Sánchez quiere hacer con esto del 2050 otra Transición, que va a durar más de lo que le va a durar a él la presidencia y hasta el flequillo, que va a durar casi lo que otro franquismo. Sánchez y Redondo recurren a calambrazos futuristas a la vez que a viejos latines (la Transición nos parece ahora que se hizo en un latín de Tarancón), y la cosa queda en una especie de santería espacial, como de Raticulín. La verdad es que uno concibe pocas cosas más urgentes y raudas que la Transición, que fue como la mudanza de toda aquella España de estilo Remordimiento y escritorio de médico particular. La Transición no planeaba hacer nada mirando al año 2000, sino para ya, y rapidísimo, antes de que se levantara otra vez Franco de su tumba, que era como una gran peseta en el suelo. Se pasó de una dictadura de monjas sargento a la constitución más avanzada de Europa en menos de lo que tarda Sánchez en cambiar de colchón, así que pocas comparaciones con el 2050, que es una fecha como de Star Trek.

Sánchez no sólo se esconde en el futuro presentando un plan en el que todo parece destinado al congelador, como un solterón. No, también se esconde en el pasado, en sus pórticos sentimentales, por ejemplo en la Santa Transición que decía Umbral, la catedral normanda de nuestra democracia. Con el pasado y el futuro se hacen muchos nudos melancólicos y muchos puentes romanos que salvan el ahora como si fuera el Pisuerga, y eso es lo que pretende el sotanillo de la Moncloa. La Transición suena a secreto templario y a copón de la libertad, y si la pones junto a la fecha del 2050 parece que nos promete llegar allí como a un año jubilar. Lo que está claro es que Sánchez no quiere estar en el presente.

La Transición suena a secreto templario y a copón de la libertad, y si la pones junto a la fecha del 2050 parece que nos promete llegar allí como a un año jubilar

Sánchez pretende pasar de los padres de la patria a su espermatozoide congelado de actor congelado sin detenerse en el ahora. Pero la Transición fue sobre todo entrar en el ahora, tan rápido como un ladrón de carteras de señor procurador o de gafas negras de ministro o locutor franquista. A los franquistas les robaron todo el franquismo de sus coches todavía fúnebres y hasta les colaron al PCE un Sábado Santo, todavía en el 77, que Sánchez casi ha tardado más en formar gobierno. La Transición fue entrar en el ahora y además fue entrar en el meollo de la democracia, no había tiempo ni tinta para pamplinas futuristas cuando se trataba de levantar el Estado de derecho con piedra recia y básica, un Estado de derecho como de románico, ya digo. De nuevo, ese plan de 2050, que parece la fecha de inauguración de nuestro Eurodisney, es todo lo contrario.

En su presentación (otra presentación más, como si en vez de gobernar sacara discos de rancheras o novelas de espadón castellano), Sánchez habló de “diálogo nacional”. Es una versión del famoso “consenso”, palabra que viene con la Transición como viene un amén tras el padrenuestro. Pero en la Transición el consenso no servía para planear nuestra ingesta de carne, sino para establecer los fundamentos de la democracia moderna en un país que funcionaba como un imperio austrohúngaro de Berlanga. El consenso no era para hacer una lista de deseos de miss, ni siquiera para trazar objetivos económicos, no digamos paisajísticos. Era para definir las propias reglas del juego.

El consenso sobre el tofu o sobre prohibir vuelos nacionales (no sé si prohibiría su propio Falcon cuando ya no esté él ni esté el Falcon) no puede venir antes que el consenso básico sobre el país y la democracia. Sánchez quiere planear un futuro con invernaderos espaciales y trenes bala cuando su socio ERC se ha comprometido a insistir en la independencia y su otro socio Podemos aún quiere trincar por los fondillos igual a los medios, a los jueces y a los obreros. Sánchez nos propone un hermoso y fraterno pacto “nacional” en un escenario en el que no sabemos si habrá nación o en qué consistirá esa nación, y un emocionante pacto “de futuro” en medio de una involución hacia tribus de garrote y tribunales de tricoteuses. Los socios de Sánchez no creen en el imperio de la ley ni en la soberanía popular, troceada interesadamente en lotes, ideologías, clases o razas, y eso habría que dejarlo resuelto y claro antes de empezar a racionar los bistecs, ideologizar las mollas, santificar las vacas y llenar el cohete.

De nuevo, ese plan de 2050, que parece la fecha de inauguración de nuestro Eurodisney, es todo lo contrario

Ese 2050, esa España ozonizada o electrificada de Sánchez, no es ni otra Transición ni otro planeta. Es otra huida, que ahora se ha ampliado desde el futuro romántico hasta el pasado romántico, desde ese siglo que se ha inventado a mitad de siglo hasta la infancia ojival de nuestra democracia, saltándose sólo y precisamente el presente, por supuesto. No, lo de Sánchez no tiene nada que ver con la Transición, ni en los plazos, ni en las ganas, ni en el espíritu, ni en la potencia, ni en la capitalidad de sus modos y sus objetivos. Nada hubo más urgente y presto que aquella Transición, nada hay más vano y prescindible ahora que esta lotería de Sánchez, con bombo, superstición, desengaño y número de lotería. Sí, todavía había una manera de festivalizar más ese año 2050: inflarle otro dígito. “02050”, así es como aparece en los carteles, con un cero a la izquierda. Ahora el plan ya es perfecto e irónico.

Sánchez quiere hacer con esto del 2050 otra Transición, que va a durar más de lo que le va a durar a él la presidencia y hasta el flequillo, que va a durar casi lo que otro franquismo. Sánchez y Redondo recurren a calambrazos futuristas a la vez que a viejos latines (la Transición nos parece ahora que se hizo en un latín de Tarancón), y la cosa queda en una especie de santería espacial, como de Raticulín. La verdad es que uno concibe pocas cosas más urgentes y raudas que la Transición, que fue como la mudanza de toda aquella España de estilo Remordimiento y escritorio de médico particular. La Transición no planeaba hacer nada mirando al año 2000, sino para ya, y rapidísimo, antes de que se levantara otra vez Franco de su tumba, que era como una gran peseta en el suelo. Se pasó de una dictadura de monjas sargento a la constitución más avanzada de Europa en menos de lo que tarda Sánchez en cambiar de colchón, así que pocas comparaciones con el 2050, que es una fecha como de Star Trek.

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