Confusión: esa ha sido la característica más notable de la crisis creada tras la llegada a España del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, para ser atendido de Covid en un hospital de Logroño.
A día de hoy no sabemos con certeza si la decisión fue una iniciativa personal de la ministra de Asuntos Exteriores, a la que dio luz verde el presidente del Gobierno. Desconocemos por qué fueron rechazados los argumentos que expuso el ministro del Interior, que advirtió de las negativas consecuencias de esa decisión. Tampoco atisbamos los motivos por los que el Ministerio de Defensa quedó al margen del asunto, lo que impidió que el CNI hubiera podido informar sobre el terreno de las represalias del gobierno marroquí. Por no saber, ni siquiera sabemos si Ghali entró con pasaporte falso o con un pasaporte diplomático con su verdadero nombre, como insiste en mantener González Laya. Un juzgado de Logroño ha abierto una investigación sobre ese extremo.
La confusión no sólo fue la tónica de la posición española en los primeros momentos (ningún ministro quiso quedarse con la patata caliente y todos miraron con o sin disimulo hacia González Laya), sino que se ha prolongado hasta la rocambolesca salida de Ghali de suelo español, tras haber declarado por videoconferencia ante el juez Santiago Pedraz, quien no le impuso medidas cautelares.
Justo cuando estaba declarando ante la Audiencia, un avión medicalizado (un Gulfstream 2000) salió de un aeropuerto cercano a Argel con destino a Logroño. Cuando sobrevolaba Ibiza dio la vuelta y regresó a Argelia. Las versiones difieren: mientras Exteriores y Fomento sostienen que el aeropuerto riojano no contaba con las "condiciones operativas para que el avión pudiera aterrizar" (Ábalos ha llegado a mencionar la falta de un equipo de bomberos); otras fuentes señalan que fue Defensa quien evitó la entrada en territorio español de la nave al carecer de los permisos pertinentes. ¿A quién creer? Mención aparte merece la intervención de la ministra portavoz y titular de Hacienda, quien, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministro, afirmó desconocer que un avión argelino estuviera rumbo a Logroño para llevarse al jefe del Polisario. Incluso es probable que estuviera diciendo la verdad, lo que pone de relieve la mezcla de secretismo y torpeza con la que se ha gestionado un tema tan delicado y que afecta a las relaciones con nuestro vecino del sur, especialmente susceptible.
La confusión sigue rodeando todo lo relativo al affaire del líder del Polisario y la crisis con Marruecos. Moncloa ha ordenado a los ministros no improvisar y mantener un doble mensaje: resaltar las relaciones de buena vecindad y la firmeza frente a la vulneración de nuestras fronteras
Finalmente, Ghali salió del aeropuerto de Pamplona en la madrugada del miércoles pero esta vez en un avión francés fletado por Argelia (Airlec Ambulance). Una vez en el hospital de Argel, Ghali fue visitado por el presidente argelino, Abdelmajid Tebboune. Todo un detalle que demuestra que Argelia le ha dado a este tema carácter de Estado. Seguro que el expreso "agradecimiento" a España que ha expresado Tebboune habrá cabreado un poco más a Mohamed VI.
Naturalmente, la presión de Marruecos no tiene su causa sólo en la llegada de Ghali a España sin avisar previamente. No. El ministro de Exteriores marroquí lo explicó en un comunicado el pasado lunes: la cuestión es el Sahara. La diplomacia marroquí se siente tan fuerte que ha llegado a comparar la descolonización del territorio saharaui con la independencia de Cataluña. A perro flaco todo son pulgas.
No sería de extrañar que, una vez que Ghali ya no está aquí, Marruecos decida la retirada de su embajadora en Madrid, Karima Benyaich, a quien, por cierto, González Laya tiene atragantada.
La crisis diplomática no ha concluido. Como tampoco es de descartar que durante este verano se produzcan nuevas llegadas masivas de inmigrantes a Ceuta y Melilla o una avalancha de pateras hacia las costas de Málaga y Cádiz.
Mientras que Marruecos se sienta respaldada por Estados Unidos (la decisión de Trump de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sahara no ha sido modificada por Biden), la tensión se mantendrá. Y Pedro Sánchez, recordémoslo, todavía sigue a la espera de un gesto del presidente norteamericano.
Lo único que salva a España de una humillación histórica por parte de Marruecos es la posición firme que ha adoptado la Unión Europea, que no ha cambiado su postura respecto a resolución de la ONU sobre el Sahara, y que, además, ha considerado fuera de lugar la utilización de jóvenes y niños en el asalto a Ceuta como medida de presión.
Mientras esperamos acontecimientos, Moncloa ha pedido a todos los ministros que mantengan un doble mensaje: por un lado el de resaltar las relaciones de buena vecindad con Marruecos; y, por otro, el de la firmeza ante la violación de nuestras fronteras.
Quizás por esa llamada a la prudencia, ayer la ministra de Exteriores decidió suspender una comparecencia que tenía prevista por la tarde. No era el momento para echar más leña al fuego. Y con González Laya nunca se sabe.
Confusión: esa ha sido la característica más notable de la crisis creada tras la llegada a España del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, para ser atendido de Covid en un hospital de Logroño.
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