El pasado viernes, 2 de abril, nos levantamos con una tremenda noticia: la sede de Podemos de Cartagena, en Murcia, era atacada de madrugada con "material explosivo". Lo denunciaba el diputado de la formación morada, Javier Sánchez Serna, y su propio líder, Pablo Iglesias. El hecho constituye una demostración más de la paulatina degradación a la que asistimos en la vida española. Una degradación que, desde mi humilde punto de vista, no alcanza tan sólo el ámbito de lo estrictamente político ni afecta únicamente a nuestros representantes públicos.
Percibo con tristeza, y más en épocas preelectorales y de cierta polarización social como la que atravesamos, una enorme perversión en buena parte de los oficiantes del sacrosanto oficio de trasladar la actualidad y su análisis a los ciudadanos. Un trabajo, el periodístico, sometido a enormes presiones desde siempre por parte del poder, pero en el que algunos de quienes lo desempeñan actúan, cada vez con más fuerza, como destructores del prestigio que esta labor debería conllevar, enrareciendo nuestra, cada vez más, difícil existencia.
Puedo comprender que algunos políticos, más en precampaña y en campaña electoral, prefieran el camino de esa polarización como instrumento “populista” de llamamiento a los suyos, pero me cuesta mucho entender el uso del mismo instrumento por parte de los periodistas.
La polarización es cada día más infumable y verla reflejada, cuando no inspirada por diferentes medios de comunicación, es algo que me imbuye de una tristeza enorme
Me refiero a los que podría calificar de “pontífices” de las ondas, de las televisiones, o de las redes sociales. Profesionales que viven de haberse convertido en "solemnizadores" de lo obvio que se comportan casi como "gurús" más que como moderadores o comunicadores, sin olvidar a analistas endiosados, como “referentes de opinión”. Podría continuar, aunque creo que ya es suficiente y me han entendido perfectamente.
¿Les parece duro el retrato? Es posible. No obstante, aunque me duela y en ocasiones llegue a irritarme, es así como lo veo. No son todos tal como los describo, afortunadamente, pero sí se comportan como tales algunos de quienes componen el panorama del "periodismo independiente" e integran muchos de los medios en nuestro país.
"La voz de sus amos"
Compruebo, entre la tristeza y una creciente desgana, que muchos de los que acuden -acudimos, puesto que yo también participo de muchas de ellas- a ciertas tertulias políticas, no lo hacen con ideas propias y razonablemente asentadas sino con un argumentario prestado, cuando no impuesto por el partido de turno o la línea editorial del periódico que les paga.
La polarización es cada día más infumable y verla reflejada, cuando no inspirada por diferentes medios de comunicación, es algo que me imbuye de una tristeza enorme. Se trata, en mi opinión, de una forma más -tremendamente peligrosa- de tensionar nuestra vida pública e incluso de incitar a la violencia. Si el periodismo tiene una línea roja clarísima es, precisamente, esta: la de no enrabietar a la gente más de lo que ya lo está. ¿Cuesta tanto informar sin envenenar? ¿Es tan complicado opinar, desde las lógicas diferencias ideológicas, sin atacar o insultar al que piensa de forma diferente? ¿Son la amabilidad, la elegancia y la generosidad virtudes prohibidas para conseguir el ansiado “click” o un plus de audiencia?
Soy un firme convencido de todo lo contrario; la gente está deseando leer y escuchar noticias con un tono más amable. Esto es lo que me expresan todos los días un montón de personas que se quejan de la política, sí, pero también de los que la comentan y analizan.
No voy a entrar a estas alturas en el viejo y absurdo debate acerca de si el periodista debe ser o no objetivo; todos saben que eso es imposible. Sí es, en cambio, exigible una honrada y profesional subjetividad.
El "caso Rociito" y la impostada dictadura de los "censores intelectuales"
Hace algunas semanas estuve en el estreno de Contar la verdad para seguir viva. Un documental dedicado a narrar la vida de Rocío Carrasco. Las absurdas e injustificadas críticas que vengo escuchando en las últimas semanas acerca del llamado "caso Rociito" y la emisión de ese documental, -que algunos califican de “docudrama”- acerca de su historia, forman parte de esta perniciosa tendencia que se extiende a lo largo y ancho de nuestro panorama mediático. No deja de sorprenderme la estulticia de quienes, desde una impostada superioridad intelectual, se han erigido en jueces del que consideran el nivel aceptable de los contenidos que deben ser ofrecidos al pueblo llano.
