Puente de los Franceses, Puente de los Franceses, nadie te pasa, nadie te pasa, ay Carmela, ay Carmela... Umbral mezclaba las dos canciones en Trilogía de Madrid porque, creo yo, el Madrid miliciano ya es un popurrí, que significa olla podrida. De popurrí, de olla podrida, de mechero de yesca de soldado y de costurero de Manuela Malasaña ha tenido que tirar Iglesias, ya sin nada, y hasta Gabilondo, todavía con menos (está en peligro su futuro destino de guardanoches en lo del Defensor del Pueblo). El otro día, el presidente de GAD3, Narciso Michavila, venía a decirle a Juan Ramón Lucas que según los números todo eso es para nada. O sea, que en Madrid la gente está a lo que está, a la vida, al trabajo, a que el bicho no le empantane el pecho, el bolsillo o el comercio que se le va convirtiendo en una tienda de sotanas donde no entra nadie. Vuelve la política real mientras la izquierda se nos aparece como vestida de buzo para una guerra contra bucaneros o pulpos gigantes.
Iglesias, con Gabilondo detrás como si fuera aquel recluta con niño, está con el popurrí miliciano y con sus discos de pizarra como discos de discóbolo, pero Madrid no parece estar en ese siglo ni en esa onda. El Puente de los Franceses, la Guardia Mora por la Casa de Campo, el Manzanares con esa verdina metálica de Tíber o Danubio en guerra... Podemitas y ministros andan como en la radio de cretona (que nunca tuvo cretona, que yo sepa, y además ya es expresión kitsch), pero parece que al final no hay muchos que se sientan llamados a esa trampa ornamental y sentimental, como un magnolio de cementerio civil, que es la resistencia a un fascismo ya de guerra púnica. Menos aún, diría yo, si se basa en unas amenazas como de loco de ruló que cada vez parecen más exageradas, estiradas, forzadas y, sobre todo, aprovechadas.
En España aún nos condicionan mitologías del pueblo, de las naciones, de una historia que parece siempre no ya guerracivilista sino napoleónica"
Michavila, que tiene medidos y pesados a los madrileños como el dueño de un ultramarinos, quizá nos ha marcado el fin de una época. Volver a la política real sería sin duda un alivio, pero la cuestión no es que el electorado madrileño rechace mayoritariamente esas guerras santas de pistolón o de pianola, sino la cantidad de gente que hay todavía haciendo política con la mitología, el columbario o el cuplé, y el lugar donde lo hacen. La política real es una fantasía todavía en Cataluña, por ejemplo, pero también en la Moncloa. Iglesias ha cogido esas balas, terribles y aun así algo ingenuas, como la munición contra un vampiro, y las ha incorporado a un discurso que ya hablaba de un fascismo sombrío y poderoso igual que sus pajarracos de piedra. Iglesias ya sólo es alguien que parece buscar posada en la lluvia, pero ese discurso era también el de Sánchez, con su derechona de Colón, con tres cabezas o tres falos. El otro día volvía a llamar a frenar "la amenaza extremista de la ultraderecha" con voz antigua, radiofónica, no sé si de Copa de Europa, Cola Cao o Zotal. Adriana Lastra hace lo mismo, pero en más quinqui.
Madrid, según nos dicen, parece hecho de repente de camareros, empresarios o taxistas que han pasado ya esta página de nuestra política y vuelven a la economía de su negocio y de su libreta de rayas. Pero en España aún nos condicionan mitologías del pueblo, de las naciones, de una historia que parece siempre no ya guerracivilista sino napoleónica; mitologías incluso de las apariencias, que es la mitología de Sánchez, puro marketing como una colonia mala anunciada con yates o con culos. Ayuso tampoco es que desprecie la mitología, que antes que nada salió con su tea de Libertad contra el comunismo. Eso sí, ese comunismo es menos fantasmal porque no se esconde ni se niega, no se trata de un mesonero o un segurata franquista como una folclórica franquista, ni de un diputado de gallinero, sino de gente que se enorgullece alabando a Maduro, al FRAP, a Otegi o al democrático adoquín desde ministerios y vicepresidencias.
No sé en el Madrid sopesado por encuestadores o peritos, pero así en general, esa política real, de lo concreto, de soluciones a los problemas y no de conventos o batallones teológicos, a uno le parece todavía que está un poco lejos. Iglesias, Gabilondo, Lastra o Sánchez siguen con el popurrí miliciano aunque parezcan un poco Andrés Pajares. El popurrí o itinerario miliciano, tan madrileño como el organillo, es literario, radiofónico y cinematográfico. Le sirvió a Umbral para presentarnos su Madrid simultáneo, lo usa Sánchez para su radio de Joselito, y consiguió convertir a Pajares en gran actor, aunque parece que no consigue lo mismo con Iglesias o Lastra. Podemos reconoce ya que esa estrategia de la cretona con flor de bala estallada no está consiguiendo movilizar a los indecisos. Aun así, después de la mentira de los partisanos tendría que caer la mentira de los guapos, y eso ya es otra cosa. Veremos qué pasa en Madrid. Luego, Andalucía podría moverse también. Habrá que fijarse en cómo va quedando el nuevo mapa de la política y de la realidad, por si se van cayendo dragones, pulpos gigantes y hasta el sirenito de la Moncloa.
Puente de los Franceses, Puente de los Franceses, nadie te pasa, nadie te pasa, ay Carmela, ay Carmela... Umbral mezclaba las dos canciones en Trilogía de Madrid porque, creo yo, el Madrid miliciano ya es un popurrí, que significa olla podrida. De popurrí, de olla podrida, de mechero de yesca de soldado y de costurero de Manuela Malasaña ha tenido que tirar Iglesias, ya sin nada, y hasta Gabilondo, todavía con menos (está en peligro su futuro destino de guardanoches en lo del Defensor del Pueblo). El otro día, el presidente de GAD3, Narciso Michavila, venía a decirle a Juan Ramón Lucas que según los números todo eso es para nada. O sea, que en Madrid la gente está a lo que está, a la vida, al trabajo, a que el bicho no le empantane el pecho, el bolsillo o el comercio que se le va convirtiendo en una tienda de sotanas donde no entra nadie. Vuelve la política real mientras la izquierda se nos aparece como vestida de buzo para una guerra contra bucaneros o pulpos gigantes.
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