Ver a Susana Díaz intentando sobrevivir es como ver a una gran duquesa pordiosera en la calle, bailando por calderilla, descalza pero todavía con un jirón sucio de armiño sobre los hombros, como recién asesinado o desenterrado. Sobrevivir significa sobrevivir a Pedro Sánchez, no al PP modosito de Juanma Moreno, claro. Y sobrevivir a Sánchez significa serle útil. Susana baila con conciencia de su grandeza perdida, aplicándose en su humillación, en su parodia de reina con el abanico deshecho y corona de miga de pan. Susana le dice a Sánchez que va a ganar Andalucía para él, porque sabe que sólo dándole más poder podría aplacar su venganza. Pero Susana ya no tiene nada que dar. Susana ganaba porque controlaba el censo y los enchufes y las familias y los pucherazos. Ahora no controla nada. Sánchez tiene el partido, tiene el dinero de Europa, tiene la baraka de ganar ponga a su lado al virus trompetero, a Illa con bolsa de agua caliente o a Iglesias con la fiambrera del revolucionario.
Susana baila como nunca bailó en los palacios, jugándose la vida como una trapecista con perrito y tutú. Se ha hecho sanchista de una manera también muy sanchista, sin preocuparse por la coherencia ni la dignidad, sólo intentando darle su tiempo a la astucia. La recuerdo en la investidura de Sánchez como si fuera la novia esclava de un mogol, en el frío del patio del Congreso, con falsa dulzura ceremonial y la carne endurecida por el oficio y la resignación. Sonreía como si le hubieran hecho tragar una diadema, mientras parecía recitar votos o tejer horcas. Susana sabía que mientras resistiera había esperanza. Sánchez podría caer con su Frankenstein, empalado en la luna de cementerio de cualquier noche, y allí estaría ella. Me doy cuenta de que Susana aguantaba como la Pantoja, enyesada de sonrisa en la calle, cuchillera de mecedora en la casa. Pero Sánchez no ha caído y la venganza ya no se puede aplazar más, ya muerde como los revólveres en el bolsillo.
Porque Sánchez sigue pudiendo ir de guapo, de yerno de España y de maletilla de cine de barrio
A Susana le esperan unas primarias como una plaza con garrote vil. Aún se recorrerá Andalucía, lo hará con alegría y estribillos, como esas furgonetas llenas de calcetines de los mercadillos, buscando a la militancia como a una prima o a un novio maletilla. Susana quiere hacerse un Sánchez con Peugeot, pero aquella vez Sánchez iba de mártir, molido como un Cristo de los esparteros o como el Lute de las estampas. A Sánchez se lo habían quitado de en medio en una carnicería indigna de la política e incluso de Susana Díaz. Así que Sánchez se convirtió para la militancia en un símbolo frente a ese aparato susanista que te montaba un asesinato romano con ambiente de gallera jerezana. Cogerá Susana carretera, manta y esquirlas de lo que antes eran reliquias, astillas de sus manos y sus lágrimas de madre de los andaluces, pero ahora Susana ya no sólo no tiene nada que ofrecer para su puchero, sino que es la madrastra con veneno que quiso matar al principito. Porque Sánchez, que ya tiene más cadáveres bajo el colchón y más huesos de pollo en la garganta que Susana, sigue pudiendo ir de guapo, de yerno de España y de maletilla de cine de barrio.
Susana resiste, intenta sobrevivir, baila exageradamente para Sánchez como una Salomé de cine mudo, y le dice a Pedro, nombre como susurrado ante un cabecero o ante una reja, que le dará Andalucía como un ánfora preciosa de aceites y vinos. Sólo el poder puede frenar a quien no era un mártir ni un espontáneo, sino la bestia política más feroz que hayamos conocido en la democracia, mucho más que Susana, a quien algunos considerábamos la antipolítica pura y ahora nos parece sólo una especie de Felipe González mesonera que se arremangaba la falda como para pisar uvas de votos o de enemigos. Pero Sánchez ya tiene casi todo el poder, al menos el suficiente para no necesitar premiar a la folclórica que intentó acabar con él como una bruja, en la misma cuna.
Susana intenta sobrevivir, pide por su vida, se vende por la calderilla, ella que fue estrella en Triana y en el Ritz, que se veía presidiendo el PSOE y España como una diosa de la vendimia, se humilla ahora ante la chusma que la venció y se ve compitiendo por migajones y por pena, como un mimo compite con las palomas en una plaza. Susana lo intenta y baila como una muñeca, hasta romperse de trapo y de pestañas, pero Sánchez se la va a cargar. Eso sí, después de haberse cargado a Rajoy, a Rivera, a Ciudadanos, a Iglesias y ya veremos a quién más. Sánchez ha esperado que transcurra todo el circulo del poder, como el círculo de la gloria, con esa pinta de auriga ganador que se prepara él en el Congreso o en la vida. Con Susana terminará todo donde empezó. O quizá comenzará todo, allí justo donde casi muere. Imaginen que ahora empezara el sanchismo de verdad, libre de ese peso helénico de las tragedias, de las grandes venganzas con ropajes de oleaje de mármol. Susana baila para Sánchez como nunca bailó antes, como en un musical ridículo y ochentero. Es inútil. Susana baila ya muerta. Su fin político no sólo es inevitable, sino ritual. Y quizá profético.
Ver a Susana Díaz intentando sobrevivir es como ver a una gran duquesa pordiosera en la calle, bailando por calderilla, descalza pero todavía con un jirón sucio de armiño sobre los hombros, como recién asesinado o desenterrado. Sobrevivir significa sobrevivir a Pedro Sánchez, no al PP modosito de Juanma Moreno, claro. Y sobrevivir a Sánchez significa serle útil. Susana baila con conciencia de su grandeza perdida, aplicándose en su humillación, en su parodia de reina con el abanico deshecho y corona de miga de pan. Susana le dice a Sánchez que va a ganar Andalucía para él, porque sabe que sólo dándole más poder podría aplacar su venganza. Pero Susana ya no tiene nada que dar. Susana ganaba porque controlaba el censo y los enchufes y las familias y los pucherazos. Ahora no controla nada. Sánchez tiene el partido, tiene el dinero de Europa, tiene la baraka de ganar ponga a su lado al virus trompetero, a Illa con bolsa de agua caliente o a Iglesias con la fiambrera del revolucionario.
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