Escuché en más de una ocasión a la presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, pronunciar una sentencia, tanto en público como en privado, que me impresionó vivamente: "Cuando alguien me prohíbe -o me recomienda encarecidamente- no ir a un lugar determinado [para llevar a cabo un acto público], me entran aún más ganas de hacerlo". Eran tiempos en los que, para los candidatos, afiliados o meros simpatizantes de la "marca naranja", que creara e hiciera grande Albert Rivera, resultaba tremendamente complicado hacer llegar su mensaje y su proyecto político a lo largo y ancho de la superficie total de Cataluña. Comarcas y municipios muy alejados de grandes núcleos urbanos y en los que las formaciones nacionalistas o abiertamente separatistas eran dueñas y señoras del paisaje social y político y por supuesto de la voluntad de sus gentes.
No es ese, ni de lejos, el actual panorama de la Comunidad de Madrid, y menos aún de su capital, "rompeolas de todas las Españas", como magistralmente dejara escrito Antonio Machado. Pero los tremendos sucesos vividos en la tarde del pasado miércoles 7 de abril en Vallecas, en el marco del acto de inicio de la precampaña de los candidatos madrileños de Vox han supuesto, en mi opinión, el cruce de unas gravísimas líneas rojas que, en democracia, ni pueden ni deben traspasarse.
Lo cierto es que, la voluntad de crear un clima, abiertamente, "pre-guerracivilista" por parte de algunos no es ya un comentario o un análisis tremendista dibujado por cualquier tertuliano con afán crispador -que algunos hay- o determinados candidatos adscritos a uno de los dos extremos del arco ideológico que se ofertan durante estas semanas, con especial vehemencia, a los electores madrileños. Desgraciadamente no es así. El afán por parte de algunos de lograr un enfrentamiento real en las calles está a cinco minutos de ser una catastrófica realidad. La buena noticia es que, el número de madrileños y madrileñas que ni quiere ni está dispuesto a que este tipo de actitudes se adueñen de la precampaña y de la campaña, es abrumadoramente superior al de los profesionales de la crispación y la pesca en ríos revueltos de turbias aguas.
¿Provocación o libre ejercicio de un derecho democrático?
No seré tan ingenuo como para caer en la trampa de posicionarme acerca de si Vox eligió Vallecas para provocar o lo hizo por la simple y estratégica razón de que la caída en picado de las expectativas electorales de Iglesias y los suyos en esa emblemática zona de Madrid pueden suponer una oportunidad, como caladero de votos, para los populistas de derechas, aunque unas bolsas de ciudadanos -los más desfavorecidos- arruinados y muy desencantados con la izquierda. Esto último no supondría nada nuevo bajo el sol, puesto que ya a finales de los años 80 en Francia el Frente Nacional de Le Pen se comió al otrora todopoderoso PCF.
Lo que es indudable es que los incidentes, que se saldaron con un balance de 35 personas heridas de distinta consideración -21 de ellos policías- son completamente inadmisibles en una democracia consolidada como la española, que teóricamente se encuentra entre los 20 países más desarrollados del mundo. Es evidente que los populistas saben cuáles son las circunstancias y los lugares en los que "pescan más y mejor", donde obtienen mayores réditos electorales. Nada que objetar, por lo tanto. Democracia es Democracia, y cada quien puede hacer campaña allá donde le parezca más práctico y efectivo de cara a las expectativas de su partido, o simple y llanamente, le parezca más oportuno y conveniente porque en España, desde 1978, está perfectamente consagrada la libertad de reunión y asociación, al igual que tantos otros derechos fundamentales.
Percibí, por lo demás, que algunos de los agresores, pertrechados con piedras de grueso tamaño, no parecían ciudadanos corrientes, tal vez no del barrio. Ojo, que esto no es más que una impresión personal de quien escribe. Si había o no una intención premeditada y específicamente diseñada para reventar el acto de presentación de precampaña de Vox no es a mí, evidentemente, a quien toca determinarlo.
