Ya estamos en campaña pero en lo único en que vamos a notar que algo ha cambiado entre los últimos días y los días venideros es en el grado de insultos y descalificaciones, que van a subir de nivel. También lo notaremos en las probables novedades con las que se va a descolgar el presidente en lo tocante a las ayudas económicas que va a recibir Madrid, un anuncio que hará en estos próximos 15 días para intentar conquistar el voto de los indecisos y también el de los sectores hoy muy partidarios de Ayuso a la que agradecen que haya mantenido abierta la actividad de los comercios y de los bares y restaurantes.

Parece que las indemnizaciones millonarias a Madrid por los efectos devastadores del temporal Filomena se van a aprobar antes de que termine la campaña y ése, el del dinero, es un argumento de mucho peso para quien ha sufrido durante todo este año el cierre de su actividad y el estrangulamiento de su modo de vida.

Esta campaña es a vida o muerte porque todos, menos Más Madrid que está cómodo en su papel y no parece que vaya a perder ni escaños ni votos, se juegan muchísimo en las elecciones de Madrid. Empezando por el presidente del Gobierno, que no se entiende cómo es posible que se haya dejado convencer por su particular Conde Duque de Olivares –léase Iván Redondo- para asumir en primera persona una batalla electoral en una comunidad autónoma, por mucho que ésta sea Madrid, en la que desde el minuto uno las posibilidades de ganarle la partida a la presidenta madrileña siempre fueron muy remotas.

Y lo siguen siendo a 15 días del 4 de mayo porque a lo máximo que puede aspirar el PSOE es a sacarle un escaño de diferencia a Díaz Ayuso a base, eso sí, de coaligarse con Más Madrid y Podemos para conformar un  gobierno de coalición a tres bandas que sería, sin duda, una fuente constante de enfrentamientos internos y de tensiones sin fin que llevarían al fracaso de su gestión en los dos años que tendría de plazo.

No exageramos nada si decimos que el presidente le está haciendo un flaquísimo favor a su candidato para Madrid y que le está llevando de la mano al fracaso

Entre otras razones porque un demediado Pablo Iglesias intentaría desde el comienzo dirigir ese gobierno de modo que reportara beneficios políticos inmediatos a su partido que está ya en franco retroceso. Y que intentaría también sacarse la espina de la humillación recibida al ser rechazada su propuesta de concurrir juntos a las elecciones ganándole la partida desde dentro a su íntimo adversario Íñigo Errejón en la persona de Mónica García.

Pero comprobamos con estupor que Pedro Sánchez está dispuesto incluso a tirar de sus ministros para reforzar la candidatura de un Ángel Gabilondo al que él personalmente y el Gobierno como tal han arrinconado hasta llevarle a hacer el ridículo más espantoso.

No otra cosa ha sido el episodio de los impuestos autonómicos que el candidato Gabilondo se comprometió a no subir, cosa que fue desmentida inmediatamente por la ministra de Hacienda, que explicó con toda seguridad que los impuestos autonómicos se “armonizarían”, por supuesto que sí.

No exageramos nada si decimos que el presidente le está haciendo un flaquísimo favor a su candidato para Madrid y que le está llevando de la mano al fracaso. Las cosas han llegado a tal punto que Gabilondo tuvo la necesidad de tener que aclarar ayer la confusión reinante con una frase que desvela por sí sola la dimensión del disparate que se está produciendo en la campaña socialista de Madrid: "Sánchez es Sánchez. El que se presenta a las elecciones soy yo".

Por eso la campaña del PSOE en estas elecciones no tiene orden ni concierto y nos encontramos con un candidato que dice también que él no habría cerrado los restaurantes y los bares, que es exactamente lo que ha hecho Ayuso y lo que la ha colocado en la diana de los ácidos ataques de los tres partidos de la izquierda, el PSOE incluido. Una completa incoherencia.

Pedro Sánchez se juega mucho en estas elecciones. Se juega nada menos que su prestigio como líder, que puede quedar seriamente dañado la noche del 4M. Pero el error ha sido el de su propia torpeza al aceptar el diseño de su ministro plenipotenciario sin cartera y sumarse a él sin haber calculado cuánto le va a costar semejante apuesta desigual de la que puede perfectamente salir perdedor.  Todo un sinsentido al que no es fácil encontrar una explicación coherente.

Y, naturalmente, en estas condiciones, el presidente tiene que echar el resto en esta campaña y tirar de todos los recursos a su alcance, incluidos los que le proporcionan las decisiones del Consejo de Ministros. Lo comprobaremos en estas dos semanas que quedan hasta el martes electoral.

Pablo Iglesias también se juega aquí el pellejo y la cartera. Ante el riesgo cierto de que Podemos quedara fuera de la Asamblea de Madrid como quedó fuera del parlamento gallego, lo cual hubiera supuesto un golpe mortal para la supervivencia de Podemos, el hasta ahora vicepresidente del Gobierno abandonó de improviso su cargo y corrió a encabezar la candidatura morada a las elecciones madrileñas.

