Sánchez cada vez está más solo en su sotanillo de la Moncloa, con su bola de cristal, su mago de cumpleaños (Iván Redondo) y el cuervo de Poe. El indulto no les gusta ni a los indultados, que quieren amnistía y autodeterminación, y quizá que vuelvan las cintas de ocho pistas y Emmanuelle, en una loca apoteosis de lo retro. Pero la gracia tampoco gusta en su partido, donde se le rebelan sus barones de Semana Santa y hasta las reliquias arenosas como Felipe González. González, Vara y García-Page pueden parecer como una primera fila del Corpus, pero son justo el PSOE que Sánchez ha olvidado: el PSOE de Casa del Pueblo, de provincia ferroviaria, de sindicalista chato como Karl Malden y de historia de España y de la democracia, sustos incluidos. Sánchez ha olvidado al partido y a los votantes, se cree un papa guapo, como el que hace Jude Law en la serie que produce Roures. Va a perder a los votantes, va a hundir al partido y sólo le quedará Zapatero como una cacatúa novia del cuervo.
Los barones del PSOE parecen rancheros y González parece la suegra de la política española, pero no están clamando por la tierra sagrada como una vaca sagrada, por esa patria de porrón de los rancios, sino por el partido. Sánchez está anulando al partido, tanto ideológica como orgánicamente. El PSOE no puede pensar como Podemos, ni como Junqueras, ni como Puigdemont, pero sobre todo no puede pensar así después de pensar y decir y prometer justo lo contrario, que es lo que hace Sánchez. El socialista o progre español, que tenía unos referentes, una estética, una historia, un poso; una pana o una sandalia o un periódico o una antología o una tortilla o una cata que le decían que era socialista o progre, ahora ya no sabe en qué reconocerse.
El socialista o progre no puede ser ahora ni votante ni militante ni simpatizante, sólo puede ser enamorado, sólo puede ser fan, como si Sánchez fuera Justin Bieber"
El socialista se va dando cuenta de que no puede ser socialista, que sólo puede ser sanchista. Sólo puede decir lo que diga Sánchez ese día, como el meteorólogo, sabiendo que pronto tendrá que decir lo contrario y defenderlo con el mismo ademán de poeta con bufanda de escayola o funcionario con libro de estilo o feminista de asociación dominguera o tertuliano de las papas. El socialista o progre no puede ser ahora ni votante ni militante ni simpatizante, sólo puede ser enamorado, sólo puede ser fan, como si Sánchez fuera Justin Bieber. El socialista o progre termina así pareciendo tonto y es de esta manera como Sánchez va a perder los votos, no porque el personal sea especialmente patriota ni demócrata teorético, sino porque no quiere parecer tonto. Tampoco los barones quieren parecer tontos, ni colegialas derritiéndose ante el guapo caprichoso como su flequillo caprichoso.
El socialista orgánico, el socialista no de tertulia sino de militancia, también reducido a sanchista, a animadora, no podría sobrevivir en la ideología, sólo podría sobrevivir en el enchufe y en el escalafón. Pero es que Sánchez, lo hemos dicho alguna vez, tampoco respeta los escalafones ni el organigrama, ese delicado equilibrio casi gótico entre la teología y el ladrillaje que es un partido. Sánchez sólo ve el PSOE como el rosal que le adorna la vista desde el ventanal monclovita, algo que está ahí de fondo y de gorgorito, como una fuente con chorritos mientras él despacha cartas y da órdenes a mosqueteros fieles. Lo de Cataluña y lo de Madrid se ha hecho sin el partido, seguirá Andalucía, y no hay sigla que sobreviva así, como sociedad limitada o coro de Julio Iglesias (ni Podemos pudo). No, los barones tampoco quieren quedarse sin partido, que es como quedarse sin caballo.
El socialista, ahora, se encuentra con que no tiene ni ideología ni partido, a menos que se entienda la ideología como cabezada y el partido como una hacienda de estilo colonial (la Moncloa va teniendo algo de casa colonial, casi georgiana, hasta con señorita Escarlata sorbiendo un té de encaje). El socialista se encuentra con que no puede tener principios ni puede tener seguridad. Ni siquiera un poco de orgullo, con el partido convertido al nacionalismo monaguillo (bueno, el PSC ya era así) y vendido por Sánchez sólo para comprarse trapitos. Claro que protesta González, a pesar de la feria que él mismo montó ante el Supremo cuando lo de Vera y Barrionuevo. Claro que se quejan los barones, con su pinta de médicos de provincia, y es que en realidad ellos representan al partido y a los votantes que Sánchez ha ido olvidando y perdiendo. Se quejan y no es la primera vez, pero es que ahora su líder recoge monedas como dátiles o colillas del suelo, mientras niega la democracia que su partido fundó.
Sánchez está solo como nunca, allí en el sotanillo de la Moncloa, con su calavera de Hamlet, su trenza de Rapunzel y su espejito mágico (Iván Redondo). Redondo, por cierto, ha defendido los indultos diciendo que "para arreglar lo que ha pasado se necesita un liderazgo valiente". Se refería al liderazgo del que está recogiendo dátiles o colillas o monedas con toda la hucha al aire. Sí, ya no se puede ser socialista si no aplaudes estas cosas. A Sánchez sólo le va a quedar Zapatero como un funko en la repisa o un búho en el perchero.
Sánchez cada vez está más solo en su sotanillo de la Moncloa, con su bola de cristal, su mago de cumpleaños (Iván Redondo) y el cuervo de Poe. El indulto no les gusta ni a los indultados, que quieren amnistía y autodeterminación, y quizá que vuelvan las cintas de ocho pistas y Emmanuelle, en una loca apoteosis de lo retro. Pero la gracia tampoco gusta en su partido, donde se le rebelan sus barones de Semana Santa y hasta las reliquias arenosas como Felipe González. González, Vara y García-Page pueden parecer como una primera fila del Corpus, pero son justo el PSOE que Sánchez ha olvidado: el PSOE de Casa del Pueblo, de provincia ferroviaria, de sindicalista chato como Karl Malden y de historia de España y de la democracia, sustos incluidos. Sánchez ha olvidado al partido y a los votantes, se cree un papa guapo, como el que hace Jude Law en la serie que produce Roures. Va a perder a los votantes, va a hundir al partido y sólo le quedará Zapatero como una cacatúa novia del cuervo.
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