La última vez que el Real Valladolid ganó un partido de Liga, Ciudadanos todavía no había presentado una moción de censura contra su propio gobierno autonómico en Murcia. El país era muy distinto aquel 6 de marzo. Cuando el Pucela le ganó al Getafe ese día, a la hora de comer, el sesteante espectador no imaginaba que poco después tendría que votar con puño de hierro para imponer el fascismo o el comunismo en la capital del Reino. Era ilegal la eutanasia en España. Iván Redondo parecía aún todopoderoso. No existían botellines de cerveza con la cara de Díaz Ayuso. Errejón salía menos de 100 veces por semana en televisión. Pablo Iglesias tenía coleta y era vicepresidente del Gobierno. Y no había enajenados enviando balas y navajas en sobres como postales de Benidorm. Quizá fue aquel partido el que les empujó a la locura, y la tensión por la resolución de la Liga la que les ha devuelto al letargo. Quién sabe.
El Valladolid, tras ganar un partido de los últimos 20, es ahora el juez de la competición. Parece un juez sin mazo, sin toga ni peluca ni estrado, pero sigue siendo un juez
El Valladolid, tras ganar un partido de los últimos 20, es ahora el juez de la competición. Parece un juez sin mazo, sin toga ni peluca ni estrado, pero sigue siendo un juez. Aunque lo que decide no es el destino de otros sino el suyo propio: aún está vivo contra toda lógica, agarrado a un entrenador con una paciencia -¿pasividad?- asombrosa en el fútbol profesional, con la esperanza de mantener la categoría si el ridículo 1 de 20 se convierte en un glorioso 2 de 21.
Que el Valladolid no esté descendido todavía es tan sorprendente como que el Real Madrid tenga opciones de ganar la Liga en la última jornada. Que esos caminos se hayan cruzado justo en este momento, con Zidane en el alero, Raúl pidiendo paso y Ronaldo en el palco de Zorrilla le da empaque a la salsa de la simbología, la cábala, la numerología y la magia negra.
Sin estos elementos tribalistas, el aficionado al fútbol moriría en semanas de angustia brutal como la que se avecina. Al madridista le sirven para mantener a escondidas la fe igual que la víctima de la guillotina en el cadalso, aun cuando la cuchilla ya le acaricia el cuello. Y al colchonero le deja expédito el relato para la construcción del contragafe, sin cuya invocación la victoria es directamente imposible.
Lo que sabemos seguro es que este domingo el Valladolid iba perdiendo 4-0 a la media hora de partido contra la Real Sociedad, que el rodillazo involuntario de Nacho fue la acción ofensiva más destacable del Real Madrid en Bilbao y que el Atlético pudo marcar 10 goles al Osasuna. La victoria agónica en el Metropolitano, además, instaló una certeza incómoda en el aficionado blanco: el pinchazo del rival siempre está más cerca cuando va 0-0 que cuando le marcan el 0-1.
El Atlético tiene aura y épica de campeón y tiene a Luis Suárez, al que el Barcelona regaló en verano en una operación cumbre de la ingeniería antimadridista que hasta el momento ha salido exactamente como estaba planeada. Y el Madrid pulula un poco como Rocky Balboa, con el deseo de victoria del que tiene red para perder con honor.
A fecha lunes, 17 de mayo, de esta Liga se recordarán las manos, el VAR y sus criterios indescifrables, el culto al cuerpo de Marcos Llorente, las convocatorias menguantes del Real Madrid, los rutinarios milagros de Oblak, las carreritas de Simeone y el ocaso de Messi. ¿Pero quién se acuerda de qué se hablaba en España antes de la moción de Murcia? Sergio González aún puede convertirse en Inés Arrimadas.
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