Mientras comienzo a hilvanar estas líneas, no puedo dejar de pensar que está a punto de cumplirse ya, casi exactamente un año desde aquel 21 junio de 2020. Una emblemática fecha en la que tras tres meses y seis días durante los cuales los españoles sufrimos, con el mayor de los estoicismos, uno de los encierros más estrictos del mundo, pudimos comenzar a respirar, de nuevo y con las máximas precauciones, algunas briznas de libertad del mundo exterior. Salir a la calle, volver (muy lentamente y tan solo en algunos casos) al que había sido nuestro lugar de trabajo físico durante años, reconciliarnos con nuestro paisaje urbano habitual, saludar -en carne, hueso y medida cercanía- al camarero que nos ponía el café cada mañana, al panadero que nos suministraba el pan, a nuestro vecino, ya jubilado -de cuyo buen aspecto nos alegramos doblemente- y con quien a veces coincidíamos en el rellano de la escalera y perdíamos minutos intercambiando impresiones acerca de generalidades deportivas, políticas o de cualquier ámbito. ¡Volvía la vida! O tal parecía... De puro exultantes que nos encontrábamos, creíamos -¡pobres ingenuos!- que ya habíamos visto una segura luz al final del túnel maldito y aciago en el que nos encontramos atrapados sin previo aviso.
¡Habíamos ganado la guerra al virus! ¿Recuerdan? En honor a la justicia moral y a la necesaria y exigible ecuanimidad en cualquier análisis, nadie podía saber que pocas semanas después, el fantasma volvería en forma de segundas, terceras, cuartas olas… Aún teníamos un largo camino de sufrimiento por delante. También este lo hemos ya, felizmente transitado. Tal y como todos también intuíamos, solo desde el punto y hora en el que se han hecho presentes las vacunas y son ya millones los ciudadanos que han accedido a ellas, es cuando, ya sí, podemos ver esa luz que nos anuncia el final de la tragedia. Como triste balance, conviene no olvidarlo, han quedado miles de vidas destruidas, sueños rotos, negocios centenarios arruinados… pero tras la tempestad se barrunta un nuevo amanecer, toneladas de renovadas ilusiones.
Un nuevo renacimiento económico y social
No descubro nada original si les digo que se palpa, o a mí me lo parece, un optimismo generalizado que, si viene acompañado de las debidas precauciones, anuncia un inequívoco renacimiento económico y social, fundamentalmente. Con unas ayudas europeas que todos esperamos como agua de mayo, unos hosteleros que ven, con una mezcla de incredulidad y alegría a raudales que vuelven casi a la normalidad, unos hoteles que vuelven a registrar reservas a mansalva, aerolíneas que salen del marasmo en el que se habían sumido… por citar solo uno de los sectores económicos más duramente castigado por esta pesadilla.
Tengo para mí que algo grande está naciendo… o renaciendo. Durísima y cruel ley natural aquella que establece que, para que algo nuevo y esperanzador vea la luz, mucho de lo viejo tiene antes que desaparecer. Pero así son la vida, el mundo y las cosas.
Por lo que respecta a esta pieza que hoy les brindo, una de las cosas que se ha visto necesariamente transformada, se mantiene en proceso de cambio y lo hará aún más en un futuro inmediato es el concepto y el ejercicio del liderazgo. Todos aquellos líderes que han podido sobrevivir a este tsunami, lo saben muy bien.
A otros, sencillamente, se los ha llevado la corriente. He consumido horas de conversación sobre este asunto con un buen número de ellos, tanto políticos como empresariales. Desde ministros, figuras con altísimas responsabilidades en algunas de las formaciones políticas más importantes de este país, hasta CEO de grandes empresas multinacionales; todos coinciden. Las viejas recetas, han dejado de ser válidas. Y son conscientes de que, en este nuevo mundo, en este nuevo escenario en el que todos, en mayor o menor medida, nos hemos visto obligados a reinventarnos, es aquellos a quienes este deber corresponde en mayor medida.
