El movimiento 15-M fue esencialmente reaccionario. La concentración en la Puerta del Sol de Madrid en mayo de 2011 que dio nombre a la protesta la convocó una organización autodenominada Democracia Real Ya (DRY), lo que ya de por sí era toda una declaración de principios.

Los líderes del movimiento partían de un axioma: en España no había una democracia auténtica; la verdadera democracia era la que representaban los cientos de jóvenes que acamparon en el centro de la ciudad, a los que se sumaban al atardecer miles de personas que acudían a Sol como si de un parque temático se tratara.

Uno de los lemas que quizás mejor representan el 15-M es "No nos representan", dirigido a los diputados que habían sido elegidos en las elecciones de 2008 por casi 26 millones de personas. Esa deslegitimación de la democracia parlamentaria llevó consigo una consecuencia inmediata: la recurrente llamada a "rodear el Congreso", que tenía como fin amedrentar a los representantes de la soberanía popular.

O bien la inmensa mayoría de los españoles habían acudido a votar bajo los efectos de algún alucinógeno; o bien, en las elecciones generales de 2008, que, por cierto, ganó el PSOE, se había producido un engaño masivo. Lo que los dirigentes del 15-M no ponían en duda en ningún momento era que ese puñado de personas que acampó en Sol representaba a la mayoría de la gente y que ellos eran los verdaderos tribunos del pueblo.

Los acampados de Sol cuestionaban que en España hubiera una democracia real. Como en todo movimiento elitista, los líderes del 15-M identificaron sus deseos con la realidad. La democracia se reducía a las aspiraciones de unos cientos de jóvenes que querían pasar a la historia

Yo acudí en un par de ocasiones a ese ágora de supuesta democracia real y lo que vi allí se parecía más a un campamento hippie que a una moderna Acrópolis. Había incluso tiendas de campaña con horario para la meditación. Las asambleas al aire libre duraban horas y en ellas se debatían temas tan diversos como la eliminación del FMI o la prohibición de las corridas de toros.

Los pequeños comerciantes de la plaza y sus alrededores se quejaron de que la prolongación de la acampada arruinaba sus negocios, pero el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba (tal vez con buen criterio) decidió no intervenir y dejar que la concentración fuera poco a poco perdiendo encanto y seguidores.

Hay que recordar que el 22 de mayo había elecciones municipales y autonómicas en España y el gobierno socialista no quería que una intervención de los antidisturbios para desalojar Sol achicara aún más sus pobres expectativas electorales.

La mayoría de la gente congregada de forma permanente (no hablo de los turistas que iban allí como a la Casa de Fieras del Retiro), nada tenían que ver con los desheredados de la tierra. Desde luego, trabajadores no había. Casi todos eran estudiantes que, por cierto, ya habían terminado sus clases. El buen tiempo reinante (durante esa semana las temperaturas superaron los 22 grados) ayudó a que las noches no provocaran la huida masiva de los rebeldes. Muchos de ellos, por cierto, vecinos de urbanizaciones de clase media acomodada de los alrededores de Madrid.

Miguel Sebastián, entonces ministro de Industria del gobierno de Rodríguez Zapatero, hace memoria: "Lo recuerdo con disgusto y preocupación. Allí no estaban nuestros militantes, pero sí los hijos de nuestros militantes. El movimiento se utilizó contra el PSOE, especialmente por el PP, aunque finalmente se dirigió también contra el PP y contra toda la política. Es verdad que la ilusión que generó el 15-M llevó a la creación de nuevos partidos que, al final, se han venido abajo y han demostrado tener los mismos tics o incluso peores que los de los viejos partidos". No se pueden decir más cosas en tan pocas palabras.

Los viejos partidos estaban en plena campaña electoral y el 15-M no les preocupaba demasiado. Por cierto, que si echamos la vista atrás, comprobamos con cierta ternura que sus mensajes no se diferencian mucho de los que se han aireado en la última campaña de Madrid. Una semana antes de los comicios, el presidente Zapatero proclamó en un mitin en Zaragoza: "El PP sólo aplicará políticas a favor de la desigualdad, porque les importa muy poco la gente que tiene problemas". Por su parte, ese mismo día, Mariano Rajoy proclamó en Valladolid: "El PSOE es el fin de un ciclo". ¿Les suena, verdad?

