Marruecos nos ataca con su propia hambre, con gente que es carne de cañón y de moscas y que se tira al agua como pescadores de perlas de sus huesos. María Jesús Montero decía con su verbo engatillado y damasquinado que las “crisis migratorias de este tipo responden a causas múltiples, son complejas para establecer una relación causa-efecto”, pero la causa más inmediata y simple fueron los policías marroquíes abriendo la verja como para el fútbol. La embajadora de Marruecos tampoco dejaba sitio para la complejidad: “Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir”. Se refería a nuestra ternura y hospitalidad, como de tribu del desierto, con el oscuro líder del Frente Polisario, Brahim Ghali. Ante esto, Sánchez aplica esa diplomacia de borrachera que consiste en decir que el que sea es “un país amigo”, e incluso promete 30 milloncejos para lubricar candados o llenar cofrecitos y faltriqueras.
Sánchez no quiere anunciar desgracias, pero no deja de provocarlas. Eso sí parece inevitable. Todas las desgracias, además, le sobrepasan
Lo que ocurre es tan simple como que una monarquía absoluta, feudal, con un rey como un botijito de oro con funda de ganchillo, no ha dudado en enviar a miles de personas a la zozobra o a la muerte como presión o revancha. Pero Sánchez y Montero quizá están buscando las causas en 2050, donde todos seremos amigos, felices y olímpicos, como Los Manolos. La inmigración es compleja, ya ven. Como el virus, la economía, o el asunto catalán, se podría añadir. Puede parecer que el sanchismo se defiende con la ignorancia o la incompetencia, pero lo que quiere decir en realidad no es que todo esto sea demasiado complejo, sino que es inevitable.
El sanchismo se encuentra con las mareas de migrantes, infectados, parados o sediciosos, y siempre es inevitable. En esta crisis de Ceuta da igual que los agentes de frontera supieran que en los momentos de tensión Marruecos siempre envía a su tropa de pobres, ejército mantenido con auténtico tesón, y quizá con huesos de dátil, por la élite corrupta del país. Da igual que, a falta de imperio o misiles, no tengamos otro enemigo teórico al que vigilar que Marruecos (aún recuerdo que en la mili lo sacaban en todos los ejemplos, como si fueran nuestros rusos). Da igual porque hacer algo ya refutaría la inevitabilidad de las desgracias de Sánchez. Sánchez no quiere dar malas noticias, ni siquiera el mal fario o la mala prensa de mandar lanchas nocturnas como un alcaide de Alcatraz. Sánchez sólo quiere el 2050 como un crucero de jubilación.
A Sánchez ya no podemos exigirle nada, ha soltado el volante, se ha dejado caer por el tobogán de los ociosos, sólo mira ese 2050 como si fuera el letrero de Hollywood de una fantasía o una huida. Menos le vamos a exigir que cambie toda la geopolítica de la zona. Lo que pasa con Marruecos siempre es lo mismo y seguirá así porque a Estados Unidos le interesa ese taponcito de cántaro de Las mil y una noches contra el islamismo más radical, y no le importa que aquello sea un oasis feudal con pobres de zoco y sultanes fofos y aterciopelados con fortunas que van llenando las cuevas a camellazos. A Marruecos se le apacigua, se le compra como se compra todo allí, y poco más. Eso sí, se puede tener más tino, más ojo, más ganas que las que tiene Sánchez, que ya sólo quiere babuchas, peloteo y abanicos de plumas, como otro reyezuelo de allí.
Sánchez no quiere dar malas noticias, no quiere que le roce el gafe, y ni siquiera pensó que pudiera pasar algo por acoger a este Brahim Ghali como a un peregrino de labios agrietados o a un bereber herido de takuba. Aún hay aquí mucho romanticismo con el pueblo saharaui, que es como una Palestina más a mano. Sánchez ya es folclórico y guapo de una manera un poco arábiga, como un Rodolfo Valentino con turbante, además de que sus socios de la izquierda radical ven al Frente Polisario como poco más que confitería sentimental y gente teñida de azul de puro cielo del desierto, como un targuí. Sí, Sánchez podría haber considerado las consecuencias, pero qué hubiera sido entonces de la inevitabilidad de su mundo.
Mohamed VI, que usa a su pueblo igual como alfombra que como cabeza de puente, ha enviado a 8000 súbditos a Ceuta para demostrar su fuerza, su crueldad y su desfachatez. La policía marroquí abría la verja como aquí los seguratas de las rebajas y la embajadora reconocía orondamente lo evidente de las causas y las consecuencias. Sánchez, por su parte, despliega el ejército ya para echar mantas, se va a Ceuta no como presidente sino como un camillero, y sus portavoces evitan culpar a Marruecos, el amigo, el socio, casi el amante tierno que nunca ha dado razones para la sospecha.
Lo que le faltaba al Sánchez crepuscular pero optimista, prejubilado pero marchoso, era una seria crisis diplomática con nuestro único enemigo teórico, ese enemigo como de Ivá, de Makinavaja o de Historias de la puta mili. Sánchez no quiere anunciar desgracias, pero no deja de provocarlas. Eso sí parece inevitable. Todas las desgracias, además, le sobrepasan, pero ésta le ha sacado como de su tablero o de su colchón, de su España manejada con su voz y sus recursos de locutor de concurso. En Ceuta lo han abucheado y en Rabat lo chulean. A ver qué gala o efemérides se inventa Redondo para esto. Sí, a ver si puede mandar a Mohamed VI al 2050, como a nosotros.
Marruecos nos ataca con su propia hambre, con gente que es carne de cañón y de moscas y que se tira al agua como pescadores de perlas de sus huesos. María Jesús Montero decía con su verbo engatillado y damasquinado que las “crisis migratorias de este tipo responden a causas múltiples, son complejas para establecer una relación causa-efecto”, pero la causa más inmediata y simple fueron los policías marroquíes abriendo la verja como para el fútbol. La embajadora de Marruecos tampoco dejaba sitio para la complejidad: “Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir”. Se refería a nuestra ternura y hospitalidad, como de tribu del desierto, con el oscuro líder del Frente Polisario, Brahim Ghali. Ante esto, Sánchez aplica esa diplomacia de borrachera que consiste en decir que el que sea es “un país amigo”, e incluso promete 30 milloncejos para lubricar candados o llenar cofrecitos y faltriqueras.
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