El expediente de expulsión de Leguina podría convertirse en el juicio al PSOE actual, al sanchismo, un juicio público a un partido que hace juicios militares a sus viejas glorias o carracas por ir de rebeldes en vez de ir de pesca. Leguina quiere que ante el tribunal de honor, con juez o inquisidor puesto por la parte, testifiquen o desfilen, como húsares, González, Guerra, Almunia, Borrell, Zapatero y hasta el propio Sánchez. Yo creo que el juicio a Sánchez ya se lo empieza a hacer el electorado, pero llevar el espectáculo de la contradicción sanchista a un escenario formal, obligar al sanchismo a dar un veredicto sobre sí mismo en un ambiente de ejemplaridad y tongo le perjudica más al presidente que a Leguina. Leguina era ya hace 20 años un "viejo coche usado", según Umbral. Pero Sánchez justo empieza a caer desde su cima, desde su Moncloa picada de moscas de Miró, donde da entrevistas partidistas que le cuestan multas gustosas, como un cayetano de botellón piscinero. 

A Sánchez le zurran las encuestas, la Junta Electoral, el Supremo, y pronto lo mismo lo van a crujir los guardias con una multa al helicóptero. Lleva meses escondiéndose del bicho, de las malas noticias, de la pinta de gafe de oficina que se le está poniendo, y ahora la revancha contra Leguina le puede poner otro foco peliculero encima, como a los detectives malos les ponen un linternazo en el peor momento. En esa lista que ha dado Leguina, que no es nadie pero puede convocar a los fantasmas, están todas las épocas, glorias, guerras y lisiados del PSOE (en alguna de esas guerras, más o menos sucia, incluso participó el mismo Leguina cuando era aparato o aparatado). El caso es que este expediente podría dejarnos un juicio de película de juicio, como si el PSOE actual fuera una tabacalera; un juicio sobre la propia alma del partido, con testimonios y crímenes contradictorios y mucho flashback, todo como de Kurosawa, como de Rashomon.

A Sánchez le zurran las encuestas, la Junta Electoral, el Supremo, y pronto lo mismo lo van a crujir los guardias con una multa al helicóptero"

Sánchez no se da cuenta de que este proceso disciplinario que parece privado y casi oxoniense se puede convertir en un pleito sobre él. A Sánchez le ciega la revancha desde que le ganó las primarias a Susana sólo con un Peugeot y la sonrisa partida de boxeador guapo que le regaló, ya para siempre, la propia reina de Triana. Su revancha es total y, por supuesto, incluye usar el partido para perseguir herejes (Leguina parece un jansenita), igual que incluye usar la Moncloa como escenario de seducción de ligón, con bola de discoteca descendente y colchón pegajoso, como en los sueños en los que te atrapa un colchón. La Moncloa, el CIS, la Fiscalía que depende de quien depende, la Guardia Civil que vigila el clima de opinión contra el Gobierno como se vigilan las rotondas... Todo el Estado es como el pisito de Sánchez, mucho más el PSOE, en el que ya no ve un partido sino un coro obrero, un coro como del Ejército Rojo o de cura rojo. 

Leguina fue aparato (aquel aparato que tumbaba a Borrell, por ejemplo) y hasta fue derrotado como aparato (le venció en las primarias para la alcaldía de Madrid, contra pronóstico, Fernando Morán, del que hacían chistes de torpe que se llegaron a decir que eran obra de la CIA). Leguina quizá hace mucho que no es nadie, pero no hay nada peor que poder perder ante alguien que no es nadie. Leguina no es nadie pero Sánchez va con todo, como siempre, y, según denuncia el expedientado, hasta el que lleva el caso ya le ha declarado culpable públicamente. Leguina no es nadie pero convoca al pasado contra el presente, llama a una revisión de la historia del PSOE a través de actores, víctimas o patriarcas gigantescos, y eso puede hacerle a Sánchez una retrospectiva cruel, bajo sombras y luces inmensas, igual que a Charles Foster Kane. Sánchez sólo ve su revancha y no se da cuenta. Lo mismo incluso presta testimonio desde la Moncloa, donde parece que hace a la vez yoga presidencial y teletienda partidista, un anuncio de algo dorado y barato con muchos óleos y librerías detrás.

El expediente de expulsión de Leguina podría convertirse en el juicio al PSOE actual, al sanchismo, un juicio público a un partido que hace juicios militares a sus viejas glorias o carracas por ir de rebeldes en vez de ir de pesca. Leguina quiere que ante el tribunal de honor, con juez o inquisidor puesto por la parte, testifiquen o desfilen, como húsares, González, Guerra, Almunia, Borrell, Zapatero y hasta el propio Sánchez. Yo creo que el juicio a Sánchez ya se lo empieza a hacer el electorado, pero llevar el espectáculo de la contradicción sanchista a un escenario formal, obligar al sanchismo a dar un veredicto sobre sí mismo en un ambiente de ejemplaridad y tongo le perjudica más al presidente que a Leguina. Leguina era ya hace 20 años un "viejo coche usado", según Umbral. Pero Sánchez justo empieza a caer desde su cima, desde su Moncloa picada de moscas de Miró, donde da entrevistas partidistas que le cuestan multas gustosas, como un cayetano de botellón piscinero. 

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