Pero, ay, el efecto fulminante que él esperaba provocar ante su llegada para capitanear sus huestes electorales se ha quedado en “efectillo” y, salvo que ahora es seguro que UP entrará en la nueva Asamblea, los sondeos no le dan más allá de 11 o 12 diputados, una muy magra cosecha para la enorme dimensión de tan importante apuesta.

Iglesias tira de lo mejor que tiene en el escaparate, que es la ministra de Trabajo Yolanda Díaz, que ni es de su partido y ni siquiera lo es de Unidas Podemos porque en octubre de 2019 se dio de baja en Izquierda Unida aunque mantiene la militancia en el PCE. A esos niveles de necesidad llega Pablo Iglesias y la señora Díaz se volcó de tal manera ayer en el apoyo del líder morado que aseguró este domingo que su presencia en el Gobierno había "cambiado el curso de la Historia". Nada menos.

Pero no se quedó ahí sino que a continuación aseguró que su presencia en la Asamblea de Madrid era indispensable para asegurarse de que la democracia no desapareciera en España. Ya ve usted las cosas que se dicen en campaña cuando el aludido está próximo a la desesperación.

No digamos ya lo que se juega Inés Arrimadas, que tiene un pie al borde de la tumba, políticamente hablando. Algunos lamentamos que este partido haya seguido una trayectoria tan desastrosa cuando era una de las esperanzas de aquello que se llamó “nueva política” y que ha resultado a la postre un fiasco.

También Arrimadas ha tirado de lo mejor que le queda  y ha presentado a su portavoz en el Congreso, Edmundo Bal, que ha tenido la precaución, dado el negro panorama que se vislumbra en el horizonte naranja, de no renunciar a su acta de diputado en el Congreso. Así tiene asegurado un puesto en la política española por lo menos hasta las próximas elecciones generales.

Arrimadas y su partido, Ciudadanos, se juegan la vida política en estas elecciones de Madrid y los sondeos anuncian que la van a perder. Sólo si alcanzan el 5% de los votos emitidos podrán sacar la cabeza de debajo del agua y empezar a respirar porque en ese caso es prácticamente seguro que alcanzarían un acuerdo con Díaz Ayuso –no con Gabilondo en asociación con Iglesias-  para apoyar desde fuera su acción de gobierno o, quizá, dentro de él pero en condiciones muy distintas a las habidas en estos dos últimos años en los que la pésima convivencia entre la presidenta y su vicepresidente de Cs, Ignacio Aguado, está en parte en el origen de esta convocatoria anticipada de elecciones en la Comunidad.         

Y luego está el caso del PP, que se lo juega también todo o casi todo. Y no porque la candidatura de Díaz Ayuso no vaya a cosechar un éxito rotundo e indiscutible, algo que está de sobra anunciado por todos los sondeos, sino porque sigue corriendo el riesgo a día de hoy de no poder gobernar, cosa que sucederá si tanto Ciudadanos como Vox no consiguen tener representación en la Asamblea y ella no alcanza los 69 diputados que le darían la mayoría absoluta.

También el PP, previsible vencedor de esta contienda, está caminando por el filo de un sable

No es probable que los de Abascal, con  Rocío Monasterio al frente de la candidatura, se queden sin representación pero precisamente para conjurar esa amenaza es por lo que también el líder del partido se ha implicado de hoz y coz en la campaña.

En este caso, el fracaso de no alcanzar el 5% de los votos emitidos supondría un golpe formidable para las expectativas de crecimiento y de asentamiento nacional del partido verde. Es casi seguro que van a superar esa barrera, pero ya no lo es tanto que consigan retener los 12 diputados que logró la formación en las autonómicas de abril de 2019.

Pero volviendo al PP, la sola posibilidad de que Isabel Díaz Ayuso pierda el poder habiendo ganado de manera espectacular las elecciones madrileñas supondría un fracaso de dimensiones pavorosas que dejarían no sólo a la actual presidenta en el umbral de una tragedia personal y política sino que arrastraría al fondo del pozo a Pablo Casado y al Partido Popular como opción alternativa al Gobierno de España.

El PP entraría en ese caso en barrena y en medio de la desolación por lo que sería además un fracaso histórico autoinfligido porque la decisión de convocar elecciones anticipadas fue exclusiva responsabilidad de Díaz Ayuso y de Pablo Casado.

Es poco probable ese escenario pero tampoco es imposible, de modo que también el previsible vencedor de esta contienda está caminando por el filo de un sable.

De lo que suceda en Madrid el 4 de mayo depende en buena medida el futuro de los partidos políticos contendientes en el panorama nacional. Por eso esta campaña va a ser, tiene que serlo necesariamente, a vida o muerte.

Ya estamos en campaña pero en lo único en que vamos a notar que algo ha cambiado entre los últimos días y los días venideros es en el grado de insultos y descalificaciones, que van a subir de nivel. También lo notaremos en las probables novedades con las que se va a descolgar el presidente en lo tocante a las ayudas económicas que va a recibir Madrid, un anuncio que hará en estos próximos 15 días para intentar conquistar el voto de los indecisos y también el de los sectores hoy muy partidarios de Ayuso a la que agradecen que haya mantenido abierta la actividad de los comercios y de los bares y restaurantes.

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