Cuando hablamos de líderes, nos referimos a hombres y mujeres de una talla extraordinaria capaces de echarse a la espalda el peso de un país o de una gran organización. Son líderes porque han demostrado una capacidad más que sobrada para ser quienes alumbren el camino de su cuerpo social o laboral en tiempos de zozobra y conducirles de nuevo a la esperanza. Y no solo por eso; lo son porque esos cientos, miles o millones de personas, creen en ello, creen en su capacidad… y les siguen.
Pero para esa necesaria ‘reinvención’, para ese necesario renacimiento a una nueva vida, para ellos y para todos los que de ellos dependen, son de imprescindible aplicación algunas de las claves que ofrezco a continuación. 10 claves de liderazgo, no solo para sobrevivir, como líderes al coronavirus, sino para ser los referentes de un mundo nuevo.
El carisma: ese tipo de aura que distingue a los mejores
Un carisma, muy particular, con el que han emergido, en los últimos meses, algunas figuras políticas o empresariales. Ha sido el caso de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, que ha ejemplificado bien lo que la gente necesita en momentos de zozobra: poco postureo y mucha acción, hechos, realizaciones concretas… cuantas más mejor.
Un liderazgo cuajado de autenticidad y de acercamiento, por muchos muy criticado, a la gente. ¿Oportunismo?, pues también pero los resultados están a la vista: Madrid, a pesar de ser la comunidad más castigada de España por albergar su capitalidad, ha desarrollado un excelente equilibrio entre sanidad y economía, excelente para la mayoría que la ha votado. Facta non verba, decían los clásicos. Los resultados electorales del 4 de mayo no han dejado lugar a la duda. Fuera de nuestras fronteras nombres como el Angela Merkel, Emmanuel Macron, o más recientemente, Mario Draghi, echándose el país a la espalda, literalmente, han escrito páginas de liderazgo político que serán recordadas para la historia.
Calma, que nada perturbe al líder en sus decisiones ni en su plan de acción
La calma es el segundo e imprescindible aditamento que debe acompañar
al insustituible carisma. Calma es lo que transmiten políticos o líderes empresariales en los momentos en los que nadie sabe qué hacer, porque nadie sabe qué va a ocurrir en los próximos días, en las próximas horas. Manuel Terroba, líder de BMW Group para España y Portugal, me lo expresaba a la perfección cuando me narraba lo que sintió aquel aciago jueves por la tarde, en vísperas casi del primer decreto del estado de alarma, cuando tuvo la pulsión de enviar a todo su personal a casa. La perplejidad fue general, pero nadie rechistó…. Porque fue en ese preciso instante cuando todos, de golpe, adquirieron conciencia de que algo muy grave estaba ocurriendo. El líder, cuya obligación es siempre ver más allá, les había indicado el camino.
Confianza, sin ella, el líder se queda completamente solo
Nadie podría imaginar un líder a quien sus empleados, compañeros, votantes o administrados y ciudadanos en general, no percibieran como a alguien fiable. Y para ser fiable, claro, hay que liderar con el ejemplo, de forma inspiracional. Esta es una clave fundamental.
Confianza, como la que destilan a chorros figuras como la del expresidente del Gobierno, Felipe González, que abogan desde hace meses por la necesidad de una unión y una concordia globales, que emerjan por encima de los intentos de algunos por volver a enfrentar a los españoles, si nos referimos a nuestro patio doméstico. Fijémonos en la cruz de la moneda: me han llamado poderosamente la atención las recientes declaraciones, en sede parlamentaria, del 'brazo derecho' de Boris Johnson reconociendo que no supieron liderar, que no estuvieron a la altura. ¡Bravo! Qué extraño es encontrar en política actitudes como estas.
Transparencia y sinceridad, ¡comunicación!
