No soy de amarillismos, ni de cotilleos gratuitos para ganarse la atención del público. Pero hay anécdotas que más vale contar para conocer bien a un artista. En este caso mejor hacerlo en tercera persona, sobre todo si se trata de salvar el prestigio profesional de personas que siguen, un poco a su pesar, en activo en el negocio de la radio en el que nos conocemos todos.
El protagonista es un ser extraordinario en todos los sentidos. Sobre todo en el del oído. Si con tres años era capaz de interpretar una melodía al piano sin olvidarse de una nota y a los 14 se sabía todas las canciones que escuchaba en la radio, estamos ante un genio. Nacido Reginald Kenneth Dwight, hay que reconocer que luchó y ganó la batalla de cambiar su nombre por uno que ya está escrito en letras de oro en la Historia: Elton John. Así que los deejays de la radio de los 90 que nos hacíamos los listos diciendo la gracieta de “Sir Reginald”, ya nos podemos ir tragando nuestras propias palabras en los casetes de nuestros oyentes de entonces. El músico siempre dijo “si me madre puede llamarme Elton, los demás, también”. Y en 1972 consiguió hacerlo oficial.
Como la película “Rocketman” ha sido un “blockbuster” (¿lleva ya once años cerrada la franquicia del mismo nombre?) y se sigue viendo en plataformas de vídeo, creo que sería demasiado obvio recordar los escabrosos episodios de su vida que ahí aparecen. Vamos a otro absolutamente insignificante, pero que seguro que habla mucho más de él que otros más rimbombantes.
Vamos con la tercera persona. Le acompañaba un conocido técnico de sonido, hijo de técnico de sonido y que lleva toda su vida como técnico de sonido en una conocida radio en la que abundan los técnicos de sonido. La importante entrevista tendría lugar en un céntrico hotel de Londres. Sir Elton John lanzaba un enorme recopilatorio y una gira espectacular, pero no diré el año para preservar el anonimato a los inocentes, como las mejores películas de cine negro.
Temo defraudar al lector después de tanta expectación por lo tonto del episodio, pero no tanto por el ofrecer un lado del artista que no se ve normalmente, y mucho menos embutido en su disfraz de estrella del rock y tras esas más de 500.000 gafas censadas que tiene en casa.
Si con tres años era capaz de interpretar una melodía al piano sin olvidarse de una nota y a los 14 se sabía todas las canciones que escuchaba en la radio, estamos ante un genio
En el “schedule” de la jornada estaban MTV, BBC, RAI, RTVE y nosotros (ellos) que serían los últimos que tendrían un espacio de conversación animada y relajada con el protagonista de tantas grandísimas canciones de nuestra vida. Sin nervios, con la lección aprendida, el dúo sacapuntas de los medios que iban a entrevistar a Elton John se dirigieron a la sala perfectamente señalizada del hotel. Para evitar problemas logísticos con los fans, se indicaba solamente el nombre de su discográfica sobre las flechas correspondientes. Con absoluta puntualidad británica, los radiofonistas españoles entraron en el salón. El técnico hijo de técnico colocó convenientemente los micrófonos y los conectó a una flamante nueva grabadora recién estrenada que ofrecía una calidad digital hasta entonces inaudita (nunca mejor dicho).
“Rocketman” vistió aquel día una elegante chaqueta azul marino cruzada con botones dorados, pantalones blancos y gafas a juego color mar. Por supuesto, había cámaras, y ese siempre ha sido el más implacable de los jueces. Aunque ya sabiendo que aquello era la radio, se apagaron los focos, se disipó el calor y el artista se permitió relajar aún más su postura sobre una de aquellas butacas estilo Luis XV preciosas pero ciertamente incómodas del salón.
Amablemente (nada, comparado con lo que vendría después) el Comendador de la Orden del Imperio Británico se prestó al lógico “check, check, one two three” de rigor para tomar niveles de voz. Los españolitos se miraron, y la entrevista comenzó. Durante 25 preciosos minutos, se recorrieron las canciones más importantes de la carrera de aquel ser que llenaba estadios del mundo, incluyendo ocho al otro lado del “telón de acero”, en Leningrado y Moscú. Anécdotas, comentarios sobre su amigo-enemigo Bowie, y sobre la preciosa forma de componer que habían incorporado a su vida Bernie Taupin y él para siempre.
Emocionados por haber realizado un buen trabajo, como en la serie “Manos a la obra” nuestros Benito y Manolo de la radio se despidieron del genio, no sin reverencias. Tras una larguísima jornada de entrevistas promocionales, el artista quería una ducha, un té caliente y olvidarse de haber hablado tantas horas.
Existen miradas de sorpresa, otras de pánico, otras de vergüenza, pero la mirada que el técnico hijo de técnico lanzó de pronto hacia su compatriota reunió y superó con creces todas esas catalogaciones. No se había grabado. Nada. El silencio ensordecedor de la grabación vacía llenó la sala. Tras una comprobación tras otra, aquello no tenía nada. El fantástico equipo último modelo digital resultó ser el peor de los casetes, el que no graba. No entraré, por justicia y porque lo desconozco, si el apocalíptico final de entrevista se debió a la falta de pericia del técnico hijo de técnico, que sospecho que no, o a la escasa fiabilidad de algunos productos digitales de los 90, pero lo cierto es que nuestros españolitos estaban destinados a volver con las manos vacías.
Mientras el séquito del gran míster de la música recogía los enseres y prácticamente invitaba a salir a todos los presentes, el locutor tercera persona decidió jugársela pidiendo hablar urgentemente con el representante de la discográfica. Recordemos que estamos en un hotel de estilo victoriano en el centro de Londres, y que se requería al representante de uno de los más grandes artistas que ha dado la Historia de la Música.
En esta España nuestra podemos soltar aquello de “no te lo vas a creer, macho”. Pero allí todo es protocolo y respeto a las normas. Tras unos cuantos “sorry” y mucha humillación, el intermediario pudo llegar solamente hasta el compromiso de comentarlo con el propio artista, que ya estaba camino de su merecido descanso. Tras minutos que parecieron horas, pensando ya en cómo se iba a poder montar un “Especial Elton John” sin Elton John, apareció, casi como si nada hubiera ocurrido, de vuelta el maestro. El alivio fue mayúsculo.
Si estaba furioso, como cabe esperar dado su carácter, es algo que solamente él sabría. Jamás he conocido semejante prueba de “saber estar” ante un medio de comunicación. Volvió a repasar, como si fuera la primera vez, todas y cada una de las canciones de su recopilatorio, y hasta repitiendo algunas frases divertidas, perfectamente consciente de lo que es una mala toma en sus discos. Recordemos que en su época más prolífica llegó a los cuatro álbumes al año. Y eso normalmente no se consigue con primeras tomas.
La grandeza y elegancia son atributos que no siempre se hacen evidentes, pero si lo hacen de manera demoledora, es en momentos como este.
Gracias, Elton John. De parte de ellos, claro.
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