Madrid lo ha cambiado todo y hasta a Susana Díaz la vemos crecida, ella que ya era la muerte política misma, folclorizada en vivos colores trianeros o mexicanos. Cuando Sánchez le ganó a Susana las primarias, él era el mártir, venía apaleado y manteado por el aparato como por doñas y maeses crueles y cervantinos, igual que un cristobita. Sobre todo fuera de Andalucía, no gustó esa imagen de un PSOE como el rodillo de amasar particular de Susana, y Sánchez se convirtió en el candidato del militante frente a ese feo aparataje de poder y tirones de pelo. Pero ahora el rodillo es el sanchismo, que se ha revelado como una máquina de marketing y estribillos de radio de topolino que atropella a la tradicional y sentimental jerarquía territorial del partido. Hasta a los viejitos se lleva por delante (Nicolás Redondo, Leguina o el pobre Gabilondo). Es como si Sánchez estuviera pegando al padre e incendiando la casa. Y eso tampoco gusta.
Susana intentó acabar con Sánchez y Sánchez intenta acabar con Susana. Es una especie de batalla de culebrón, como la del joven contra la madrastra, que no tiene ni sorpresa ni opción. Aquí la hemos glosado en muchos capítulos y giros, pero ya el desenlace parecía claro: el fin de Susana como el de una orgullosa, antigua y trágica civilización del bronce. Pero es posible que algo esté cambiando, no por la victoria de Ayuso, que quizá es otra Virgen de ermita de pueblo, como Susana, sino por Sánchez. El sanchismo ya se ha desvelado cesarista o zarista, palabras que tienen el mismo origen. Ha estado acertado Monedero al definir a Iván Redondo como el Rasputín de Sánchez, que equivale a definir a Sánchez como un encoñado con Iván Redondo. Ya no hay partido, sino sólo ese lecho de pareja, entre el poder, la intriga y la lujuria. Ni siquiera en tiempos de Felipe y Guerra el PSOE fue sólo este palacio de juegos, traiciones y placeres para uno o para dos.
Susana intentó acabar con Sánchez y Sánchez intenta acabar con Susana. Es una especie de batalla de culebrón, como la del joven contra la madrastra"
El sanchismo está anulando al PSOE, está empezando a hacerse incompatible con el partido. Esa estructura de viejo zigurat que iba de abajo arriba, de la Casa del Pueblo a la Moncloa del bonsái o de la ceja, no puede existir a la vez que ese hiperliderazgo carismático de Sánchez fundado en la mercadotecnia de su persona y la infalibilidad de su gurú. Ahora, todo se decide desde el sotanillo de Iván Redondo como desde un submarino. Se puede entender que el PSOE madrileño, desmotivado o desesperanzado, no haya pintado nada, menos aún Gabilondo, usado, movido y exprimido como un mocho. Incluso se puede entender que el PSC consintiera que Redondo colara el efecto Illa, que ahora está allí infusionándose como una bolsita de té negro, seguramente a cambio de que el Gobierno aceptara las tesis del catalanismo blando, plurinacional y acomplejadito. Pero no sé si esto puede ir más lejos, hasta llegar a las baronías bien cementadas donde el PSOE sí ha catado el poder y por tanto tiene estructura, clientela, tropa y hasta orgullo, orgullo de imperio viejo, ya sea imperio del bronce o de las moscas.
Lo próximo para el sanchismo es Andalucía, no sólo por Susana, sino porque nadie ha logrado hacer del PSOE andaluz un simple mocho de la Moncloa. Zapatero nunca se atrevió a pasar de Despeñaperros hasta lo de los ERE, y el último candidato impuesto desde Madrid fue Manuel Chaves en 1990. Quiero decir que el PSOE andaluz ha funcionado solo y hasta con otras reglas, iba ganando e iba haciendo Andalucía a su imagen y semejanza, y nadie desde la capital se metía en sus jardines de gran imperio fluvial. El PSOE perdió el poder, y lo perdió con su Virgen capitana a la cabeza, o sea Susana. La tropa se quedó sin destino, los arrimados se quedaron sin sombra, y no hay nada que desee más un partido que volver al poder cuando lo ha perdido. Es decir, el militante andaluz pensará en quien pueda ganar. Pero no me imagino al socialista andaluz, socialista de clan, de jerarquías colgantes, de equilibrios entre familias, socialista de oficio o de herencia, aceptando que un friki con ideas de publicidad de yogures decida lo que pasa en su viejo partido, imperial y orgulloso.
Todo parecería decidido si no fuera porque Sánchez está demostrando que no respeta ni conoce todo lo que sí respeta y conoce Susana"
Sánchez tiene el poder y tiene el dinero, el dinero de Europa que desde luego va a repartir a capricho, entre jeque y Rey Mago futbolista. Susana ya tiene poco para prometer y además parece una antigua y amarga reina cartaginesa abandonada y melancólica que el electorado seguirá asociando a los ERE y a los baños de leche de burra en medio de la pobreza de Andalucía. Todo parecería decidido si no fuera porque Sánchez está demostrando que no respeta ni conoce todo lo que sí respeta y conoce Susana: los escalafones, las listas, las familias, los modos, la tradición, esa “cultura” del PSOE que dice ella y que está escrita como en el Levítico.
Nadie estará seguro, porque Sánchez pondrá o quitará aspirantes o jefes según mande el cabañuelista de la Moncloa y no dudará en quemar a gente, agrupaciones o federaciones enteras. Nadie estará seguro, porque lo que se va viendo es que ya no hay PSOE sino sólo el camarín de Sánchez. Por esto, porque el PSOE andaluz (como otros también) no es el catalán ni el madrileño, porque no es un mocho ni se vende por mitología, porque Sánchez parece que pega a los padres e incendia la casa, Susana aún tiene una oportunidad. Sería maravilloso y espeluznante verla resucitar, quizá para terminar con el sanchismo antes que el propio Casado.
Madrid lo ha cambiado todo y hasta a Susana Díaz la vemos crecida, ella que ya era la muerte política misma, folclorizada en vivos colores trianeros o mexicanos. Cuando Sánchez le ganó a Susana las primarias, él era el mártir, venía apaleado y manteado por el aparato como por doñas y maeses crueles y cervantinos, igual que un cristobita. Sobre todo fuera de Andalucía, no gustó esa imagen de un PSOE como el rodillo de amasar particular de Susana, y Sánchez se convirtió en el candidato del militante frente a ese feo aparataje de poder y tirones de pelo. Pero ahora el rodillo es el sanchismo, que se ha revelado como una máquina de marketing y estribillos de radio de topolino que atropella a la tradicional y sentimental jerarquía territorial del partido. Hasta a los viejitos se lleva por delante (Nicolás Redondo, Leguina o el pobre Gabilondo). Es como si Sánchez estuviera pegando al padre e incendiando la casa. Y eso tampoco gusta.
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