Mira, que no le saquen el tema a los miles y miles de parados de larga duración a los que se les ha apagado la luz al final del túnel. Asistimos impertérritos al hecho de enorme trascendencia de que las grandes fortunas aumentan de forma directamente proporcional al número de personas que hacen las colas del hambre cada día.
Poderoso caballero, pequeño problema, sucio y vil metal, le podremos poner el nombre que queramos, pero al final bien es cierto aquello de que no da la felicidad. Puede ayudar a no pasar duros trances de infelicidad, que no es lo mismo. El lector seguro que ya conoce aquello de la diferencia entre “riqueza” y “abundancia”. También le puede sonar el mantra espiritual de algunas tradiciones que dicen aquello de “en el Universo hay abundancia para todos”. “Sí, pero justo de lo que yo necesito y donde yo estoy, no”, puede contestar alguien. Y lo hará con el peso de la lógica “sanchopanziana” de quien escucha predicar a cualquier hidalgo moderno disfrazado de gurú.
Que sí, que todo eso está muy bien, pero aquí lo que interesa es cobrar. Bueno, para ser exactos, pagar lo menos posible, a la vista del “gordo de la lotería” para el Estado que supone el tipo impositivo de cualquier hijo de vecino que (tele)trabaje sus doce o trece horas diarias como autónomo en este país pionero lleno de emprendedores.
Luego está la envidia. Sí, eso que toma forma de ríos de tinta en papel couché disfrazado de órgano vital. Hablamos de lo que hace que nunca veamos bien la riqueza del otro, pero la veamos, con atención y detalle.
¿Quiénes se atrevían a juzgar sin reparos a los más grandes artistas de la música de los 80?
Pues hallábase en aquel orwelliano año de 1984 un tal Mark Knopfler, maestro de maestros de la guitarra, en una tienda de electrodomésticos de NYC cuando tuvo el dudoso honor de escuchar hablar mal de los artistas que salían en las pantallas del escaparate, sintonizadas con la entonces todopoderosa MTV. ¿Quiénes se atrevían a juzgar sin reparos a los más grandes artistas de la música de los 80? Pues un señor con gorra que descargaba cajas y un vendedor sin demasiadas aspiraciones.
Dos sabios de la economía mundial (y probablemente de otros cientos de materias) sentenciaban valoraciones musicales del estilo “golpean los bongos como un chimpancé” y otras más en lo personal como “esta gente tiene dinero a cambio de nada y chicas gratis”. El talentoso y original genio guitarrista pidió a los mismos listillos un papel y bolígrafo para apuntar tamaño recital de improperios. Ahora forman parte de la Historia de la música en forma de letra de la canción que traigo a completar la mejor playlist, la de este diario.
Una canción en la que, la primera voz que se escucha, no es otra que la de Sting. ¿Alguien no me cree? No pasa nada. Me saco de la chistera un momentazo que realmente es único: la interpretación de este gran tema que tuvo lugar en EL concierto benéfico. Live Aid. El de 1985.
Así que dinero por nada. Pues “nada” es justo lo que están ganando miles y miles de personas dedicadas en cuerpo y alma al arte de la música. Sirva esto como humilde homenaje.
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