos y un raspadísimo 5,6% de las papeletas emitidas. Es decir, a punto de convertirse en partido extraparlamentario. Y, por si fuera poco, en estas próximas elecciones la candidatura de Podemos que encabeza Isabel Serra está rozando en los sondeos el límite por debajo del cual no tendría representación en la Asamblea de Madrid.
Y aunque Más Madrid bajara el 4 de mayo del porcentaje obtenido en 2019 porque perdiera parte del respaldo de los madrileños, no hay ningún motivo para pensar que la presencia de Pablo Iglesias, el peor valorado por todos los partidos y el que más rechazo provoca -si hacemos excepción de los independentistas y proetarras que en estas elecciones no tienen participación alguna- va a hacer subir a su partido y a su persona en el aprecio de los madrileños, ahora que ya le han visto actuar en la pista pública.
Así que procede preguntarse de donde piensa sacar el señor Iglesias los votos para “impedir que estos criminales puedan tener el poder en Madrid”. De los votantes al PSOE seguro que no, porque ellos están tan hartos del comportamiento del líder morado en el Gobierno como lo están los hoy aliviados ministros socialistas. Y porque bajo ningún concepto el señor Gabilondo admitiría ninguna clase de asociación preelectoral con él.
Para lo que va a servir la candidatura de Pablo Iglesias, eso sí, es para que todo madrileño de centro o de derecha acuda a votar como si fuera lo último que deba hacer en la vida
Y además porque caben muy pocas dudas de que los ataques de Iglesias, que se centrarán en Isabel Díaz Ayuso y en Rocío Monasterio, a quien verdaderamente van a dañar va a ser al candidato del PSOE, sea Ángel Gabilondo o sea, como se ha estado rumoreando estos días, una Manuela Carmena que le serviría al PSOE para hacer tándem con Errejón después de las elecciones, lo que podría concitar el apoyo de muchos madrileños. Pero eso no es más que un rumor. Lo cierto y real es que Iglesias va a competir contra el PSOE.
De los que apoyan a Más Madrid tampoco va a sacar votos porque sus dirigentes han sido las primeras víctimas del cesarismo con el que se comportó en su día Pablo Iglesias con Íñigo Errejón, y ni él ni ellos lo han olvidado. No hay más que ver la fulminante respuesta que el líder de Podemos ha recibido a su propuesta de “candidatura fuerte y con carácter”. Y esa rotunda negativa es la que ha dejado al líder morado irremediablemente colgado de la brocha.
Para lo que va a servir la candidatura de Pablo Iglesias, eso sí, es para que todo madrileño del centro o de la derecha acuda a votar como si fuera lo último que deba hacer en la vida. Buscarían hasta urnas de guardia si existieran. Por todas esas razones, sus perspectivas de triunfar en estas elecciones se aproximan bastante a cero.
Su plan, anunciado con una solemnidad y una grandilocuencia impropias del asunto a tratar -que parecía Jorge VI anunciando a los ingleses el inicio de la guerra contra la Alemania nazi-, pero no negociado con la parte interesada sino prácticamente impuesto por su exclusiva voluntad, se ha ido al traste nada más nacer y le ha dejado compuesto y sin novios.
Tendrá que salir a competir con sus solas y únicas fuerzas, y con el rechazo o la desconfianza de la mayor parte del electorado, lo cual le augura un resultado próximo al fracaso. Vaya un negocio que ha hecho por culpa de su infinita y miope soberbia.
Pablo Iglesias no da una. A sus constantes actuaciones fuera de tono y pasadas de rosca en su papel de vicepresidente del Gobierno de España, que han forzado al presidente a aguantar con flema británica tantas y tantas embestidas para no dar al traste antes de tiempo con esta malhadada coalición cuyo pésimo funcionamiento tiene a la parte socialista del Gobierno hasta más arriba de la coronilla, el líder de Podemos ha coronado su larga serie de despropósitos con un súbito giro de tuerca torpemente planificado e intolerablemente planteado que le va a salir muy mal.
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