A Vox parece que ya sólo le quedan los niños emigrantes como enemigo y ejército, esos niños de fútbol descalzo y hambre triste y callada de borriquillo, toda ojos. En Madrid toda su campaña fue un cartel en el Metro con esos chavales amenazando o comiéndose a nuestras abuelas, que la mayoría de ellas no ha visto un mena en la vida y si lo viera le haría un potaje como para un peón de obra. Ahora, Abascal le monta una manifestación a Juanma Moreno en Sevilla porque va a acoger a 13 menores inmigrantes de Ceuta. Están asaltando nuestras fronteras, es una invasión, insiste Abascal, al que se diría que puede invadirlo un equipo de futbito alevín con pelota de trapo. En realidad, son las fronteras de Vox las que están en peligro, hasta el punto de tener que recurrir al mismo ejército cobarde y cruel que Mohamed VI. Están los dos, Abascal y el rey marroquí, cada vez más cerca de convertirse en caníbales.
Vox se ha manifestado en Sevilla, frente al Palacio de San Telmo, edificio de un barroco como taurino, antigua residencia de los duques de Montpensier acondicionada como sede de la gloria socialista, de su presidencia eterna de la Junta, como si fuera su Escorial con farolillos, y que el PP quizá ha tomado también como símbolo de su victoria. Pero al principio aquel palacio sólo fue un colegio de huérfanos, un colegio que no los hacía limpiabotas ni pajes, sino pilotos de barco. Vox, en Sevilla, parecía estar delante de todos los niños sin nada de la historia, meneando hachones o tenedores de hombre del saco. Quizá no tienen otra cosa, pero cuando un partido tiene tan poco, seguramente está llegando a su fin.
Abascal se va dando cuenta de que sólo le queda el miedo al inmigrante y a la suegra. Más que por las fronteras físicas o morales del país, está luchando por un sitio ideológico que se va reduciendo a lo estrecho, a lo ridículo, a lo folclórico y a lo inhumano. Juanma Moreno, que sigue siendo un azafato modosito y un sorayista huérfano, no tiene nada que decidir sobre las fronteras. Y amenazar con hacer caer el Gobierno de la Junta por una docena de chavales parece exagerado hasta para ese estado de pánico y sobrealerta que es continuo en Abascal, siempre como cafeinizado o hiperhormonado de miedo, como en celo de miedo. La realidad es que Abascal está ahora de gira por Andalucía no tanto para pedir un muro de erizos checos en nuestras playas, como los de Normandía, sino para reclamar espacio.
Vox siente que tiene que hacer algo para buscar sitio y voz y tocar poder, pero quizá, simplemente, da igual lo que haga
Las elecciones de Madrid no sólo han afectado a Sánchez, que de repente se ha visto sin trifachito y sin su foto de Colón como un Iwo Jima franquista, sólo con esa agenda de artistas de variedades de Iván Redondo, que ya parece más el gerente de un bingo que un spin doctor. Vox también ha temblado porque ve que la caída de Ciudadanos vuelve a hacer posible lo que fue la mayor obra de Aznar y aún seguía siendo su sueño, un sueño que reclamaba saliendo de vez en cuando con su media mandíbula o media lengua de espectro en pena. Me refiero al PP de ancho espectro, y que ahora mismo puede arrastrar el voto útil sea antisanchista o antimitómano, más ideológico o más realista.
El dilema de Vox es que necesita diferenciarse del PP y a la vez pedirle cancha. Otro dilema, o quizá el mismo, es que si alguna vez permite un gobierno de la izquierda le espera un sarcófago como de los Reyes Católicos al lado de Ciudadanos, pero si se limita a apoyar al PP sin más contrapartida, desaparecerá igual. La consecuencia es que Vox tiene que presionar, pero cuanto más presiona más pequeño se demuestra el sitio ideológico en el que se encuentra. Ya apenas le quedaban los inmigrantes y la ex, más manías de borracho que problemas reales. Pero ese cajoncito de rabia y miedo aún puede reducirse más, hasta el tamaño miserable de una sala de hospicio, hasta una manifestación que casi parece que está pidiendo que se queme un barracón de muchachos.
Vox ha montado una manifa, una gira o un auto de fe contra 13 chavales o contra un gobierno autonómico que no manda ni en los mapas ni en el ejército. Vox siente que tiene que hacer algo para buscar sitio y voz y tocar poder, pero quizá, simplemente, da igual lo que haga. Da igual que Abascal se ponga armadura barrigona contra un chiquillo sin zapatos o que planee una revancha histórica contra las croquetas de la suegra. Da igual porque volvemos al bipartidismo, que es un poco como volver a la pana pero parece ya irremediable. El personal se ha ido dando cuenta de que este jaleo de tantas tribus y subastas es cansado, angustioso y contraproducente, y de que la nueva política o bien era vieja desde el principio o bien se ha ido convirtiendo en vieja por el roce con la otra. Vox se resiste y defiende sus fronteras, que cada vez abarcan menos, apenas odiar los abrazos y azotar huerfanitos. Aparte las ideologías y morales miserables, hay que recordar que un partido inútil está condenado, y Vox, ahora, sólo persigue a chiquillos con balón. Quizá Abascal no se ha dado cuenta todavía, pero el PP seguro que sí.
A Vox parece que ya sólo le quedan los niños emigrantes como enemigo y ejército, esos niños de fútbol descalzo y hambre triste y callada de borriquillo, toda ojos. En Madrid toda su campaña fue un cartel en el Metro con esos chavales amenazando o comiéndose a nuestras abuelas, que la mayoría de ellas no ha visto un mena en la vida y si lo viera le haría un potaje como para un peón de obra. Ahora, Abascal le monta una manifestación a Juanma Moreno en Sevilla porque va a acoger a 13 menores inmigrantes de Ceuta. Están asaltando nuestras fronteras, es una invasión, insiste Abascal, al que se diría que puede invadirlo un equipo de futbito alevín con pelota de trapo. En realidad, son las fronteras de Vox las que están en peligro, hasta el punto de tener que recurrir al mismo ejército cobarde y cruel que Mohamed VI. Están los dos, Abascal y el rey marroquí, cada vez más cerca de convertirse en caníbales.
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