Hay dirigentes políticos que viven felices en la bronca. Más aún, que no saben vivir sin la bronca. Pero la mayoría de los ciudadanos está harta de este ambiente barriobajero que se ha creado en vísperas del 4 de mayo. Muchos tienen miedo, porque ya habido pedradas, balas, esquizofrénicas navajas y, si no se pone freno a esta interesada agitación, pronto puede haber algo mucho peor.
Tanto Podemos como Vox buscan pescar en río revuelto. Luego analizaremos si la estrategia de la tensión les es rentable. Lo que no me esperaba es que el PSOE se sumase a la fabricación de un debate artificial como el de "democracia o fascismo". Pablo Iglesias ha inventado el falso dilema y Ángel Gabilondo se ha enganchado a él como si por fin hubiera encontrado el leit motiv de su errática campaña.
Es mentira que esté en juego la democracia en Madrid. Es falso que si gana el PP, incluso aunque necesite a Vox para gobernar, ello suponga el triunfo del fascismo. No es esa la sensación que tienen los madrileños -incluidos los votantes de izquierda- tras dos años de gobierno de Ayuso, en coalición con Ciudadanos, y con el apoyo de Vox.
Se olvidan, los que sostienen esa absurda teoría, de que en España gobierna Pedro Sánchez desde hace casi tres años y en coalición con Podemos desde hace quince meses. ¿Es que acaso Madrid ha sido durante este tiempo una isla totalitaria en medio de una España democrática gobernada por una coalición de izquierdas? De ser así, bastaría con viajar hasta Toledo para sentir la auténtica libertad.
En el calentón mitinero vale todo: desde la intervención de la directora de la Guardia Civil, María Gámez (lo que ha provocado estupor en la Benemérita), al exceso verbal del ministro del Interior, Grande-Marlaska, que calificó como "organización criminal" al partido que le propuso a él como vocal del CGPJ cuando, por cierto, la mayoría de los sumarios a los que se refirió en su soflama ya estaban en marcha. Este era juez.
Muchos se preguntan si estos insultos a la inteligencia del ciudadano tienen rédito electoral. A la vista de los datos que manejan los encuestadores más prestigiosos consultados por este medio, la estrategia ha tenido un claro vencedor (Iglesias) y un gran perdedor (Gabilondo). Esos datos muestran que no ha habido transferencia de voto entre los bloques de izquierda y derecha, aunque lo que sí que se ha producido tras el rifirrafe de la Cadena Ser del pasado viernes ha sido un movimiento que ha salvado al líder de UP de no superar la barrera del 5%, a costa de restarle apoyos al candidato socialista, que podría darse un batacazo histórico quedando por debajo de los 30 escaños.
La tensión ha subido a su nivel máximo. Pero su efecto no perjudica a Ayuso, que se mantiene cómodamente entre 60 y 70 escaños. El que sube es Iglesias, pero a costa de Gabilondo, que podría caer incluso por debajo de los 30 escaños
Dicen las mismas fuentes que Ayuso sigue muy sólida (entre los 60 y los 70 escaños), mientras que Vox mantendría el mismo resultado que hace dos años. Algo parecido le ocurriría a Más Madrid, que le vuelve a ganar a UP con holgura. La víctima de este ambiente irrespirable es Ciudadanos, cuyo candidato, Edmundo Bal, podría quedarse sin escaño al no lograr su partido superar el fatídico 5%.
Lo que nadie podrá cuestionar del resultado del 4 de mayo es su legitimidad. Las estimaciones demoscópicas apuntan a una participación superior al 75%: casi 3,8 millones de madrileños acudirán a las urnas en estas elecciones autonómicas (un registro récord).
El problema, gane la derecha o gane la izquierda, va a ser gestionar el triunfo tras los comicios. Con una Comunidad prácticamente dividida en dos entre la izquierda y la derecha, si los jefes de los distintos partidos no bajan el diapasón de sus descalificaciones gobernar va a ser muy complicado. Ni siquiera con el tamayazo la confrontación entre los dos bloques llegó a tal punto.
Gabilondo, que jugó al principio la baza del hombre calmado y sensato, podría haber sacado rédito de la polarización de la campaña, pero se ha dejado arrastrar por su competidor Iglesias, al que ha pasado de descartar como posible socio a ofrecerle un pacto de gobierno en pleno debate televisivo.
Confío en que la sensatez de la mayoría de los madrileños haga olvidar en unas semanas esta guerra de trincheras prefabricadas para que la Comunidad vuelva a ser un lugar abierto, pacífico y transversal. Que los intereses partidistas no acaben por convertir a Madrid en una tierra donde reine la bronca.
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