Nada de lo expuesto hasta ahora tendría recorrido sin una comunicación óptima, transparente y responsable. ¡El nuevo líder tiene que contagiar optimismo, ilusión, esfuerzo y trabajo! Y además, tiene que saber transmitirlo y comunicarlo!
Ni gobierno ni oposición, ni en España ni en la mayor parte de países de nuestro entorno, han estado sobradas de esa necesaria capacidad de comunicación en estos últimos 15 meses. Es una pena, pero creo que no admite mayor discusión. Si abrimos un poco el objetivo, podemos presentar a las distintas organizaciones empresariales, grandes y medianas, como ejemplo de lo contrario. Las lúcidas declaraciones de líderes como Antonio Garamendi o John de Zulueta, ofreciéndose a remar junto a nuestro gobierno y a toda la sociedad española para conseguir superar la tormenta, deben hacernos reflexionar sobre lo eficaz que es la sinceridad y la claridad de ideas y de intenciones. Los empresarios no son los enemigos del pueblo, como tampoco lo son las organizaciones que representan a los trabajadores o las distintas asociaciones de la sociedad civil. Si esto es así en la inmensa mayoría de los casos, transmítase como tal a los ciudadanos. Fuera mentiras o declaraciones impostadas que buscan salir al paso de aquellas decisiones que pudieran haber sido mejorables. la gente necesita no perder la confianza en sus referentes.
Colaboración: unidos somos más fuertes
De ninguna emergencia se puede escapar sin ella. Requiere atesorar
atesorar unas enormes dosis de humildad, empatía y compañerismo, en el caso de las organizaciones privadas, o de un sentimiento de inspiración de equipo,
en el caso de los responsables públicos, que les haga capaces de recabar distintos puntos de vista y valiosas experiencias de quienes pasaron por circunstancias similares. José Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid, llegó a reunir a sus predecesores vivos en el cargo: Juan Barranco, Manuela Carmena, Ana Botella y Alberto Ruiz Gallardón. La iniciativa fue brillante.
Cambio e innovación, la rigidez es el gran enemigo
Pobre del representante público o del líder empresarial que no atesore esta capacidad; un requisito que requiere enormes dosis de innovación, de flexibilidad para olfatear los nuevos aires, en un mundo cada vez más cambiante y que requerirá de una reinvención constante de todos nosotros... y también de nuestros líderes. Desde ahora, ya nada será igual y deberemos estar preparados para asumirlo si no queremos quedarnos atrás. Nuestros líderes más que nadie. Como los responsables de las grandes multinacionales: EY es un perfecto ejemplo de cómo han readaptado sus sistemas y sus metodologías de trabajo, activando desde el minuto cero la necesidad de continuar manteniendo su enorme aparataje organizativo en remoto y compaginándolo siempre con un riguroso y responsable liderazgo top-down. Liderar con el ejemplo se ha hecho más imprescindible que nunca.
Compasión. Los líderes son, ante todo, personas
Resulta especialmente sensible al grueso del cuerpo social o laboral. Esos líderes que demuestran que, además de ser los mejores y los más dotados para guiar al resto, exhiben sin prejuicios sus sentimientos. Las lágrimas o la capacidad de emocionarse frente a unos féretros, o al término de una rueda de prensa, como le ocurrió hace un año -¡quién lo diría!- a la consejera catalana de salud, Alba Vergés, que rompió a llorar tras decretar el confinamiento en Igualada porque su familia vivía allí, demuestran que ambos planos no son incompatibles. Me emocionaba, recientemente, ante el relato del CEO de una gran compañía que whatsapeaba a las cuatro de la mañana con alguno de sus empleados, internado en el Hospital Zendal, para preguntarle cómo estaba y para hacerle compañía.
Compañerismo, unidad e inspiración de equipo
De una catástrofe sanitaria como la que azota al mundo es imposible
salir sin esta virtud. Esto vale para Estados, para comunidades o para organizaciones privadas, da igual. Ningún país en solitario, y mucho menos un individuo, pueden aspirar a adoptar unilateralmente decisiones… porque se estrellarán.
