El Congreso es un edificio de ecos romanos y fustes épicos donde parece que la más valiosa virtud política y moral es ahora hablar bajito, como las comadres, como los intrigantes, como los hipócritas. Al menos eso piensa Sánchez, al que no hay muerto, ruina, indecencia, desfachatez, traición o desidia que le irrite tanto como que alguien levante la voz ante los muertos, la ruina, la indecencia, la desfachatez, la traición o la desidia. A Sánchez parece que le han dado no el poder de gobernar, sino el de los bibliotecarios o los antiguos acomodadores de cine. Sánchez puede pactar con los de Bildu, todavía con cara de portar la guadaña, y con el totalitarismo ventero catalán; puede hacer vicepresidente a un alunicero de la ultraizquierda y fracasar en lo económico y en lo sanitario en la mayor crisis del último siglo, y sin embargo dedicarse a chistar a los demás con sonrisa y desenvoltura de truhan.
Nuestro problema político, económico y humano es por lo visto que hay algunos que se enojan y hablan alto como si estuvieran en el bar de las tragaperras y el ajillo. Parece algo que diría Victoria Beckham, estrechando aún más su nariz de ojo de aguja, que está así de oler sólo cosas finísimas, deshiladas en el aire para ella. Pero no, lo dice Sánchez con parecida nariz, que sólo soporta oler su perfume. Abascal enseñó uno de los adoquines que le tiró no sé si el pueblo, la mayoría, la democracia entendida como catapulta o los querubines de cornisa de ese Vallecas de retablo obrero. Pero esto, que la democracia defendida por miembros del Gobierno consista en reventar cabezas, sean más o menos de marmolillo, no significa nada ante esos políticos brutales que levantan la voz. Aquí ya se enseña el adoquín “democrático” no ya como se enseñaba el ostracón, sino como se enseñan las gafas rotas del empollón. Lo han hecho Rivera, Ayuso y ahora Abascal. Pero a los matones les da risa y Sánchez les dice a los cuatroojos descalabrados que se callen, que el adoquín en la cabeza les hace rudos.
Nuestro problema político, económico y humano es por lo visto que hay algunos que se enojan y hablan alto como si estuvieran en el bar de las tragaperras y el ajillo"
Hay que hablar bajito, que es lo que hace Sánchez, sobre todo ante Bildu y ante Rufián, como el que va a dar un masaje con sándalo. Hay que hablar bajito, que es lo que hace Iglesias a la vez que niega la separación de poderes, el imperio de la ley y la democracia que se empeña en contar a todo el mundo, no sólo a los que votan tirando un adoquín como un Picapiedra. Hay que hablar bajito mientras se llevan a la cabaña jueces con el camisón puesto, como aquel musical de montañeros que raptaban novias. Hay que hablar bajito cuando se le pide a un coronel de la Guardia Civil que desobedezca las leyes y les chivatee las investigaciones (que se las chivatee muy bajito, eso sí). Hay que hablar bajito, con boquita de piñón, la boquita de sorbete para la horchata de los niños educaditos, mientras se acusa nada menos que de pedir un levantamiento militar. Hay que hablar bajito ante los canallas y los supremacistas y los violentos igual que ante los muertos que desfilan también para Sánchez. Hay que hablar bajito, no vayamos a crispar.
Sánchez les chistaba a todos, especialmente a Casado, que algo tiene que hacer, la verdad, levantar la voz o dejarse una sotabarba jeremíaca, para que lo miren a él y no a la tonante Ayuso, que aunque salga a correr con chándal de Belén Esteban parece que va en el carro de Cibeles. Casado levanta la voz porque Sánchez es irritante como los ligones de guitarrita, contra los que no vale la razón filosófica ni política. Ayuso no tendría que levantar la voz porque ya digo que usa, como Sánchez, atributos simbólicos y bandas con lemas en el pecho y en las columnas, como si fueran alegorías de un ateneo o un gremio. Pero quizá está bien levantar la voz, enfadarse con cierta cólera teatral, homérica o japonesa, cuando se impone la hipocresía susurrante, la mentira con ramito de margaritas y la puñalada en la bañera jabonosa. Lo que no pegaba con esa ira de los justos de Casado era proponerle a Sánchez vacunarse juntos, como si fueran dos chicas de oro.
Sánchez no presentaba nada en el Congreso, o sólo se presentaba él, como siempre. Su plan, la octava vez igual que la primera, no deja de ser una lista de boda que ha ido pasando de la almohada al papel perfumado. En realidad es menos que una lista de boda, que por lo menos enumera objetos concretos. En este plan sólo están los brumosos sueños de la novia, como en un diario con llavín de mariposita, o quizá los de su donjuán trepador. Sánchez no presentaba nada, salvo a él, esta vez con un traje un poco de boda de un primo. Sánchez es sólo un traje con percha mitológica, más el hablar bajito y el zafarse presto, como si fuera el Zorro. A ver qué podía decir de la pandemia ni de la recuperación ni de nada. Sólo podía chistar a los demás. Pedirles que hablaran bajito aun con el desastre ante los ojos o el adoquín en la cabeza.
El Congreso es un edificio de ecos romanos y fustes épicos donde parece que la más valiosa virtud política y moral es ahora hablar bajito, como las comadres, como los intrigantes, como los hipócritas. Al menos eso piensa Sánchez, al que no hay muerto, ruina, indecencia, desfachatez, traición o desidia que le irrite tanto como que alguien levante la voz ante los muertos, la ruina, la indecencia, la desfachatez, la traición o la desidia. A Sánchez parece que le han dado no el poder de gobernar, sino el de los bibliotecarios o los antiguos acomodadores de cine. Sánchez puede pactar con los de Bildu, todavía con cara de portar la guadaña, y con el totalitarismo ventero catalán; puede hacer vicepresidente a un alunicero de la ultraizquierda y fracasar en lo económico y en lo sanitario en la mayor crisis del último siglo, y sin embargo dedicarse a chistar a los demás con sonrisa y desenvoltura de truhan.
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