¡Cómo si ellos mismos y sus reflexiones fueran más elevadas o convenientes! ¡Menos pontificar y más pisar la calle!
Me parece bochornosa la petición expresada por algún “radiopredicador” de secuestrar -así, como lo oyen- esta serie. Algunos fingen ignorar que la censura y la dictadura acabó en España hace ya casi medio siglo.
En muchas ocasiones he explicado que, en mi trabajo, a la hora de entrenar a directivos y a políticos, "aconsejo" a estos a visionar programas y contenidos de cualquier color
A la polvareda levantada por ese sector mediático ha contribuido, sin duda, el hecho de que, en una de las emisiones previas, en las que la hija de Rocío Carrasco narraba los presuntos abusos sufridos por parte de su exmarido, Antonio David Flores, interviniera sorpresivamente la ministra de Igualdad. Irene Montero expresaba, alto y claro, que ella sí creía a Rocío.
¡Para qué queremos más! ¿No forma acaso parte de las obligaciones de un servidor público entrar en los debates más sangrantes que afectan a la sociedad, y los malos tratos contra las mujeres son uno de ellos, sean sus víctimas famosas o no? Ahí tienen otro ejemplo de la ideologizada bilis que recorre los cuerpos de algunos “opinadores”. Personalmente me siento honrado de haber formado parte, como colaborador, del programa y del hecho que las llamadas al 016 hayan aumentado un 42 por ciento desde su emisión.
¡Hay que conocer cómo respira la gente!
En muchas ocasiones he explicado que, en mi trabajo, a la hora de entrenar a directivos y a políticos, "aconsejo" a estos a visionar programas y contenidos de cualquier color: prensa "rosa" también, claro… y "amarilla" si es necesario.
Estoy convencido de que todos deben ver programas populares y de gran audiencia como Sálvame o Supervivientes, que suelen ser denostados, pero que a mí me parecen igual de relevantes que otros más “respetados”. Son formatos que considero de referencia obligada para que los líderes no pierdan la perspectiva de cómo piensa y siente una parte no desdeñable de aquellos a los que representan o a los que dirigen en sus respectivas organizaciones. Todos los ciudadanos votan, tanto los que siguen los documentales de TVE 2, los que prefieren los informativos y otros programas de contenido político, así como también los que buscan solo el puro entretenimiento o la crónica rosa.
Es más; siempre sugiero unas mayores dosis de entretenimiento también en los contenidos más “sesudos”.
¡Ojalá todos los analistas fueran conscientes de su responsabilidad!
Siempre he entendido el periodismo y la preciosa e insustituible labor de contarle a la gente lo que ocurre y por qué ocurre como uno de los oficios más nobles. Una de las tareas más delicadas a las que puede enfrentarse una persona. La tremenda capacidad de influir sobre una ingente cantidad de personas que leen ven o escuchan a diario la enorme cantidad de mensajes que se vierten a través de los medios, debería ser motivo suficiente para que los profesionales que se dedican -nos dedicamos- a esto, nos levantemos cada mañana siendo conscientes de nuestra gran responsabilidad, porque nos asiste un gran poder. Una potencia basada en la confianza que depositan en nosotros todos cuantos nos siguen. No les fallemos ni mucho menos les despreciemos… si no queremos acabar siendo objeto de su desprecio -que muchos sin duda ya merecen- o de algo peor: de su indiferencia y de su olvido.
Decía Ryszard Kapuscinski: “Para ser buen periodista hay que ser buena persona”. Ojalá esta sea la frase que sirva como guía para todos los que se dedican, o quieran dedicarse, al periodismo.
El pasado viernes, 2 de abril, nos levantamos con una tremenda noticia: la sede de Podemos de Cartagena, en Murcia, era atacada de madrugada con "material explosivo". Lo denunciaba el diputado de la formación morada, Javier Sánchez Serna, y su propio líder, Pablo Iglesias. El hecho constituye una demostración más de la paulatina degradación a la que asistimos en la vida española. Una degradación que, desde mi humilde punto de vista, no alcanza tan sólo el ámbito de lo estrictamente político ni afecta únicamente a nuestros representantes públicos.
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