Sánchez no deja de presentar cosas, planes, veladas, eurovisiones llenas de botas de gigante y plataformas giratorias, una cosa entreyeyé y entrerrusa, como Valerio Lazarov (Iván Redondo parece que ya sólo está dirigiendo Aplauso o algún programa así, redorado, musical, hortera, setentero, de bigotes y solapas increíbles). Tras ese 2050 que suena a atracción mala de verbena, ha presentado 'Pueblos con futuro', que suena a feria agrícola, a cosechadora recién pintada como un camión de bomberos.
Ha sido muy comentado el discurso en el evento de Ana Iris Simón, escritora que no conozco, un discurso que para algunos ha sido verdadera izquierda de pueblo, de leche cruda y cebolla de Miguel Hernández, y para otros sólo ha sacado el pueblito franquista, no tanto el de María Ostiz como el de Surcos. En realidad da igual, porque Sánchez no va a hacer nada ni en el 2050 ni en la España rural, y nos lo estamos tomando en serio tanto si pensamos en el pueblo con wifi como en el pueblo con cabrita atada en la puerta.
A Ana Iris se la han tomado muy en serio, se diría que ha venido a enseñarnos una gran verdad como una gran calabaza de su granja, pero a mí, que soy de pueblo, no me ha llegado esa fascinación y sólo me parece una pastorcita de égloga que vive en una repisa como una de Lladró. Ana Iris presentó un locus amoenus de mueble bar familiar que me parece un truco porque lo que ha cambiado no ha sido el pueblo ni la ciudad: ha cambiado todo, que es lo que suele ocurrir con el tiempo. Pasa el tiempo y el espartero o el mayeto de pueblo no tienen que sobrevivir con más razón o dignidad que un sereno de la calle Alcalá o una taquillera del metro. Es más, aún hay esparteros y mayetos en los pueblos, pero no hay serenos ni taquilleras de metro ni cobradores de tranvía ni ascensoristas de grandes almacenes con gorrito ridículo de monito de organillo.
No hay nada que diga que tienen que existir las aldeas ni los carreteros, como no hay nada que diga que tienen que existir los polígonos ni los linotipistas. Es como pensar que habría que vivir bajo un castillo para siempre. Eso sí, aún veo ventajas del "capitalismo global y europeo" sobre la santa matanza de cerdo con matarife como egipcio. La gente, por cierto, viene "hacinándose en grandes ciudades" desde que cayó el feudalismo, y no existe ningún derecho a poder vivir en un pueblo con despertador de pajaritos, trayéndote si hace falta los pajaritos. No hay ningún derecho a poseer un caserío, ni cuarenta acres y una mula, ni a vivir de lo que dé el huerto, al menos con mayor rango que el derecho que pueda tener un urbanita a currar en un ministerio en vez de en el súper. En cuanto a la emigración, tan dolorosa, tan de cicatriz, habrá que recordar que no todos salimos del pueblo por no poder ser vendimiador allí, sino a lo mejor porque uno no quería ser vendimiador.
La cosa está cara, complicada y jodida; no es que no se pueda vivir de un huerto o de una talabartería, sino que no se puede vivir de una licenciatura
La verdad es que ya no hay esposas con ajuar de hilo ni preñeces de penalti con escándalo y faja, ni el cine cuesta cinco duros. La verdad es que ni en la aldea ni en los Madriles la gente tiene hijos en collera desde los veinte años, que está difícil encontrar trabajo igual de ordeñador que de autobusero o de plumilla, que si el pueblo se vacía la ciudad se llena, que no se puede volver a los 60 o los 70 de seiscientos y pisito, y que todo esto me parece poco material para un discurso y para una escritora, siquiera jovenzuela, que sale a decir cosas como de una vida de Marisol, con prosa de telediario. La cosa está cara, complicada y jodida; no es que no se pueda vivir de un huerto o de una talabartería, sino que no se puede vivir de una licenciatura. Pero esto no tiene nada que ver con el pueblito, ni el coche con baca para la excursión que tenía el padre es ningún símbolo de la caída desde la Edad Dorada, como no lo es la Mirinda.
Parece que yo también me he tomado en serio este discurso de migas de pueblo, cabrita de Heidi y preñez fresca y abundante de pajar, quizá hasta caricaturizarlo en exceso. Pero a lo que yo quería ir es a que el pueblo con wifi y placa solar, el pueblo feliz de Sánchez, sea ahora o en 2050, no tiene su contrapartida en el pueblo feliz de viñedos bíblicos, vacadas petrarquistas, magdalena de tazón y corte de pelo de tazón. Es decir, hay un discurso del sanchismo, todo propaganda y programa de sábado noche, y otro discurso de otro progresismo que se dice más auténtico, más terroso, un discurso que parece contrario y audaz, pero que, como el de esta joven, puede que sólo sea reaccionario, mitológico, proteccionista, sentimental, conejero y cigüeñero. Y, sobre todo, irreal.
Sánchez no deja de presentar cosas, cosas que la gente se toma en serio, incluso se molestan en oponerle ternurismo, indigenismo, autarquía y paseos de señor cura en bicicleta por el pueblo santo y fundacional, cuando lo que hace falta es oponer realidad y realismo, sobre todo en la misma izquierda. Sánchez no deja de presentar cosas, ajeno a la realidad hasta en las críticas que recibe. Ajeno, sobre todo, a que pronto tendrá que presentar su entierro político, al que irá de gala como un botones de gala (es un presidente que nunca pareció más que un botones demasiado crecidito para el puesto). Ya no hay de esos botones, me parece. Quizá haya una agenda, un plan o un discurso con borreguito en brazos que lo pueda recuperar.
Sánchez no deja de presentar cosas, planes, veladas, eurovisiones llenas de botas de gigante y plataformas giratorias, una cosa entreyeyé y entrerrusa, como Valerio Lazarov (Iván Redondo parece que ya sólo está dirigiendo Aplauso o algún programa así, redorado, musical, hortera, setentero, de bigotes y solapas increíbles). Tras ese 2050 que suena a atracción mala de verbena, ha presentado 'Pueblos con futuro', que suena a feria agrícola, a cosechadora recién pintada como un camión de bomberos.
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