Tras la bronca, todo vale
No puedo pasar por alto, por lo demás, otra derivada inevitable de estos lamentables y condenables sucesos y es la consabida "bronca", en este caso entre los responsables de Vox y el ministro del Interior, al que por cierto le tienen muchas ganas, por no haber diseñado un dispositivo policial "suficiente" ante la previsión cierta de que habría graves incidentes puesto que, en los días previos, numerosas asociaciones "antifascistas" habían hecho llamamientos públicos en redes sociales y otro tipo de canales para no permitir el acto de los de Abascal que, por lo demás, contaba con los permisos oportunos.
Los responsables gubernamentales se han defendido probando que el despliegue de las FSE fue el adecuado y lanzando acusaciones de que algunos -se entiende que los responsables del acto- "forzaron la máquina" para poner en riesgo la seguridad y el trabajo de los agentes y para que acabara ocurriendo lo que ocurrió. Tal podría parecer a la luz de alguna de las declaraciones posteriores de algún candidato o candidata de Vox, que incidía en que pudo haber algún muerto… incluso que quienes reventaron el acto podrían haber estado buscándolo.
Si bochornoso es todo lo que ya he descrito, igualmente me lo parece el "numerito" del día siguiente de mandar a decenas de personas, afines a la extrema izquierda, a "desinfectar" las calles con lejía… "lejía antifascista". Da la sensación, y algo más que una mera sensación, de que tratan a los ciudadanos por imbéciles. La izquierda madrileña y de este país vale mucho más, muchísimo más que una limpieza de calles a base de lejía. Por cuanto puede ser este acto me resulta populista, infantil y ofende a la gente 'normal' que buscas respuestas reales.
¿Beneficiados? Evidentemente…
La crispación favorece SIEMPRE a los populistas de uno y otro signo. En este caso, lo hemos vuelto a comprobar. Un día después de la "batalla campal", todas las portadas y las aperturas de los distintos informativos de radio y televisión eran para Vox, Abascal, Monasterio y el resto de sus candidatos. En las redes sociales, desde el minuto cero, Vox y Vallecas se instalaron como trending topic.
Hashtags como #Vallecas, #VallecasEnPie, #VOX y otros muchos fueron líderes indiscutibles de las distintas corrientes de opinión y marcaron el pulso social. ¿Le dará votos esta escenificación y las que resten por llegar a los de Abascal y Monasterio? No me cabe duda alguna. ¿Se los restará a Díaz Ayuso? Parece probable. ¿Existe una intención -oculta pero fácilmente detectable- en algunos estrategas cercanos a instancias gubernamentales y por tanto a la izquierda moderada en que esto sea así para que se visualice, con mayor nitidez aún, que el candidato Ángel Gabilondo representa la centralidad y que, tanto la extrema derecha del populismo de Vox como la contraria, por parte de Unidas Podemos, son peligrosas? No hay que ser un Fouchè de nuevo cuño o un redivivo Maquiavelo para entreverlo.
Solo deseo que esto sea una excepción y no la regla de una precampaña y posterior campaña en la que los madrileños se juegan mucho… y el resto de los españoles también. Con la que ha caído y aún sigue cayendo, lo que menos necesitan los ciudadanos son este tipo de excesos populistas que, si no fuera porque afortunadamente las circunstancias políticas, económicas y sociales de la España de hoy nada tienen que ver con la de hace 90 años, podrían llegar a hacer pensar que, a algunos, más que el bien de Madrid y de España entera, lo único que les interesa es el "cuanto peor, mejor".
Escuché en más de una ocasión a la presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, pronunciar una sentencia, tanto en público como en privado, que me impresionó vivamente: "Cuando alguien me prohíbe -o me recomienda encarecidamente- no ir a un lugar determinado [para llevar a cabo un acto público], me entran aún más ganas de hacerlo". Eran tiempos en los que, para los candidatos, afiliados o meros simpatizantes de la "marca naranja", que creara e hiciera grande Albert Rivera, resultaba tremendamente complicado hacer llegar su mensaje y su proyecto político a lo largo y ancho de la superficie total de Cataluña. Comarcas y municipios muy alejados de grandes núcleos urbanos y en los que las formaciones nacionalistas o abiertamente separatistas eran dueñas y señoras del paisaje social y político y por supuesto de la voluntad de sus gentes.
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