Ha salido Pablo Iglesias con un clavel en la mano, como si fuera Luis Miguel trayéndonos la democracia en una metáfora de su carnalidad, igual que su rubor. La democracia florece en Iglesias o es el mismo Iglesias floreciendo, acerezado de libertad y abejeado de pueblo. El clavel de la revolución portuguesa es ya un símbolo más gramofónico que otra cosa, todo el mundo recuerda Grândola, Vila Morena pero no tanto que aquello fue un levantamiento militar por razones casi sindicales y que tuvieron que pasar dos años de radicalismos e intentos de golpe de Estado de la izquierda y la derecha hasta la normalidad democrática. Pero Iglesias ha salido sin duda con el clavel de la democracia, dado que él lo portaba. Yo creo que podría ser un clavel de kétchup, verdadero símbolo de su ideología. En la democracia de Iglesias las pedradas son de kétchup y los terroristas como Otegi también daban kétchup. Pero lo de Iglesias nunca fue democracia, aunque ahora la necesiten como eslogan desesperado.
En la democracia de Iglesias, ni los tribunales ni las leyes pintan nada porque el pueblo le habla a él directamente en la oreja
Hace cuarenta años igual no sabíamos muy bien qué era la democracia, pero lo íbamos aprendiendo poco a poco, al principio sólo como a flases o a calambres de sorpresa. Suárez desmontando el franquismo como con una elegancia de abrecartas, Carrillo volviendo con la peluca que después se pondría E.T., la política que dejaba de ser tabú, aquel librito que parecía un sobre de sopa y llamaban Constitución, ese librito tras el que vimos a la gente y a las ideologías recuperar la voz (de repente todo sonaba alegre y fortísimo, a megáfono o a rock), o aquel socialismo desmitificador y yeyé que ganaba las elecciones... Se habla mucho del consenso y del pacto, pero se pueden consensuar y pactar barbaridades. Lo importante de aquello no fue el consenso, sino la visión formal, o sea no ideológica, de la democracia.
La democracia no te pone en un papel la receta de la felicidad o del buen gobierno, como si fuera una redacción de Lisa Simpson. Ni revela al gurú de turno lo que desea el pueblo mítico y eternizado, como tras una ouija. Lo que teníamos que aprender era esto: que la democracia es un marco básico de derechos y de libertades (“evidentes” que dirían los padres fundadores americanos), no una ideología ni una opinión, menos aún una fórmula mágica. Este marco no es tanto una cima sino un mínimo. Ése es el gran consenso, llegar a las reglas mínimas que permitan al individuo y a la colectividad desarrollarse y prosperar en libertad.
Ni Iglesias ni muchos otros que pretenden encenderse de democracia como de erecciones adolescentes han entendido todavía eso, la democracia como sistema metaideológico. Para Iglesias y para su izquierda, en flor como un bellotero, la democracia, primero, no sería un marco de referencia sino, si acaso, algo así como la velocidad, un valor concreto que expresa la voluntad del pueblo sobre un asunto en un momento dado. Pero es que ni siquiera es eso. Su democracia se parece más a una máquina que les permite extraer, como del bombo de la lotería, qué desea el pueblo sin preguntarle al pueblo. Es así porque ese pueblo no es la comunidad de ciudadanos, ni la mayoría de ellos, sino la encarnación de su propio dogma teórico. Si el pueblo es su dogma, los que se opongan o estorben a su dogma serán el antipueblo y estarán automáticamente fuera de la democracia. Este antipueblo serán los poderosos, la judicatura, el Régimen del 78, los periodistas, los fachas... Cualquiera, en realidad.
No se trata de “democracia o fascismo” porque su democracia no lo es y el supuesto fascismo sólo es un monigote con tirantes y golondrino al que los de Iglesias hace mucho que adelantaron en la mentira
Iglesias ni sabe lo que es democracia ni nos la trae encarnada y estallada en rojo como una cicatriz. Sólo la usa como significante vacío y como corbata de ligón. En la democracia de Iglesias, Otegi es demócrata, Puigdemont es demócrata, el asalto a las instituciones es democracia, el ladrillazo y el escrache son democracia, la caza del facha (del antipueblo en general) es democracia. La ley y los tribunales son, por el contrario, franquismo. Fascismo, en fin, que ya es más una palabra mágica, como su democracia, evocadora y vacía. A pesar de todo, no voy a ser original y voy a citar de nuevo la célebre paradoja de la tolerancia, que condena a una sociedad ilimitadamente tolerante a ser destruida por los intolerantes. Eso sí, Popper aclaraba: “Con este planteamiento no queremos significar que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente”. Pero sí debe actuarse contra ellas si enseñan a sus adeptos “a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas”. Se diría que a quien retrata aquí Popper es a Iglesias, como con su clavel de sábado de feria.
En la democracia de Iglesias, la sangre es kétchup. En la democracia de Iglesias, ni los tribunales ni las leyes pintan nada porque el pueblo le habla a él directamente en la oreja, con su ruido de colmena, ya con su deseo, su veredicto o su horca. En la democracia de Iglesias sólo cabe él como un gato en su cajón. En la democracia de Iglesias se puede alentar o defender la violencia siempre que sirva a su dogma (él lo ha hecho muchas veces). La violencia, en fin, puede ser “democrática”, cosa que compartiría mucha gente, de Hasél a Santi Potros. No se trata de “democracia o fascismo” porque su democracia no lo es y el supuesto fascismo sólo es un monigote con tirantes y golondrino al que los de Iglesias hace mucho que adelantaron en la mentira, en el autoritarismo, en el fuego, en el hierro y hasta en el pecho de palomo con clavel o con churrete. Otra cosa es que se les hayan acabado los eslóganes como la credibilidad.
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