Esta campaña madrileña ha sido “un plomo”, se le escapó a Ayuso durante esos actos del 2 de mayo que se celebran con espíritu galdosiano, artillero y talabartero, y puede que tenga razón. Plomo de unas balas de sacamuelas escupidas en público, plomo de un pueblo convertido en chatarra por los populistas, plomo de ideologías que ya sólo existen en plomo, ideologías de cenicero de plomo, fontanería de plomo y soldadito de plomo, y que algunos, a falta de algo mejor, se han empeñado en sacar con grima y aparatosidad, como un exvoto, como un braguero o la pierna de plomo de un picador. Plomo ha sido Gabilondo con sus gafas de plomo y también Ayuso con su copón de plomo de libertad o de cerveza. Eso sí, faltó en la celebración el mayor plomo de la campaña y de la política, que es Pablo Iglesias.
En la Puerta del Sol, entre gradas rojas como de justa medieval de película, todos aprovecharon para hacer campaña, para rematar la campaña como con un toque de corneta, pero Ayuso la sintetizó mejor que nadie en ese plomo que se nos ha venido encima como un macetón de plomo, a los de Madrid y a los de fuera. Faltaba, ya digo, Iglesias, pero él estaba en Móstoles como removiendo plomo con la lenta cucharilla de su prosa, delante de una lámina de los fusilamientos de Goya. El 2 de mayo de 1808 por lo visto también es de Iglesias. Él tiene la franquicia de todos los zapateros, comadres y garrochistas de la historia, que no han hecho durante los siglos otra cosa que ir formando un río de forja que al final se solidifica en Vallecas, en sus grifos de pobre y en el trono de Iglesias.
En esta campaña el plomo ha tapado la política, ha abierto cabezas, ha envenenado discursos y ha rellenado vacíos"
El más plomo de la campaña y de la política tenía que hacer su sermón de plomo con la biblia de plomo del pueblo. La verdad es que esa “gente humilde, trabajadora y valiente” que citaba Iglesias luego gritó “vivan las caenas” cuando otros franceses vinieron a sentar en el trono al aciago Fernando VII. Pero qué más da. El pueblo llano podía ser antiliberal y absolutista, pero en realidad siempre lo estuvo llamando a él, a Iglesias, para que actuara contra las “élites infames, traidoras y corruptas” con su atizador de plomo.
Toda esta lata de Iglesias, lata de plomo con categorías de plomo, ídolos de plomo y batallitas de plomo, yo creo que nos va a dejar cuando se vaya una especie de síndrome del buzo descalzado. Si conseguimos volver a poder hablar de política sin esa ancla de plomo de pueblos, misiones y destinos mitológicos, nos va a parecer que volamos. Aunque siempre quedarán los nacionalismos, con su cráneo de plomo muy pulido, como el pisapapeles de la raza. Y Vox, claro, que es todo plomo, aunque un plomo como de colillero, tomado un poco del goteo antiguo de la patria, un poco del perdigón de perdiz, un poco de las cruces de plomo, un poco de las cárceles de plomo y un poco de una alcoba de plomo.
Esta campaña ha sido un plomo, plomo hasta de ataúdes de plomo, de cananas de plomo, de palabras de plomo, de lágrimas de plomo. Hasta el plomo de Nacho Cano, sólo comparable al plomo de Bunbury, ha tenido la ocurrencia de la condecoración de ida y vuelta, que ha dejado a Ayuso como recibiendo ridículamente el premio Nobel de sí misma, ahí colgando de la banda o tahalí rojo como una cimitarra invisible o una munición de mosquetero.
En esta campaña el plomo ha tapado la política, ha abierto cabezas, ha envenenado discursos y ha rellenado vacíos. Bajo el plomo, Iglesias se volará los pies de barro. Bajo el plomo puede que entierren a Ciudadanos como a un reverendo del Oeste. Bajo el plomo, igual que un submarino atacado, puede que Ayuso se haga heroína insumergible como Molly Brown y el PP se recomponga como el bigote/tirita de Aznar. Hasta el grácil Sánchez puede empezar a hundirse con su espejo de plomo como un espejo del Titanic. Sí, ganas hay de que esto termine y pase. Uno desearía que no siguieran con el plomo, y a lo mejor es más fácil sin Iglesias, sin su plomo cadencioso y furioso de rapero con gorilas. O quizá es imposible. Quizá el plomo es españolísimo, inevitable y coñazo como las efemérides y los escritores galdosianos.
Esta campaña madrileña ha sido “un plomo”, se le escapó a Ayuso durante esos actos del 2 de mayo que se celebran con espíritu galdosiano, artillero y talabartero, y puede que tenga razón. Plomo de unas balas de sacamuelas escupidas en público, plomo de un pueblo convertido en chatarra por los populistas, plomo de ideologías que ya sólo existen en plomo, ideologías de cenicero de plomo, fontanería de plomo y soldadito de plomo, y que algunos, a falta de algo mejor, se han empeñado en sacar con grima y aparatosidad, como un exvoto, como un braguero o la pierna de plomo de un picador. Plomo ha sido Gabilondo con sus gafas de plomo y también Ayuso con su copón de plomo de libertad o de cerveza. Eso sí, faltó en la celebración el mayor plomo de la campaña y de la política, que es Pablo Iglesias.
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