Sólo faltan 10456 días para el 2050, así que ya tenemos otra cuenta atrás redonda para que Sánchez vaya saliendo diariamente a darle a un gong o a una campanita, como un cocinero de rancho. Sánchez presentará lo que han llamado la estrategia nacional 2050, que uno entiende perfectamente porque en 2020 y 2021, años aburridos y como cuesta abajo, no ha hecho falta estrategia ninguna y en algo hay que emplear el talento de la Moncloa. Tampoco parece que vayamos a necesitar nada especial para los próximos dos, tres o 20 años, así que 2050 es un buen horizonte. 2050 suena a película en Júpiter, a discoteca o a hipoteca, nos proyecta a la mitad del siglo o del sistema solar como al otro lado de un agujero de gusano, y sobre todo aleja a Sánchez del agobiante presente. Parece, en realidad, una catapulta del Coyote, pero a Iván Redondo ya no se le ocurre otra cosa que lanzar al presidente lo más lejos posible con un cohete de Acme.

El miedo o la culpa de Sánchez deben de ser atroces para tener que esconderse no ya muy lejos, sino en lo que se percibe como inalcanzable o inimaginable

Quién se preocuparía y ocuparía del presente cuando en 2050 empieza la vida, empieza España o la revancha de España, empieza el futuro. En 2050 llegará el futuro con su puntualidad de cometa y hasta llegarán los coches voladores y las mascotas con escafandra que llevamos esperando desde los 60, desde los dibujitos de Los Supersónicos. Parece mezquino, cutre, miope, quedarse aquí mirando nuestra ruina, nuestras heridas y nuestras tribus con su garrote troglodita cuando podemos mirar hacia el futuro, que es lo que hace Sánchez como un cosmonauta intrépido, con todo el albedo de la Tierra y de la gloria en la frente. En realidad 2050 es sólo el comienzo, Sánchez mira más lejos, hasta el infinito y más allá, mira a todo lo vasto, negro, desconocido y amenazante sin miedo pero tiernamente, entre explorador del espacio y farero melancólico. Lo impulsan leves gases o velas solares, flota como el comandante Tom de Bowie o como el Bowman de 2001, y quizá se acerca ya a la visión de Dios, la de una totalidad sin aberraciones esféricas. 

En 2050 empieza el futuro, que dicho así parece un anuncio de televisores pero es que Iván Redondo piensa con anuncios de televisores, igual que Sánchez piensa con anuncios de colonia. Sánchez va a ganar lo que Iván Redondo llama en su artículo “la carrera hacia al futuro”, y eso que el futuro siempre avanza a la misma velocidad, un segundo por segundo. El caso es que Sánchez eche a correr, hacia 2050, hacia el infinito, hacia su colchón o hacia donde sea, pero que no se le vea aquí y ahora. No es que Sánchez quiera ganar la carrera hacia el futuro, sino que el presente lo persigue y él tiene que esconderse en algún lado. 2050, agujero negro en el tiempo, en el espacio y en la memoria, es como la alcantarilla espacial en la que se escondería un pillo de proporciones cósmicas, o sea él.

Iván Redondo le ha diseñado ese 2050 como unas gafas con nariz para que se oculte, que hasta el año tiene forma de gafas. Parece que la huida a este verano, al año próximo, a la siguiente legislatura o a la siguiente década es poca huida, poca carretera, poca pista para el pire que necesita Sánchez. Quizá el 2030 hubiera sido suficiente, pero el año ya estaba cogido para esa Agenda con pin y logo de ficha del Trivial. El 2030, además, ya está aquí, tiene hasta un ministerio, el de Iglesias, y Sánchez no podía quedarse en el taburetillo que dejaba Iglesias, taburete como de barbero, nunca mejor dicho. 2050 es un año lejano, evocador, musical, como aquella canción de Zager & Evans. El 2050 no sólo te lleva a un lugar remoto sino que casi te deja más allá del propio tiempo y de la propia realidad. El miedo o la culpa de Sánchez deben de ser atroces para tener que esconderse no ya muy lejos, sino en lo que se percibe como inalcanzable o inimaginable.

Sólo faltan 10456 días para el 2050, hay otra cuenta atrás que no aguantará ni el propio Sánchez ni ningún reloj, pero es el tiempo que necesita el presidente para sentirse a salvo. Iván Redondo, al que se le ha fondado definitivamente la chistera como a un mago de cumpleaños, ya no puede protegerlo en el ahora ni en el aquí. Tiene que colocarlo en el 2050, tiene que llevarlo hasta el infinito y más allá, tiene que sacarlo de la realidad, del tiempo. Hasta tiene que escribir artículos que son como redacciones infantiles con héroe astronauta o cíborg, puras proyecciones de su debilidad, como la del niño que se imagina un transformer. “Llegó nuestro momento”, dice Redondo en su artículo todo rampa de lanzamiento. “Llegó nuestro momento”, y se refiere a 2050. El gurú que inventaba universos pronunciando estribillos de pasta de dientes ya no puede hacer nada más que esto. Sánchez sólo quiere desaparecer, borrarse, teletransportarse, y Redondo ni siquiera es capaz de ponerlo en una nave de juguete, sino en un tirachinas de Acme.

Sólo faltan 10456 días para el 2050, así que ya tenemos otra cuenta atrás redonda para que Sánchez vaya saliendo diariamente a darle a un gong o a una campanita, como un cocinero de rancho. Sánchez presentará lo que han llamado la estrategia nacional 2050, que uno entiende perfectamente porque en 2020 y 2021, años aburridos y como cuesta abajo, no ha hecho falta estrategia ninguna y en algo hay que emplear el talento de la Moncloa. Tampoco parece que vayamos a necesitar nada especial para los próximos dos, tres o 20 años, así que 2050 es un buen horizonte. 2050 suena a película en Júpiter, a discoteca o a hipoteca, nos proyecta a la mitad del siglo o del sistema solar como al otro lado de un agujero de gusano, y sobre todo aleja a Sánchez del agobiante presente. Parece, en realidad, una catapulta del Coyote, pero a Iván Redondo ya no se le ocurre otra cosa que lanzar al presidente lo más lejos posible con un cohete de Acme.

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