Como siga la cosa así, sólo va a quedar Madrid, Madrid para que venga toda España como montada en La Sepulvedana, para que vengan políticos como toreros y franceses como de Pepe Botella, entre la pinacoteca, el mesón y la plazuela. Sólo quedará Madrid contra el sanchismo y sólo quedará Madrid con la nube de cerveza en el cielo, como las nubes de maldad de los Cárpatos. Todos quieren venir a Madrid, donde todavía te dejan sentarte en un bar con una caña de recluta o un churro de apoderado, donde los camareros aún echan y recogen toldos como balleneros y además nadie te da la brasa con la pureza de la raza local ni con revoluciones podridas de muertos podridos. Los franceses se vienen por la juerga, cuando toda Europa es un convento y al final para nada; Iglesias se viene para que le asignen su escalerilla de cojo del Siglo de Oro, y Toni Cantó se vuelve como un misionero porque su partido es una desbandada ante la niña con migas de pato que es Arrimadas.
Almeida dice que los franceses vienen a ver museos, gallinitas ciegas de Goya, viejas friendo huevos que parecen medallones, el Guernica que sigue sucio de guerra, ahumado en su buhardilla. Mónica García, de Más Madrid, habla por el contrario de “hordas” de franceses que vienen a emborracharse dentro de nuestras tinajas románticas. No creo yo que el francés sea el único que beba en esta mierda de año que llevamos. Ni parece lo más importante, salvo para la liga de la decencia. Se puede y hasta se debe coger el virus en una santa manifa, pero no en una cogorza lírica por el Barrio de las Letras, haciéndoles reverencias a los bolardos como a damas de Lope de Vega o al propio Lope de Vega enganchado a una cornisa como a una parra. Esta gente no ha protestado porque no hubiera comité científico, ni estrategia epidemiológica, ni nadie al volante, ni porque el Gobierno sea incapaz de buscar y poner las vacunas, ni porque no hagamos más que ir del paro a la morgue y a nuestra casa terrorífica. No, protestan porque vienen los guiris a beber en porrón, exótico y sucio como beber en un cuerno vikingo.
No creo yo que el francés sea el único que beba en esta mierda de año que llevamos. Ni parece lo más importante, salvo para la liga de la decencia
En Madrid no se han abolido las mascarillas, ni las distancias, ni la higiene, ni los horarios, ni la policía municipal, y cada día a las 11 sigue pasando como un cochero apagando las farolas y enrollando las calles. Los restaurantes parecen quirófanos, los bares de cañas tienen protocolos de central nuclear, mientras nadie protesta por si hay por ahí comunas o pandillas de la revolución o la grifa o el Hare Krishna que contagian con una sola esterilla más que todo el tapeo, ese tapeo a la luz de una aceituna como de etiqueta de botella de aceite. Los bares de Ponzano, todos enganchados como vagones de un circo, tendrían que haber dado más positivos ya que Brasil, pero no es así.
Viene el guiri, el francés, al que han dejado sin amor y sin vino, más o menos como a los de aquí. Vienen a emborracharse como gondoleros borrachos, si los gondoleros fueran franceses; vienen además a Madrid, que la izquierda considera la ciudad del placer, del asco y de la muerte, todo a la vez, como una fantasía freudiana. Los franceses van a propagar la plaga no porque lo diga la ciencia virológica como algo propio de los franceses, sino porque ése es el castigo que corresponde al pecador. El guiri es el pecador y Madrid la incitadora, que merece aún mayor castigo. Los bares, ya digo, pueden ser quirófanos y los camareros moverse como un ingeniero nuclear, pero ésa es la moral (moral de linchamiento diría Bertrand Russell) que anima a esta izquierda.
En realidad el guiri, y el aborigen también, se pueden ir a ver los cuadros de los Thyssen, todos como de alcoba, o a buscar a la maja desnuda con mascarilla como un velo de Las mil y una noches, o a beber sangría por los ojos. O se podrían ir sin tanto miedo ni escándalo si nuestro Gobierno se hubiera enfocado y esforzado en lo importante, que está más en sus ministerios y en sus decisiones que alrededor de los bares de caracoles de Madrid o de las canciones asturianas o marsellesas que le puedan rebosar a uno por la mascarilla como una sobrepapada.
Como siga la cosa así, ya ven, sólo va a quedar Madrid, Madrid para que se viva lo que se pueda vivir, Madrid contra la miseria y contra la tristeza, contra la pulsión de muerte del bicho y del puritanismo costroso, cenizo e inútil. Ya van a por Madrid, está en ello Sánchez, que ahora se dedica a conquistar concejos murcianos o la gloria de alguna reina bordadora por Tordesillas en vez de ir a por vacunas para nosotros y a por aire para la economía. Sí, sólo va a quedar Madrid, para los guiris, para los catetos, para los opositores, para los violinistas, para los fugitivos, para las lunas de miel, para los domingos, para los borrachos. Madrid para que vayan a verla como a un ave única, como a la novia que tuvimos o deseamos en Madrid, Madrid como una madre de artista o de estudiante, Madrid como el mundo americano de los banderilleros y los poetas. Sólo va a quedar Madrid, como un camarero del Pasapoga.
Como siga la cosa así, sólo va a quedar Madrid, Madrid para que venga toda España como montada en La Sepulvedana, para que vengan políticos como toreros y franceses como de Pepe Botella, entre la pinacoteca, el mesón y la plazuela. Sólo quedará Madrid contra el sanchismo y sólo quedará Madrid con la nube de cerveza en el cielo, como las nubes de maldad de los Cárpatos. Todos quieren venir a Madrid, donde todavía te dejan sentarte en un bar con una caña de recluta o un churro de apoderado, donde los camareros aún echan y recogen toldos como balleneros y además nadie te da la brasa con la pureza de la raza local ni con revoluciones podridas de muertos podridos. Los franceses se vienen por la juerga, cuando toda Europa es un convento y al final para nada; Iglesias se viene para que le asignen su escalerilla de cojo del Siglo de Oro, y Toni Cantó se vuelve como un misionero porque su partido es una desbandada ante la niña con migas de pato que es Arrimadas.
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