A pesar de su irrelevancia desde el punto de vista de las ideas (asimilarlo al mayo del 68 francés es una boutade ¿Cómo comparar el "No hay pan para tanto chorizo" con "La imaginación al poder"; o a Pablo Iglesias con Jean Paul Sartre?), el 15-M ocupó portadas y grandes reportajes en todos los medios de comunicación. Incluso hubo programas de televisión que se hicieron desde allí mismo. A algunos colegas se les caía la baba ante esa revolución pacífica. Fue la eclosión de las redes sociales y, sobre todo, de Twitter, que se convirtió en herramienta de movilización y de transmisión de ideas e insultos.

Esto no quiere decir que no hubiera motivos para la protesta. El 2011 fue un año negro para nuestra economía. El paro alcanzó una cifra nunca antes vista: el 22,85% de la población activa no encontraba empleo. Los parados sumaban casi 5,3 millones de personas. Muchos jóvenes, bien preparados, tuvieron que marcharse a otros países para buscarse la vida.

Pero me temo que buena parte de los que se alojaron en Sol durante unos días tenían asegurado su plato de lentejas. No estaban allí tanto porque no tuvieran que comer, no se les veía cara de proletarios desnutridos, sino porque querían reivindicar su papel en la historia. Sí, como dice Sebastián, muchos eran hijos de militantes y dirigentes socialistas que quisieron vivir en propia carne las aventuras que sus padres les contaban cuando corrían delante de los grises. Estaban cansados del "papá cuéntame otra vez" y quisieron ser protagonistas de un nuevo cambio, aunque esta vez sin Franco. Les entiendo.

Una prueba irrefutable de lo poco que influyó a corto plazo el 15-M en la política española es que en las elecciones municipales y autonómicas de 2011 ningún nuevo partido antisistema tuvo representación. Como tampoco en las generales de diciembre de ese mismo año, en las que arrasó el conservador PP con casi 11 millones de votos. El único posible beneficiario del movimiento, Izquierda Unida, obtuvo en las generales de 2011 poco más de 1,6 millones de votos (el 6,9% del total).

Hubo que esperar ¡tres años! para que el 15-M cuajara en un partido: Podemos. Contra pronóstico, el partido de Pablo Iglesias logró 5 escaños en las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014, obteniendo 1,2 millones de votos (7,98% del total). Los recortes, la corrupción y, sobre todo, la debilidad de un PSOE en el que Pedro Sánchez acababa de estrenarse como secretario general, hicieron que Podemos apareciera como una alternativa con opciones electorales sin precedentes. Las autonómicas y municipales de 2015 y, sobre todo, las generales de ese mismo año supusieron el cénit del partido liderado por Iglesias.

Dice Juan Carlos Monedero (uno de los fundadores de Podemos) en un tuit: "Se cumplen 10 años del 15-M, el movimiento que nos hizo mejores". Es una afirmación difícil de verificar. Tal vez hable por sí mismo.

Lo que sí es comprobable empíricamente es que la clase política no ha mejorado nada desde entonces. Yo creo que más bien ha empeorado. Para frustración de muchos de los que confiaron en el movimiento, la llegada de Podemos -el fruto político del 15-M- a las instituciones no ha supuesto la mejora de la calidad democrática en España, sino su envilecimiento más procaz.

Diez años después del 15-M, su Mesías ha bajado de los cielos, se ha cortado el pelo y vive en un chalet de lujo a las afueras de Madrid. Eso fue todo, amigos.

El movimiento 15-M fue esencialmente reaccionario. La concentración en la Puerta del Sol de Madrid en mayo de 2011 que dio nombre a la protesta la convocó una organización autodenominada Democracia Real Ya (DRY), lo que ya de por sí era toda una declaración de principios.

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