Cuando el enemigo es poderoso y desconocido, todas las fuerzas son pocas y sin un espíritu de equipo y de unión será imposible derrotarlo. Crecen las voces a lo largo y ancho del mundo que señalan que la principal víctima, y en este caso ‘bendita’ víctima, cuando todo esto concluya, será esa cosmovisión particularista, local y populista que apunta nuevas visiones ultranacionalistas que no tienen cabida en este nuevo mundo.
Celebrar cada éxito… pero con modestia y ego controlado
La modestia y el ego son dos cualidades de un buen líder que no deben entrar en conflicto. Un error recurrente en los malos jefes o en los políticos mediocres es el de mantenerse a distancia. Pretenden de esta forma conferirse importancia y mantenerse inmunes a la crítica. ¡Craso error! Solo la empatía y la cercanía pueden darnos el conocimiento y el pulso de las necesidades reales de nuestra gente. Controlar al dedillo el trabajo de los equipos o escuchar el sentir de la calle son el único camino para no perder su respeto, su admiración y su cariño. Y para eso, no queda les otro remedio que escucharlos. Nuestra novena cualidad, la capacidad de celebrar los triunfos que nuestras decisiones vayan acumulando, debe ser el hormigón que cimente la solidez del nuevo líder que emerja a partir de ahora.
Coraje y valentía: proyectar éxito
Es la última de nuestras virtudes, la décima. Pero no la menos importante. Va unida a la valentía y la capacidad de proyectar éxito. Si Winston Churchill no hubiera sido capaz de soportar sobre sus hombros el peso de un país entero, Inglaterra no se hubiera repuesto nunca de la destrucción nazi. Si De Gasperi, Adenauer y otros prohombres no hubieran tenido esa vocación de éxito, la Unión Europea, aún con sus actuales sombras, no hubiera sido realidad. Si Nelson Mandela no hubiera tenido una resiliencia y un coraje sobrehumanos, Sudáfrica seguiría sumida en la injusticia inhumana del Apartheid, y apestada de la escena mundial.
Estoy totalmente seguro que después de estos muchos meses terribles que han cambiado y trastocado nuestras vidas, podremos empezar una rápida recuperación, un rápido renacimiento. Pero para que esto ocurra, necesitamos liderazgos fuertes, valientes, comprometidos y responsables. Líderes generosos y muy solidarios.
La pandemia ha revolucionado nuestra vida y nuestra economía, ha hecho realidad y adelantando cambios que se esperaban en diez años o más, toca a todos nosotros fomentar que de ello salga una sociedad mejor.
Mientras comienzo a hilvanar estas líneas, no puedo dejar de pensar que está a punto de cumplirse ya, casi exactamente un año desde aquel 21 junio de 2020. Una emblemática fecha en la que tras tres meses y seis días durante los cuales los españoles sufrimos, con el mayor de los estoicismos, uno de los encierros más estrictos del mundo, pudimos comenzar a respirar, de nuevo y con las máximas precauciones, algunas briznas de libertad del mundo exterior. Salir a la calle, volver (muy lentamente y tan solo en algunos casos) al que había sido nuestro lugar de trabajo físico durante años, reconciliarnos con nuestro paisaje urbano habitual, saludar -en carne, hueso y medida cercanía- al camarero que nos ponía el café cada mañana, al panadero que nos suministraba el pan, a nuestro vecino, ya jubilado -de cuyo buen aspecto nos alegramos doblemente- y con quien a veces coincidíamos en el rellano de la escalera y perdíamos minutos intercambiando impresiones acerca de generalidades deportivas, políticas o de cualquier ámbito. ¡Volvía la vida! O tal parecía... De puro exultantes que nos encontrábamos, creíamos -¡pobres ingenuos!- que ya habíamos visto una segura luz al final del túnel maldito y aciago en el que nos encontramos atrapados sin previo aviso.
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